Miguel Delibes de Castro durante el HAY Festival 2025 en Segovia. Foto: Javier Segovia

Miguel Delibes de Castro durante el HAY Festival 2025 en Segovia. Foto: Javier Segovia

Ciencia

Miguel Delibes de Castro: "La batalla del clima está perdida, lo que nos queda es aprender a adaptarnos"

Premiado por las mismas instituciones que critica, el biólogo, hijo de Miguel Delibes, acusa a los partidos de usar la naturaleza como moneda de cambio.

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Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947) carga con un apellido literario y con una vida entera dedicada a la ciencia. Zoólogo, divulgador y referente indiscutible en la conservación del lince ibérico y de Doñana, ha transitado durante décadas entre la investigación y la denuncia pública, entre la paciencia del laboratorio y la crudeza de la política ambiental.

Director de la Estación Biológica de Doñana entre 1988 y 1996 y presidente de su Consejo de Participación durante más de una década, ha vivido desde dentro la degradación de uno de los enclaves naturales más valiosos de Europa, convertido hoy en escenario de enfrentamientos políticos y económicos.

Premiado con el Nacional de Medio Ambiente y condecorado con la Medalla de Andalucía, no ha dudado en usar esos mismos reconocimientos como arma contra las instituciones que se los otorgaban, recordando que Doñana "no puede ser moneda de cambio".

Su discurso es sereno, pero incendiario; reflexivo, pero implacable. Heredero de un apellido que asocia literatura y naturaleza, Delibes de Castro reclama con la misma vehemencia que su padre, el escritor Miguel Delibes, un relato cultural capaz de reconciliar progreso y conservación.

Nos encontramos en el Hay Festival 2025 en Segovia, donde lo entrevisté tras una de sus charlas más concurridas. Allí, entre conversaciones sobre literatura, ciencia y política, Delibes habla con la misma calma y firmeza con la que ha defendido durante medio siglo a Doñana y al lince ibérico.

Pregunta. Su apellido nos remite inevitablemente a la literatura. ¿Cómo convive la herencia cultural de su padre con su propia trayectoria como científico?

Respuesta. Muy bien, de una forma muy natural. Cuando éramos más jóvenes, a mis hermanos y a mí nos pesaba un poco el apellido Delibes, porque te hacían dudar de que lo que tú hacías tuviera mérito. Recuerdo en el colegio que algunos decían: "Siendo hijo de tu padre, tendrías que hacerlo mejor", y otros en cambio aseguraban: "Como eres Delibes, aprobarás".

»Con el tiempo, cada uno nos fuimos asentando en nuestro trabajo y ahora lo llevamos con orgullo. Hemos aprendido mucho de él, y hasta hemos trabajado juntos en algunos momentos. En mi caso, en el ámbito del medio ambiente, literatura y naturaleza no están tan alejadas como parece.

P. Usted ha contado alguna vez cómo su padre se enfrentaba a la censura durante el franquismo. ¿Cómo lo recuerda?

R. Con mucha admiración. Yo era un niño, pero me impresionaba verlo discutir con los censores. Mi padre trabajaba en El Norte de Castilla y sufría cortes constantes en sus artículos. Recuerdo que volvía a casa enfadado y nos explicaba: "Me han tachado esto porque dicen que incita al pesimismo". También viví cómo se plantó cuando le ofrecieron premios amañados.

»Decía: "No puedo aceptarlo, porque entonces pierden los que se presentan de buena fe". Esa coherencia le costó disgustos, pero también nos dejó un ejemplo imborrable.

P. ¿Y qué influencia tuvo eso en su manera de entender la ciencia y el compromiso público?

R. Muchísima. Aprendí que no basta con investigar en un despacho: hay que dar la cara. En mi trabajo con Doñana, cuando denunciaba abusos o me enfrentaba a políticos, siempre pensaba en su ejemplo. Si él fue capaz de enfrentarse a la censura en plena dictadura, ¿cómo no iba yo a decir lo que pensaba en democracia?

P. ¿Le marcó también en lo personal?

R. Claro. Una vez vimos juntos El puente sobre el río Kwai. Yo tendría nueve años y le pregunté: "¿El coronel inglés es bueno o malo?". Y él me respondió: "Las personas somos mucho más complicadas; hay que entender sus razones". Esa frase se me grabó. También la recuerdo cuando tenía que juzgar a políticos, agricultores o empresarios en Doñana: nadie es solo bueno o malo, hay que entender las razones de todos.

Miguel Delibes después de su charla en el HAY festival. Foto: Jorge Segovia

Miguel Delibes después de su charla en el HAY festival. Foto: Jorge Segovia

P. En España, la palabra “progreso” suele chocar con la de “conservación”. ¿Cómo se construye un relato que no enfrente a la ecología con la modernidad?

R. Mi padre lo dijo con claridad en su discurso de ingreso en la Real Academia, hace ya cincuenta años: "Defender la naturaleza es progresar y destruirla es retroceder. Saber parar es progresar". Sonaba raro entonces, hoy empieza a asumirse. Es cierto que como especie hemos progresado explotando la naturaleza: vivimos más, mejor alimentados, con más salud. Pero ese progreso tiene un límite, y la ciencia nos dice que estamos chocando contra él. Hoy progresar significa saber parar. Y eso es dificilísimo, porque va contra nuestra herencia cultural y biológica.

P. ¿Cree que la Agenda 2030 puede llegar a cumplirse?

R. Es una utopía, pero una utopía necesaria. ¿Quién puede oponerse a objetivos como agua dulce para todos o erradicar la pobreza? Sabemos que no se cumplirá al pie de la letra, pero deberíamos abrazarla como guía moral. Lo dramático es que, mientras tanto, crece la polarización y resurgen los discursos nacionalistas que erosionan la idea de que somos un solo planeta. Sin ese sentimiento de comunidad global, la lucha ambiental se vuelve mucho más difícil.

P. Usted ha dicho que hoy en España defender el medio ambiente es más difícil que hace diez años. ¿Por qué?

R. Porque estamos ya en plena evidencia del cambio climático y, aun así, crecen los negacionistas. En Valladolid, en Doñana, en Madrid, las temperaturas han subido tres grados en cuarenta años. Los incendios de 2025 fueron imparables no por pirómanos, los había también en 2024, sino por las condiciones extremas de calor y sequedad. Y sin embargo, partidos que niegan la crisis climática suben en las encuestas. Es frustrante.

P. ¿La democracia, tal como funciona hoy, es incompatible con la protección de la naturaleza?

R. No debería, pero a menudo lo parece. Se lo dije en el Parlamento de Andalucía: "Ustedes cobran para resolver nuestros problemas, no los suyos". La política española se ha instalado en la inmediatez, en el cálculo electoral. Ese cortoplacismo es letal. Europa fue en otros tiempos un ejemplo, capaz de defender Kioto a contracorriente. Hoy no creo que tuviera esa valentía.

P. Usted dirigió la Estación Biológica de Doñana y presidió su Consejo de Participación. ¿Qué sintió al verla convertida en un campo de batalla político?

R. Dolor, tristeza, incluso enfermedad. Durante 14 años presidí un órgano donde estaban todos: políticos, ecologistas, empresarios, sindicatos. Mi obligación era defender Doñana, incluso frente a quienes me habían nombrado. La Junta me concedió la Medalla de Andalucía, y yo la usé para criticarles. Esa tensión me pasó factura: fiebre, insomnio, herpes.

»El día que se firmó el acuerdo entre Moreno Bonilla y Teresa Ribera, me aplaudieron todos. Yo bromeé: "Creo que me he muerto, por la cantidad de piropos". Pero esa misma noche dimití.

Miguel Delibes firmando libros en el HAY festival. Foto: Javier Segovia

Miguel Delibes firmando libros en el HAY festival. Foto: Javier Segovia

P. El PP llegó a denunciarle en varias ocasiones. ¿Qué buscaban con ello?

R. Me acusaron de parcialidad, de estar al servicio del Gobierno central y no de Andalucía. Llegaron a pedirme la dimisión. Esa estrategia buscaba deslegitimar al Consejo y desgastarme personalmente. Lo viví con mucha dureza: pasé años recibiendo ataques en prensa, en el Parlamento andaluz y en foros públicos. Pero nunca me arrepentí: mi deber era defender Doñana, no agradar a los partidos.

P. ¿Se sintió utilizado políticamente por unos y por otros?

R. Muchas veces. Cuando criticaba a la Junta, desde el Gobierno central me aplaudían. Y cuando señalaba errores del Gobierno, desde Andalucía me felicitaban. Eso convertía mis palabras en munición partidista. Yo quería ser árbitro, no jugador.

P. Los agricultores ilegales de Doñana han sido un tema recurrente. ¿Cómo se enfrenta un científico a esa presión social?

R. Con enorme dificultad. Entiendo que hay familias que dependen de esos cultivos, pero la ilegalidad no se puede blanquear. En Doñana había más de mil pozos ilegales y centenares de hectáreas de fresas plantadas donde no debían. Señalarlo me trajo enemigos poderosos, porque detrás hay intereses económicos muy grandes. Si sacrificamos el acuífero por producir hoy, mañana no habrá ni fresas ni agua.

"Nadie es del todo bueno o malo"

P. ¿Qué papel ha jugado la Unión Europea en todo este conflicto?

R. Europa ha sido a veces nuestro salvavidas. La amenaza de sanciones por parte de Bruselas obligó a España a actuar en más de una ocasión. La Comisión Europea entiende mejor que aquí que Doñana es patrimonio de la humanidad. Sin esa presión, muchas decisiones se habrían eternizado.

P. ¿Qué hay de la presión turística e industrial sobre Doñana?

R. Es enorme. El turismo se vende como sostenible, pero la masificación es incompatible con la fragilidad de Doñana. Y en cuanto a la industria, el polo químico de Huelva ha sido durante décadas una amenaza silenciosa. Se ha avanzado mucho, pero no podemos olvidar que las aguas subterráneas no distinguen entre un vertido legal e ilegal.

P. ¿Cuál es hoy la mayor amenaza para Doñana?

R. El clima. Hace más calor, llueve menos y las sequías son más largas. Eso agrava otros problemas como la sobreexplotación del agua o la presión turística. La principal amenaza es que se seque, y eso ya está ocurriendo.

P. El lince ibérico pasó de símbolo de extinción a emblema de éxito. ¿Qué nos enseña esa metamorfosis?

R. Que a veces se puede. La salvación del lince empezó con un acuerdo entre un Gobierno del PP en Madrid y uno del PSOE en Andalucía. Dos mujeres: Elvira Rodríguez y Fuensanta Coves, decidieron que el lince era más importante que las siglas. Eso permitió la cría en cautividad, el apoyo de Bruselas y la expansión del programa. Pero también enseña lo contrario: salvar especies pequeñas y discretas es muchísimo más difícil.

P. ¿Hoy sería posible ese consenso político?

R. Lo veo más difícil. La política es más rígida, más controlada. Me temo que eso dificulta acuerdos como aquel.

P. ¿Le quita más el sueño la degradación de la naturaleza o la indiferencia social hacia ella?

R. Probablemente la degradación. La indiferencia ha disminuido: la conciencia ambiental es mucho mayor que hace cincuenta años. Pero la degradación sigue avanzando. Y la gran batalla, el clima, ya la hemos perdido. Aunque dejáramos de emitir hoy, la Tierra seguiría calentándose durante décadas. Nos queda adaptarnos: diseñar paisajes resistentes a los incendios, asumir que el mar subirá, decidir qué salvar y qué perder.

"Defender la naturaleza es progresar y destruirla es retroceder"

P. La ciencia española sigue marcada por la precariedad. ¿Qué futuro ve para los jóvenes investigadores?

R. Con tristeza. Durante décadas he visto a jóvenes brillantes formarse aquí y luego marcharse fuera porque allí se les valoraba mejor. España no puede pretender liderar la transición ecológica con becarios mal pagados y contratos temporales. Necesitamos estabilidad y respeto a la ciencia como inversión, no como gasto.

P. ¿Y cómo ve a los jóvenes ecologistas actuales?

R. Con esperanza. La generación más joven está mucho más concienciada que la nuestra. A veces cometen excesos o actúan con ingenuidad, pero prefiero eso a la apatía. Cuando Greta Thunberg dijo "nos estáis robando el futuro", tenía toda la razón.

P. Su padre fue cazador además de naturalista. ¿Cómo explica esa aparente contradicción?

R. Era otra época. La caza era la forma más directa de relacionarse con la naturaleza. Rodríguez de la Fuente también cazaba. Mi padre decía que lo que él quería era perseguir a un animal libre en un campo libre. Nada que ver con la caza industrial de hoy, con animales criados para ser abatidos en fincas cercadas.

P. ¿Qué consejo vital le dejó su padre que aún guarde consigo?

R. Me enseñó que casi nadie es del todo bueno o malo. También recuerdo cómo rechazaba premios amañados, como el Planeta, porque decía: "Pierden los que se presentan de buena fe". Esa integridad la tengo siempre presente. Y otra cosa: pelear por las causas justas aunque sepas que puedes perder. Eso lo aprendí viéndole enfrentarse a la censura.

P. ¿Y qué consejo quiere dejar usted a sus hijos y a los jóvenes de hoy?

R. Que comprendan lo pequeño que es el mundo y la enorme responsabilidad que tenemos todos. No se puede marginar a nadie, porque al final la desesperación de los otros se vuelve contra ti. Lo que deseo para mis hijos y nietos es que abracen esa fraternidad universal que es la única salida posible, también en lo ambiental. El planeta es uno, y solo nos salvaremos juntos.