Image: Steiner y el piano de Darwin

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Steiner y el piano de Darwin

15 enero, 2016 01:00

Charles Darwin

Steiner, Helmholtz, Oliver Sacks y Darwin son algunos de los nombres que José Manuel Sánchez Ron menciona para hablar de la importancia de la música en el ser humano. La armonía, los sonidos elementales y sus efectos en nuestro cerebro convierten esta experiencia en una constante de nuestra cultura.

En una entrevista, el ensayista, crítico, filósofo y algunas cosas más, George Steiner manifestó, orgulloso, que poseía el piano que había pertenecido a Charles Darwin. Puedo comprender perfectamente su orgullo ante semejante posesión, que aúna la música con Darwin. Sobre la primera, en su libro más personal, Errata (1997), Steiner escribió: "Es la música la que puede invadir y regir la psique humana con una fuerza de penetración comparable, tal vez, sólo a la de los narcóticos o a la del trance referido por los chamanes, los santos y los místicos". Y añadía: "¿Qué explicación tenemos para una experiencia que es a un tiempo profundamente familiar, banal, cotidiana, y que se encuentra ‘más allá de las palabras' -lo que equivale a decir más allá de la explicación lógico-racional-? Las tonalidades y las modulaciones musicales parecen estimular ciertos estados de ánimo o emociones. Pero ¿es ello principalmente cuestión de convención histórica, de domesticada expectación?".

Steiner aludía a que "los intentos de desarrollar una psicología, una neurología y una fisiología de la influencia de la música sobre el cuerpo y la mente se remontan a Pitágoras y la magia terapéutica", pero no iba más allá. Sin embargo creo que merece la pena comentar algo más esta cuestión, ya que la música reúne características científicas que pocas otras artes, si es que alguna, poseen. Recordemos que, siguiendo la estela de la escuela pitagórica, que identificó las relaciones que existen entre la longitud de una cuerda vibrante y las notas musicales, y hasta bien pasada la Edad Media, la música constituía, junto a la aritmética, la astronomía y la geometría, el quadrivium, entonces uno de los pilares de la educación superior. La larga tradición que unió a la música con las ciencias, con las matemáticas, la acústica y la fisiología especialmente, culminó en el mayúsculo tratado (originalmente en alemán), Sobre las sensaciones de tono, como una base fisiológica para la teoría de la música (1863), de Hermann von Helmholtz, uno de los gigantes de la ciencia decimonónica. En las primeras líneas de esa obra, Helmholtz expresó sus intenciones: "En este trabajo se intenta conectar las fronteras de dos ciencias que, aunque vinculadas entre sí por muchas afinidades naturales, hasta ahora han permanecido separadas en la práctica. Me refiero a las fronteras de la acústica física y fisiológica por un lado, y de la ciencia y estética musical por otro". Ahora bien, una cosa es conocer la estructura física y fisiológica y otra comprender el efecto que produce en nosotros.

Una respuesta habitual al problema de las sensaciones placenteras que la música produce cuando la escuchamos reside en la armonía, concepto que es posible interpretar, en parte, en base físico-matemática, como conjuntos de ondas sonoras que fluyen sin ser perturbadas, igual que cuando son emitidas individualmente. Por cierto, este hecho sirve para entender la diferencia entre la música y la pintura. La luz es, como el sonido, una onda; más concretamente, un conjunto de ondas de diferentes longitudes de onda, que producen en el ojo la sensación de color: el rojo está asociado a la longitud de onda más larga, viniendo después el naranja, el amarillo, el verde, el azul y el violeta. Pero el ojo no puede descomponer los sistemas compuestos de varias ondas luminosas de diferentes frecuencias; esto es, distinguir un color de otro de ese conjunto, sino que lo experimenta como una sensación única. Justo lo contrario es lo que le sucede al oído, que sí puede distinguir los sonidos "elementales".

Sin embargo, la música es algo más que un conjunto de sonidos armónicos. Recurriendo de nuevo a Helmholtz, esta vez a una conferencia que pronunció en 1857, decía: "El fenómeno de un tono agradable, determinado sólo por los sentidos, no es por supuesto sino el primer paso hacia la belleza en la música. Ya que para alcanzar esa gran belleza que atrae al intelecto, la armonía o la falta de ella son únicamente medios, aunque medios esenciales y poderosos". Para entender el efecto de la música en nosotros es preciso tener en cuenta también, como decía Steiner, los "estados de ánimo o emociones" humanas. Y ahí entramos en el territorio de las ciencias neurológicas, en el que todavía queda mucho por saber. Recomiendo la lectura de un libro, Musicofilia (2007), de Oliver Sacks, en el que, utilizando una serie de casos clínicos, indagó sobre las sorprendentes y muy poderosas manifestaciones musicales en personas con determinados desordenes neuronales. Su experiencia le llevó a reconocer que "nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos, están exquisitamente afinados para la música", aunque reconocía que todavía no sabemos "hasta qué punto esto se debe a las características intrínsecas de la propia música y hasta qué punto obedece a resonancias especiales, sincronizaciones, oscilaciones, excitaciones mutuas, o retroalimentaciones en el circuito nervioso inmensamente complejo y de muchos niveles que subyace a la percepción musical y la reproduce".

La presencia de la música en todo tipo de culturas humanas, no importa cuánto retrocedamos en el tiempo (se han encontrado en cuevas prehistóricas, flautas, hechas a base de huesos y cuernos de reno, junto a utensilios de pedernal y restos de animales extinguidos), así como en otras especies animales (los pájaros, por ejemplo), hizo que fuese imperativo para Darwin ocuparse de ella en sus estudios sobre la evolución de las especies. Fue en su libro de 1871, The Descent of Man (El origen del hombre), donde explicó sus ideas al respecto. "La percepción", escribió allí, "si no el disfrute, de cadencias musicales y de ritmos es probablemente común a todos los animales, y sin duda depende de la naturaleza fisiológica común de sus sistemas nerviosos". Ante el problema de "la capacidad y el amor por el canto o la música", Darwin pensaba que "el principal objetivo y, en algunos casos exclusivo, parece ser llamar o cautivar al sexo opuesto". Otra cosa era por qué "los tonos musicales en un orden y ritmo determinados resultan agradables al hombre y a otros animales", cuestión a la que no podía dar respuesta, "como no podemos darla de lo agradables que pueden resultar determinados olores y sabores".

Está claro que Darwin no poseía respuestas convincentes, lo que no nos debe sorprender puesto que tampoco se tienen muchas en la actualidad. Incluso no existe consenso sobre si las percepciones y reacciones ante la música son parecidas en los humanos y en otras especies. Se ha señalado, por ejemplo, que una de las características de los humanos es su capacidad para sincronizar sus movimientos a acordes musicales, habilidad ausente en otras especies (en los perros, por ejemplo). Puede, sin embargo, que no sea siempre así: algunas investigaciones han mostrado que los leones marinos pueden aprender a sincronizar sus movimientos con acordes musicales.

Por cierto, Steiner debería saber que el piano del que presume perteneció en realidad a Emma, la esposa de Darwin, que era una consumada pianista (se dice que incluso recibió algunas clases de Chopin). Practicaba todos los días, sin que, al parecer, su marido, que estaba muy poco dotado para la música, protestase.