Fotografía de John von Neumann para el laboratorio de Los Álamos (EE.UU.)

Fotografía de John von Neumann para el laboratorio de Los Álamos (EE.UU.)

ENTRE DOS AGUAS

El relato de 'MANIAC' desata la fiebre por el matemático John von Neumann

El libro de Benjamín Labatut nos habla de lo racional e irracional en la época dorada de la física con lecturas y lecciones para la actualidad.

29 diciembre, 2023 02:34

A Luis Fernández-Galiano, que siempre va un paso por delante.

Hay libros que parecen haber sido escritos para uno. Esto puede ocurrir por causas muy diferentes: novelas que cuentan historias que se parecen a las que se han vivido, o se han soñado vivir; poesías que remueven sentimientos que yacían escondidos en los rincones más profundos de nuestro ser; o acaso ensayos que defienden ideas que siempre quisimos promover pero que no fuimos capaces de hacerlo.

La lectura de MANIAC (Anagrama, 2023), de Benjamín Labatut, del que disfruté una obra anterior, Un verdor terrible (Anagrama, 2020), ha tenido ese efecto en mí. Está centrada en el matemático –y experto en ramas diversas de ciencia y tecnología, entre ellas el diseño de una de las primeras computadoras electrónicas programables, MANIAC, por sus siglas en inglés– de origen húngaro John von Neumann (1903-1957), cuya historia y aportaciones conozco bien: el “Estudio preliminar” que escribí para la edición de su libro Fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2018) ocupa 110 páginas.

Asimismo, –y perdónenme la presunción– sé bastante de la mayor parte de los personajes que aparecen en el libro, entre ellos su amigo de infancia, el Premio Nobel de Física Eugene Paul Wigner, al que llegué a conocer y del que guardo con cariño su libro Symmetries and Reflections (1967), que me dedicó con las siguientes palabras (traducidas del inglés): “Me ha alegrado ver que tiene este libro y que acaso le haya gustado algo de él. ¡Eso espero!”.

Von Neumann fue un “halcón”, un firme defensor de la necesidad de combatir a los comunistas, incluso utilizando si fuera necesario armamento atómico

Palabras amables y sencillas de un hombre extremadamente educado, además de ser un físico extraordinario. Pero no se debe confundir la amabilidad y sencillez con otros rasgos de la personalidad, porque Wigner, a semejanza de Von Neumann, fue lo que se suele denominar un “halcón”, un firme defensor de la necesidad de combatir a los comunistas, incluso utilizando si era necesario armamento atómico, postura que tuvo mucho que ver con el hecho de que los comunistas tomaran el poder en Hungría en 1919. Aquel régimen duró únicamente 130 días, pero fue suficiente para que ninguno de los dos lo olvidara.

En el campo de las ciencias físico-matemáticas, Hungría aportó en aquella época, además de a Von Neumann y Wigner, otras luminarias, como Leo Szilard (1898-1964), que adelantó la idea de la posibilidad de fabricación de bombas atómicas; Edward Teller (1908-2003), el verdadero padre de la bomba de hidrógeno; Georg von Hevesy (1885-1966), Premio Nobel de Química; George Pólya (1887-1985), matemático y didacta notable, y Michael Polanyi (1891-1976), físico-químico de gran nivel.

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Se da la circunstancia de que, salvo Pólya, los demás estudiaron en el mismo colegio, la Minta, que Von Neumann y Wigner. Asimismo, todos, antes o después, abandonaron Hungría, instalándose la mayoría de ellos en Estados Unidos o Inglaterra. Y no he mencionado a otro húngaro, de una generación anterior, que influyó enormemente en la política aeronáutica militar de Estados Unidos, el ingeniero Theodore von Kármán (1881-1963). De hecho, la política militar estadounidense de los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial no puede entenderse sin tomar en consideración la influencia de Von Kármán, Von Neumann y Teller.

Al comenzar a leer el libro de Labatut, ya su primer capítulo, “PAUL o El descubrimiento de lo irracional”, despertó en mí recuerdos de intereses lejanos pero nunca abandonados. “PAUL” es el físico austriaco Paul Ehrenfest (1880-1933). Cuenta Labatut la historia del suicidio de Ehrenfest, inmediatamente después de haber disparado a su hijo Vassily de catorce años, con síndrome de Down, que tardó unas horas en fallecer.

En mis estudios sobre la historia de la física cuántica, al igual que en los de la vida y obra de Albert Einstein, me he encontrado con frecuencia con Ehrenfest, y puedo entender con facilidad la frustración, los sentimientos de agonía que le debieron embargar, al darse cuenta de que sus aportaciones a la física no se podían comparar en modo alguno con las de aquellos que, como él, estaban creando lo que sería la mecánica cuántica.

Él, íntimo amigo de Einstein, sucesor en la cátedra de Leiden del muy reverenciado Hendrik Lorentz, no era como ellos, aunque su nombre haya dejado algún rastro en aquella magna empresa colectiva que cambió el mundo, y no sólo el científico. Su gran habilidad era explicar con claridad lo que esos gigantes de la física estaban produciendo. Y, para algunas personas, no hay mayor drama que darse cuenta de las limitaciones propias.

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En la ciencia, al igual que en cualquier otra profesión, se encuentran historias de este tipo, dramas personales. Otra historia, otro drama inolvidable que también se menciona en MANIAC es el de Ludwig Boltzmann (1944-1906), este sí un gigante de la física, también austriaco, autor de contribuciones seminales a la mecánica estadística, como la interpretación probabilista de la entropía, que se suicidó en Trieste, al parecer por no poder soportar la oposición a la idea de que los átomos existían, idea que él defendió durante toda su carrera.

Vuelvo atrás. Decía que conozco bien las historias de la mayor parte de los protagonistas de MANIAC, pero con dolor confieso que habría sido incapaz de escribir semejante libro. La maestría de Labatut enlazando situaciones, imaginando pensamientos de esos protagonistas y, más aún, llevando la trama hasta el presente en el que la inteligencia artificial se abre paso imparable, es algo que no es accesible a este historiador de la ciencia, que sabe reconocer, creo, la excelencia literaria y profundidad intelectual.

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Amamos y valoramos la buena literatura, esa que trasciende las vivencias personales, una ola, o moda, demasiado frecuente, demasiado repetida en la actualidad. Por lo mucho que nos enseña, MANIAC pertenece a esa familia de la buena literatura. La última parte, “Lee o Los delirios de la inteligencia artificial”, es fascinante a la vez que estremecedora.

Cuenta la historia del campeón de Go, el juego chino, Lee Sedol (surcoreano), y las partidas que libró contra la máquina “inteligente” de DeepMind, AlphaGo, que lo derrotó. Y termina con la nueva versión, AlphaZero, que no necesita datos de experiencias humanas, simplemente se le dieron las reglas y luchó contra sí misma. “En un abrir y cerrar de ojos –escribe Labatut– evolucionó hasta ser imbatible”. Por ahora se limita a jugar al Go, al ajedrez y al shogi.

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