El escritor Edgar Allan Poe. Diseño: Rubén Vique

El escritor Edgar Allan Poe. Diseño: Rubén Vique

Entre dos aguas

La ciencia y la literatura (II): Edgar Allan Poe y el insondable y perturbador mundo científico

La vida del escritor estadounidense coincidió con los tiempos en los que su país se forjó gracias a los imparables avances tecnológicos y descubrimientos en ramas de conocimiento como la geología. 

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"Una vez, en triste medianoche,/ cuando, cansado y mustio, examinaba/ infolios raros de olvidada ciencia,/ mientras cabeceaba adormecido,/ oí de pronto que alguien golpeaba/ en mi puerta, llamando suavemente./ 'Es, sin duda —murmuré—, un visitante…'/ Solo esto, y nada más". Así comienza el célebre poema, El cuervo (1845), de Edgar Allan Poe (1809-1849). Todavía conservo la coqueta edición que la editorial Aguilar publicó en 1968 de las Narraciones completas de Poe.

En ella leí muchas veces ese perturbador poema, en el que el cuervo machaconamente repite: "Nunca más". ¿Qué querría decir con ese "nunca más" se preguntaba el joven que una vez fui. Más tarde leí que con esas palabras, Poe quería reflejar el dolor inagotable del narrador por la pérdida de su amada, dolor finalmente indistinguible de la desesperanza, o de la muerte para la que "nunca" habrá algo "más". Dolor, desesperanza, muerte que conduce a la locura. Seguramente así es como hay que interpretar el poema, pero yo siempre me fijé en los versos "cuando cansado y mustio examinaba infolios raros de olvidada ciencia".

Un libro reciente, La razón de la oscuridad de la noche. Edgar Allan Poe y cómo se forjó la ciencia en Estados Unidos (Anagrama, 2024), de John Tresch, me ha devuelto el interés por aquel escritor, poeta y muchas cosas más, de infortunada vida. Es un acierto unir el estudio de la vida y obra de Poe con la forja de la ciencia en Estados Unidos, porque durante su vida tuvieron lugar acontecimientos que apuntaban a la estrecha relación que ciencia y tecnología tendrían en el ascenso a la hegemonía mundial de ese país norteamericano.

En 1825, por ejemplo, en su primer mensaje al Congreso como presidente, John Quincy Adams realizó una de las defensas más rotundas de la ciencia jamás hecha con anterioridad por un presidente estadounidense. Entre otros puntos, señaló que, como americano, no podía sentir orgullo alguno en el hecho de que, mientras que Europa podía ufanarse de poseer 130 "faros de los cielos", no existía ninguno en todo el hemisferio norteamericano.

Tenía razón: en 1839, por poner un ejemplo, Harvard —todavía nada más que un college— no disponía de fondos para adquirir aparatos astronómicos capaces de realizar observaciones que mereciesen la pena.

Cuando, en 1843, la ola de consultas recibidas acerca del cometa visible aquel año reveló públicamente las deficiencias de la observación astronómica, en Cambridge, Massachusetts, tuvo lugar una reunión de ciudadanos, presidida por el magnate textil Abbott Lawrence, para intentar subsanar tal carencia municipal. Fruto de aquella iniciativa fue la construcción de un nuevo observatorio en 1847, al que se le dotó de un telescopio que costó 20.000 dólares. Significativamente, la pieza más importante de ese telescopio, la lente, se fabricó en Alemania.

Representativo de cuáles eran los principales intereses científicos de los estadounidenses es que en 1840 diez geólogos, la mayoría vinculados a los servicios topográficos y agrimensores estatales, se reunieron en Filadelfia para constituir una Asociación de Geólogos Americanos, que dos años después adoptaba el nombre de Asociación Americana de Geólogos y Naturalistas.

Poe fue un devoto lector de artículos y libros de astronomía, conocimientos que vertió en una de sus obras más singulares, 'Eureka'

En 1848, esta organización, ya más numerosa cambiaba su nombre adoptando, en una clara imitación de una institución existente en Gran Bretaña, el nombre de Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, que contaba inicialmente sólo con dos secciones (una dedicada a "física general, matemática, química, ingeniería civil y ciencias aplicadas en general", y otra a "historia natural, geología, fisiología y medicina").

No debe sorprender el interés por estas disciplinas; aparte de lo obvio que es la importancia dada a la medicina o a la ingeniería civil, hay que tener en cuenta que la colonización del oeste fue una de las fuerzas sociales, al igual que económicas, que dominó el periodo anterior a la Guerra Civil (1861-1865).

Para facilitar esta expansión hacia territorios apenas conocidos, y también para mejorar el conocimiento de los ya habitados, el Gobierno Federal se vio en la necesidad de apoyar trabajos en astronomía, hidrografía, geofísica, magnetismo terrestre, meteorología, topografía, geología, botánica, zoología y antropología. Estas disciplinas, indispensables para conocer la geografía física y humana de la nación, fueron las únicas sustentadas entonces por el Gobierno.

Las ciencias en las que predominaba el trabajo de laboratorio, en las que los descubrimientos se realizaban en tubos de ensayo en lugar de en distantes montañas, no se encontraban entre los intereses del Gobierno.

Poe compartió el interés por muchas de las anteriores disciplinas, especialmente por la astronomía, que compartieron otros poetas. Así, Pablo Neruda se preguntaba "¿Y dónde termina el espacio/ se llama muerte o infinito?", o "¿Con qué estrellas siguen hablando/ los ríos que no desembocan?".

Poe fue un devoto lector de artículos y libros de astronomía, conocimientos que vertió en una de sus obras más singulares, Eureka (1847). En el prólogo que escribió Julio Cortázar para su propia traducción del libro, decía: "La ya insana incomunicación de Poe con el mundo inmediato, la 'locura' inminente que lo precipitaría a la muerte, pueden registrarse de manera dramática en las circunstancias exteriores a la composición de Eureka, e indirectamente en la obra en sí, en la medida en que su sagacidad y lucidez intelectual funcionan en el vacío, orgullosamente seguras de descubrir por sí solas las realidades últimas, con un mínimo de datos físicos y corroboraciones científicas".

Cometía Poe el error de tantos otros: creer que con solo el pensamiento podemos descubrir las leyes que gobiernan el comportamiento de los fenómenos naturales y del conjunto del Universo. Es absolutamente necesario mirar y medir lo que sucede. Esto fue lo que hicieron, por ejemplo, Kepler y Newton, a los que Poe prestaba especial atención en Eureka.

Es posible aventurar que algunas de las raíces del fondo perturbador, insondable de los escritos de Poe, se hallen precisamente en la ciencia, a la que dedicó un soneto (1830), que comenzaba con los siguientes versos: "¡Ciencia! ¡Oh, hija del tiempo que eres/ y todo lo alteras con tus ojos escrutadores!/ ¡Qué buscas en el corazón del poeta, buitre,/ con la dura realidad de tus miembros voladores!".

Ciertamente, "ojos escrutadores" que todo lo alteran. Pero lo que la ciencia busca es muy sencillo: la Verdad, la de todos, no la personal, por mucho que nos conmueva y agradezcamos, de los poetas.