Fotogramas de la película 'Fuera de control', de Beatriz Caravaggio, encargo de la Fundación BBVA

Fotogramas de la película 'Fuera de control', de Beatriz Caravaggio, encargo de la Fundación BBVA

ENTRE DOS AGUAS

La energía nuclear se enfrenta a nuestros peores demonios: ¿puede gestionarse?

Sánchez Ron analiza su poder de destrucción a raíz del documental 'Fuera de control', realizado por Beatriz Caravaggio y la Fundación BBVA

16 junio, 2023 03:16

En uno de mis libros, El poder de la ciencia (Crítica), dediqué bastantes páginas al descubrimiento de la fisión del uranio (1938) y a las investigaciones destinadas a su aplicación para la fabricación de bombas de extraordinaria potencia, trabajos que culminaron mediante el Proyecto Manhattan en las bombas atómicas que se lanzaron en agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki. Me ocupé, asimismo, de algunas de sus consecuencias, comenzando por la reacción y logros de la Unión Soviética, que en agosto de 1949 hizo explotar su primera bomba nuclear, y continuando con la génesis de la fabricación de la bomba de hidrógeno.

Entre las cuestiones que exploré se encuentra la forma en que se seleccionaron los objetivos de los dos lanzamientos sobre Japón. Encontré que con tal fin se celebraron en abril y mayo de 1945 varias reuniones de un Comité de Objetivos, del que formaban parte militares y científicos (entre estos últimos, Robert Oppenheimer y John von Neumann). El comité seleccionó inicialmente cuatro objetivos: Kioto, Hiroshima, Yokohama y el arsenal de Kokura, añadiendo Niigata como reserva. Las consideraciones que se manejaron para efectuar la selección fueron diversas.

Por una parte se deseaba lanzar las bombas sobre ciudades –no sobre centros industriales, demasiado pequeños y dispersos– que no estuviesen muy dañadas por bombardeos previos (de Tokio prácticamente solo quedaba en pie el palacio imperial). También se manejó la idea de que el objetivo afectase lo más posible a la moral de los japoneses. Asimismo, en palabras del director del Proyecto Manhattan, el general Leslie Groves, se pretendía que “el primer blanco fuese de tal tamaño que el daño quedase confinado dentro de él, de manera que pudiésemos determinar claramente el poder de la bomba”.

En aquellas pruebas nucleares no hubo por parte de los países implicados ningún tipo de ingenuidad o ignorancia

Otra restricción era que las bombas deberían ser lanzadas visualmente, sin ayuda del radar; además, para minimizar las posibilidades de perder un “envío” tan valioso, era conveniente dirigir la bomba hacia el centro de la ciudad y no al extrarradio, donde todo estaba más disperso. Y salvando los requisitos anteriores, el objetivo debía tener algún significado militar.

El 28 de mayo se decidía que el orden de los objetivos fuese: Kioto, la antigua capital imperial, Hiroshima y Niigata. Finalmente, se prescindió de Kioto; sus numerosos tesoros artísticos y lo que significaba para Japón podía producir un excesivo resentimiento entre los japoneses, inclinándolos, en la difícil posguerra que se avecinaba, hacia los soviéticos. Como alternativa se introdujeron Kokura y Nagasaki.

Tras el lanzamiento de las bombas y la observación de la devastación ocasionada, comenzaron a plantearse algunos escenarios posibles. A mediados de septiembre, un grupo de científicos y otras personalidades fueron invitados a una Conferencia sobre el Control de la Energía Atómica organizada por la Universidad de Chicago. Glenn T. Seaborg, el descubridor del plutonio, que asistió a la reunión, anotó en su diario algunas de las ideas que se discutieron entonces.

El 19 de septiembre, señalaba, Leó Szilárd, uno de los científicos que más hizo por poner en marcha el proyecto nuclear estadounidense, sugería “un plan de diez años mediante el cual 60 millones de americanos serían reinstalados al coste de 15.000 millones anuales. Para disminuir su vulnerabilidad, las nuevas ciudades deberían ser rectángulos alargados, de una milla de ancho y cincuenta de largo, y albergar entre 100.000 y 500.000 personas cada una. Alguien avisó que semejante dispersión podría constituir un casus belli porque podría indicar que estábamos preparándonos para acciones militares”.

Ejemplos como los anteriores muestran, tanto los fríos análisis que se llevaron a cabo, como la confusión reinante ante el nuevo mundo político-militar y tecnológico que había surgido. Pero la impresión que saqué por entonces de tales ejemplos no fue tan devastadora como la que me ha producido recientemente la película Fuera de control. Informes sobre la bomba atómica, resultado de un encargo de la Fundación BBVA a la videoartista Beatriz Caravaggio, como parte del Programa conjunto de Videoarte entre el Museo de Bellas Artes de Bilbao y la propia Fundación. (La película, que se exhibe en un novedoso formato multicanal, se puede ver en la sede madrileña de la Fundación hasta diciembre de este año; posteriormente irá al museo bilbaíno.)

El hilo conductor de Fuera de control son las pruebas nucleares que se llevaron a cabo posteriormente por países como Estados Unidos, la antigua Unión Soviética, Reino Unido, Francia o China, que junto a India, Pakistán y Corea del Norte, más, sin duda, aunque no lo reconozca, Israel, forman parte de ese, para mí abominable, “Club nuclear”.

Las imágenes de esas pruebas –que incluyen la famosa “Trinity”, previa a Hiroshima, que se realizó en Nuevo México el 16 de julio para comprobar si la bomba de plutonio funcionaba–, a las que acompañan otras, terribles, en las que se ve el daño que las bombas lanzadas sobre Japón produjeron en personas y edificios, imágenes que Beatriz Caravaggio ha rescatado de diversos archivos, me han producido un efecto mucho más impactante que todo lo que había estudiado anteriormente. No sentí semejante desgarro cuando escribí mi “versión de los hechos”.

A este “desgarro emocional” lo ha acompañado la irritación, la indignación, la desolación, al constatar a través de esas imágenes que en aquellas pruebas nucleares no hubo por parte de los países implicados, con Estados Unidos a la cabeza, ningún tipo de ingenuidad o ignorancia de las consecuencias, sino fríos análisis racionales, “científicos”.

Las recreaciones con maniquíes de reuniones familiares en casas construidas a tal fin, los vehículos que transportaban a otros maniquíes, o los animales vivos que emplearon para estudiar los efectos de algunas de esas pruebas, efectos que se comprobaron devastadores, no impidieron que prosiguiese la carrera por tener más y mejores bombas atómicas. Y no se trató solo de maniquíes, construcciones, vehículos o indefensos animales: en una de las pruebas se dispuso que tropas militares avanzaran tras la detonación de la bomba para un simulacro de toma del territorio bombardeado, un territorio bañado de radiación.

Desgraciadamente, no creo que testimonios tan extraordinarios, a la vez que lacerantes, como el que ahora nos ofrecen Beatriz Caravaggio y la Fundación BBVA, permitan vislumbrar, como debería ser, un futuro mejor en el dominio de la amenaza nuclear. De lo único que estoy seguro es que nos confrontan con uno de nuestros peores demonios.

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