Vista del monumento megalítico de Stonehenge, en Salisbury, Inglaterra. Foto: Antoine Lamielle

Vista del monumento megalítico de Stonehenge, en Salisbury, Inglaterra. Foto: Antoine Lamielle

Entre dos aguas

Stonehenge y la necesidad de comprender el universo

La nueva novela de Ken Follett, ambientada en los tiempos de la construcción del célebre monumento megalítico, nos invita a reflexionar sobre su origen y utilidad.

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La lectura de la última novela de Ken Follett, El círculo de los días (Plaza y Janés, 2025) me ha retrotraído a un tiempo ya lejano, cuando mi esposa y yo, aprendices de científicos con pocos medios, que por entonces (segunda mitad de la década de 1970) vivíamos en Oxford, visitamos Stonehenge.

El paso del tiempo borra recuerdos conservando otros, y de aquella visita yo he olvidado lo que sin duda es lo más importante, las imágenes del famoso monumento megalítico. Lo que se ha enquistado en mi memoria son detalles menores: el viaje desde Oxford en un autobús de línea de los de entonces que, cuando llegó a la loma que precede a la explanada en la que se levanta la impresionante estructura circular formada por enormes piedras, no podía con los no muy numerosos pasajeros que transportaba.

Tuvimos que bajarnos y subir andando la cuesta. Lejos de lo que sucede en la actualidad, éramos pocos los visitantes, y no existían las barreras que, leo, se han establecido para controlar las aglomeraciones que llegan constantemente. En el fondo nada diferente a lo que sucede ahora en, por ejemplo, las cuevas de Altamira o en Venecia.

Desde este punto de vista, se podría decir que el pasado fue mejor, pero eso sería una tontería. Aquel pasado ofrecía muchas menos oportunidades de viajar para millones de personas. Es evidente que las consecuencias de la aparición de multitudes no siempre son gratas, sobre todo para la conservación, pero hay un obvio elemento de justicia, de mejora social, en semejante cambio.

Más que hacerme revivir el pasado, El círculo de los días me ha hecho volver a interesarme por lo que Stonehenge representa y por lo que pretendieron quienes lo construyeron. A este respecto lo primero que hay que decir es que Stonehenge está formado por estructuras diferentes, construidas entre, aproximadamente, 3.100 y 1.550 a. C.

Vista de Stonehenge. Foto: Wikimedia Commons

Vista de Stonehenge. Foto: Wikimedia Commons

La primera fase de la construcción —lo que se conoce como Stonehenge I— consistió en un foso y montículos, formando un círculo de 104 metros de diámetro. Siguió más tarde Stonehenge II, un círculo doble de grandes piedras rectangulares de arenisca, un proyecto que nunca llegó a completarse: se instalaron alrededor de dos tercios, que más tarde se quitaron y rellenaron. Los huecos son 56 y cuando se excavaron en la mayoría de ellos se encontraron restos de humanos cremados.

Finalmente está Stonehenge III, la que mejor se conserva, la de esa imagen millones de veces repetida con sus 30 piedras centrales, algunas coronadas por dinteles, que han resistido el paso del tiempo, con alturas que llegan a los 9 metros y pesan hasta 40 toneladas.

Se cree que las rocas más grandes proceden de Marlborough Downs, a unos 30 kilómetros al norte de Stonehenge, mientras que las más pequeñas, de unas 2 toneladas, provienen del suroeste de Gales, a más de 200 kilómetros de distancia. ¿Cómo se pudieron transportar semejantes masas desde semejantes distancias? Transportarlas y colocarlas erguidas.

Ken Follett aborda estas cuestiones, siguiendo algunas de las teorías existentes. Para mí, estas partes son lo más interesante de El círculo de los días, junto a la interpretación de los usos que se dieron a Stonehenge III, centrado en los solsticios —los momentos en que la duración del día, o de la noche, es la máxima del año (junio o diciembre)—, y en los equinoccios —cuando el día y la noche tienen la misma duración (marzo y septiembre)—, así como en el establecimiento de calendarios, tareas que controlaban un grupo de sacerdotisas.

Las historias que dan cobertura a la construcción de esa estructura, protagonizadas por agricultores, ganaderos y “hombres de los bosques”, con sus enfrentamientos debidos a sus muy diferentes modos de vida, son entretenidas, aunque encuentro que los valores y sentimientos de los que los dota Follett son demasiado cercanos a los de los humanos de ahora. Es como si los alrededor de 4.000 años que nos separan de ellos solo hubiesen pasado en lo material.

Además de la explicación relacionada con solsticios y equinoccios, se han planteado otras hipótesis sobre lo que desde el punto de vista astronómico significan las diferentes estructuras de Stonehenge.

¿Cómo se pudieron transportar semejantes masas desde semejantes distancias? Transportarlas y colocarlas erguidas

El gran astrofísico Fred Hoyle defendió que la disposición de las piedras servía para predecir eclipses solares y lunares. "Si la religión de la gente de Stonehenge —escribió en su libro de 1977 On Stonehenge— tenía que ver con la adoración del Sol y de la Luna como divinidades, como, digamos, un dios y una diosa, una representación divina del hombre y la mujer, los eclipses del Sol y de la Luna serían acontecimientos de gran importancia. Predicciones exitosas, antes de que tuvieran lugar, conferirían poder y prestigio a aquellos que comprendieran cómo se podían realizar las predicciones. Las condiciones habrían sido, por tanto, favorables al desarrollo de ideas astronómicas".

Para comprender la dificultad de entender esos posibles significados astronómicos, hay que tener en cuenta que el ángulo del eje polar (la línea imaginaria que pasa por los polos geográficos terrestres norte y sur) con la eclíptica (la superficie del círculo de la trayectoria anual del Sol contemplada desde la Tierra) ha cambiado en los 4.000 años que han transcurrido desde que se construyó. En esa época el Sol emergería del horizonte casi más de un grado al norte o al sur durante los solsticios y equinoccios de lo que sucede en la actualidad.

Dos trilitos de Stonehenge. Foto: Wikimedia Commons

Dos trilitos de Stonehenge. Foto: Wikimedia Commons

Comprender Stonehenge es un ejercicio extremadamente complejo. Además de lo ya reseñado, hay que tener en cuenta, por ejemplo, que la construcción de Stonehenge I y Stonehenge III está separada por más de 1.000 años. Y parece muy probable que Stonehenge III fuera construida por una población de distinta etnia, lenguaje, costumbres y creencias. ¿Qué pudo unir ambos pueblos con la tarea de continuar con los desmesurados trabajos de cavar hoyos y acarrear gigantescas piedras?

Por otra parte, partiendo de la idea de que carecían de una base teórica científica, es extraordinario que pudieran atesorar los conocimientos empíricos, observacionales, que les permitieron diseñar estructuras con geometrías que se ajustaban a movimientos solares y lunares.

Pensando en esto, he encontrado una posible explicación en un dato que desconocía: según el Population Reference Bureau, desde la aparición del Homo sapiens han poblado la Tierra, aproximadamente, 117.000 millones de personas. Y pensemos en el poder de observación, de buscar e imaginar respuestas, de semejante número de personas.