Donald Trump y Deborah Birx decretan la emergencia nacional ante la covid, el 13  de marzo de 2020. Montaje: Rubén Vique

Donald Trump y Deborah Birx decretan la emergencia nacional ante la covid, el 13 de marzo de 2020. Montaje: Rubén Vique

Entre dos aguas

La ciencia en la Administración Trump: confianza acérrima en un activista antivacunas

El nombramiento de Robert F. Kennedy Jr. como secretario del Departamento de Salud augura un continuismo con lo que vimos durante el anterior mandato. 

Más información: Elogio de la ciencia: no da felicidad, pero sí dignidad

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A lo largo del siglo XX se hizo patente que para que avance la ciencia se necesita el apoyo y la financiación pública gestionada a través de políticas gubernamentales. Para hacerlo con conocimiento de causa, tanto durante la Segunda Guerra Mundial (en la que la física en particular había demostrado su valor, especialmente con el radar y la bomba atómica) como después, las naciones que poseían un mayor potencial investigador recurrieron a científicos. Así sucedió en Estados Unidos, Reino Unido y también en Francia.

En el Reino Unido, ejemplos en este sentido son los de Frederick Lindemann, catedrático de Física y director del Laboratorio Clarendon de la Universidad de Oxford, al que, cuando llegó a primer ministro en 1940, Winston Churchill nombró asesor científico principal del Gobierno; o el del especialista en la teoría de la relatividad general, Hermann Bondi, catedrático en el King’s College de Londres, que desempeñó el mismo puesto, pero en el Ministerio de Defensa, entre 1971 y 1977.

En Francia, en junio de 1936, Irène Joliot-Curie, una de las dos hijas de Marie y Pierre Curie, que el año anterior había recibido junto a su esposo, Frédéric Joliot, el Premio Nobel de Química, fue nombrada subsecretaria de Estado para investigación científica (permaneció en el cargo hasta septiembre de 1936), mientras que, al terminar la Segunda Guerra Mundial, Frédéric fue nombrado director del CNRS (Centro Nacional de la Investigación Científica), siendo después el primer comisario del Gobierno francés para la Energía Atómica.

Mucho antes, por cierto, a finales del siglo XVIII, Napoleón se había rodeado de científicos (Monge, Fourier, Berthollet, Laplace, Cuvier, Saint-Hilaire…), tanto en su gobierno como en sus famosas expediciones a Egipto e Italia.

Pero es en Estados Unidos donde más se ha notado la presencia de científicos participando en las tareas de gobierno. Un primer ejemplo destacado es del ingeniero y científico Vannevar Bush, al que el presidente Franklin D. Roosevelt nombró en 1940, diez días después de la caída de Francia, director de un Comité para la Investigación de la Defensa Nacional, cuyo objetivo era buscar nuevas formas de aplicar la ciencia a las necesidades de la guerra, y posteriormente, en 1941, medio año antes de que su país entrase en la contienda, director de una Oficina de Investigación y Desarrollo Científico.

Bush es recordado también por un famoso informe que le encargó Roosevelt, pero que recibió en julio de 1945 Truman, “Ciencia, la frontera sin fin. Informe al Presidente sobre un Programa para la Investigación Científica en la Postguerra”.

El caso de Bush pertenece sobre todo al ámbito de la estructura gubernamental, no a una relación directa de asesoramiento al presidente. Esta figura se creó después de que la Unión Soviética lanzase el 4 de octubre de 1957 el primer satélite artificial, el Sputnik, que socavó la confianza estadounidense en su liderazgo en ciencia y tecnología y alertó sobre el peligro que esto representaba.

Reflejo de la importancia que Clinton dio a la ciencia fue su asistencia a la presentación del primer mapa del Genoma Humano

La reacción inmediata del presidente Eisenhower fue llamar a la Casa Blanca a James Killian, presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y formar un grupo que incluía a los físicos Isidor Rabi y Hans Bethe, premios Nobel de Física en, respectivamente, 1944 y 1967. Lo que Eisenhower deseaba era que evaluasen los programas espacial y de defensa, así como que le aconsejasen acerca de cómo reforzar la ciencia y tecnología estadounidenses.

En aquella reunión, Rabi argumentó que el presidente necesitaba en su equipo un “sobresaliente asesor científico a tiempo completo”. Killian estuvo de acuerdo y sugirió la creación de un pequeño comité de científicos que aconsejase al presidente sobre cuestiones científicas y tecnológicas cruciales, siguiendo el modelo del Consejo de Asesores Económicos.

El 7 de noviembre de 1957, Eisenhower anunció la designación de Killian para el nuevo puesto de ayudante del presidente para ciencia y tecnología, así como la ampliación y el trasladado a la Casa Blanca del ya existente Comité Científico de la Oficina de Movilización para la Defensa. El 1 de diciembre, el Comité ya había sido reorganizado, formado por 22 miembros y con Killian como director fue denominado como Comité Asesor del Presidente para la Ciencia.

Con diferencias, que se explican por las ideas y las políticas que sostuvieron en investigación científica y desarrollo tecnológico –Nixon, por ejemplo, sospechaba del criterio y lealtad de los científicos–, ese Comité Asesor se mantuvo durante los mandatos de John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Reflejo de la importancia que Clinton y Obama dieron a la ciencia fue su presencia en, respectivamente, la presentación del primer mapa del Genoma Humano y del proyecto de un mapa del cerebro.

Y así llegamos a Donald Trump, a su primer mandato (2017-2021), que coincidió con la pandemia de la Covid-19. Da buena idea del respeto que Trump tenía por los científicos lo que cuenta Deborah Birx en su libro Silent Invasion (HarperCollins, 2022). Birx había trabajado para el gobierno federal más de cuarenta años, la mayor parte de ellos investigando sobre el VIH y combatiendo por todo el mundo esta y otras pandemias, y cuando comenzó la pandemia del coronavirus le pidieron que se uniera a la Administración Trump para luchar contra ella.

“‘Señor presidente, esto no es la gripe –recuerda Birx que dijo al presidente el 2 de marzo de 2020–. Esto es mucho más serio que la gripe. Tenemos que preparar nuestra respuesta de manera diferente’. Él levanta su mano. Sonríe con esa mueca simplista. Yo me callo. Es mi comandante en jefe. ‘Bien, la gente con la que estoy hablando me dice que esto no va a ser peor que la gripe’, dice. ‘Sr. presidente, no sé con quién está hablando usted, pero tengo evidencia que apoya totalmente la conclusión que este brote no va ser igual que la gripe estacional o que incluso una pandemia de gripe. Este virus es muy mortal’. ‘Bien, estos son buenas personas. Personas listas. Confío en estas personas. Saben lo que están diciendo’”.

Ahora, en el albor de un nuevo mandato, también parece que confía en Robert F. Kennedy, Jr, activista antivacunas al que pretende nombrar secretario del Departamento de Salud.