Image: ‘Adaptation’, Flores bajo el asfalto

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Cine

‘Adaptation’, Flores bajo el asfalto

El ladrón de orquídeas

20 marzo, 2003 01:00

Charlie y Donald Kaufman, gemelos a los que da vida Nicolas Cage

Director: Spike Jonze. Intérpretes: Nicolas Cage, Meryl Streep. Guionista: Charlie Kaufman. Estreno: 21 de marzo

"Hay que adoptar las imposibilidades verosímiles antes que las cosas posibles que puedan ser improbables". Antes que Spike Jonze y Charlie Kaufman se convirtieran en ideólogos de la crisis de la narrativa cinematográfica, la "Poética" de Aristóteles ya se había dado cuenta de los efectos de esa implacable termita llamada realidad en los frágiles cimientos de la ficción. ¿Qué es la realidad sino una suma de ficciones, las capas de cien, mil cebollas que se abren como flores liberando su significado con un aroma letal? Cómo ser John Malkovich y El ladrón de orquídeas (título que, inconsciente y deliberadamente, anula todo un nivel semántico del original Adaptation) no son películas que anulen el asunto, el argumento y la materia prima narrativa como lo hicieron sus homólogos literarios en los años sesenta. Los tiempos han cambiado, y la experimentación sólo tiene sentido si esa "imposibilidad" aristoteliana es verosímil, o lo que es lo mismo, si el absurdo tiene la apariencia de una trama convencional. Lo que, en principio, sería la peor concesión que un vanguardista podría hacer a su público potencial se transforma en su mejor virtud. Porque la arrolladora fuerza inventiva de El ladrón de orquídeas está en su capacidad de hablar con frivolidad e inteligencia de los temas -crisis de la identidad del autor, incomprensión del medio en que habita, rebelión de los personajes que intenta entender- que convirtieron a la metaficción en la tabla de salvación de la literatura norteamericana del siglo XX.

No se asusten: no hay nada, aparte de su rabiosa originalidad, que haga de El ladrón de orquídeas una película inaccesible o pretenciosa. Todo en ella podría ser deliciosamente autoindulgente, y por eso Jonze y Kaufman se ocupan de incluir su propia crítica en el espectacular juego de espejos que propone la película. El guionista de Cómo ser John Malkovich no se conforma con transformarse en protagonista de su propia intriga de delirios e imposibilidades sino que se desdobla -dos excelentes Nicolas Cage- en un hermano gemelo que, precisamente, es todo lo que él desea y odia. El folio en blanco es un ominoso enemigo en las trincheras del misterio, y Charlie Kaufman su desasosegada víctima. Sin embargo, eso no es todo: la historia de esta inquietante comedia sobre la angustia de la creación implica a otra escritora, Susan Orlean (la mejor interpretación de Meryl Streep en muchos, muchos años), intentando comprender a su objeto de estudio, John Laroche (magnífico Chris Cooper), un buscador de orquídeas, desdentado y crudo, en los pantanos de Florida.

El proceso por el que Kaufman adapta la novela de Orlean no sólo pasa por una crítica feroz a esos cursos de guión tan americanos y tan parecidos a las conferencias de alcohólicos anónimos sino también por un análisis pirandelliano de las funciones terapéuticas de la ficción para que el creador, demasiado colgado de la vida ajena, aprenda a entender y sentir sus propias emociones. Así las cosas, El ladrón de orquídeas es el reverso cálido de Cómo ser John Malkovich, que, en su tramo final, obsesionada por cerrar una ficción retorcida como un alambre de espinos, acababa tratando a sus personajes como torpes marionetas. Spike Jonze sabe cómo rodar un momento de intimidad sin sentirse atrapado por su discurso autorreflexivo: ver, si no, la conversación telefónica entre una Orlean colocada y un Laroche atento, o la confesión de la tragedia que atormenta la vida de Laroche. Jonze sabe, también, que no es suficiente con ser extravagante o imprevisible para justificar la existencia de su obra, y coloca a su cómplice y protagonista en una situación límite, donde la angustia y la masturbación se dan la mano, y sudan. Es decir, Jonze y Kaufman cuestionan incluso la inventiva de su propuesta: al encontrar una resolución tradicional a sus pesquisas están haciendo una cura de humildad. Están admitiendo que, en muchas ocasiones, detrás de la caza de lo original sólo se esconde la desesperación. Sin embargo, El ladrón de orquídeas es una película autosuficiente, solipsista en su inmenso talento, única en su especie, y está muy lejos de la arbitrariedad o del capricho. Es, junto a Mulholland Drive y Embriagado de amor, la película más insólita que nos haya dado el cine americano en mucho tiempo. Traza el camino más corto y tortuoso entre el día de la creación y el instante en que las flores resistieron el sol abrasador del asfalto. Cuenta, en pocas palabras, lo difícil que resulta invocar la belleza en un universo ciego, y lo hermoso que es abrir los ojos y reconocerla ante nosotros.