Tengo una cita por Manuel Hidalgo

“La maestra”, de Clarice Tartufari

24 noviembre, 2016 09:36

El texto que sigue no va a ser como los habituales, pues el lector no encontrará ni una cita del libro leído ni su glosa. Si la ocasión lo merece, pido disculpas, especialmente por faltar a uno de los sentidos del título de este blog.

Mis amigos observadores ya me han mostrado en más de una ocasión su incomprensión y temor ante el caos que “desgobierna” mi cuarto de trabajo: libros en pilas, papeles diseminados, carpetas en difícil equilibrio, cachivaches varios. ¿Cómo puedes trabajar así? Me gusta, decía y digo.

Podía suceder y ha sucedido. He leído estos días La maestra (1887), la primera novela de la escritora italiana Clarice Tartufari (1868-1933), traducida por María Ángeles Cabré y editada por Ardicia, y, cuando me ha sido necesario consultar mi ejemplar –notas, subrayados- para escribir sin demora estas líneas, el librito no ha aparecido por ninguna parte. He buscado y rebuscado infatigablemente entre montones y montañas de papeles y libros, en estanterías, bajo las alfombras y, por si acaso, en la papelera. Ni rastro. Así que abordo este comentario de memoria y confiando en que la confesión de mi banal experiencia –extraviar un libro- compense del incumplimiento de la norma.

No es difícil hablar de memoria de La maestra, pues la novela, además de breve, es sencilla, lineal y directa. Tartufari va al grano en todo: personajes, situaciones, emociones e ideas. Introspección, la justa, y descripciones, las mínimas. Un estilo económico y eficaz.

En la Italia de fines del XIX coleaban, como en toda Europa, el realismo y esa variable autóctona que fue el verismo. Tartufari –su apellido de casada, pues nació Gouzy- fue maestra de por vida, como lo es por un corto tiempo la protagonista de su relato, en un pueblo de apenas unos centenares de habitantes. Escribió poemas y, con notable éxito, publicó novelas y estrenó piezas teatrales.

Tartufari, que tenía 19 años cuando escribió su libro, cuenta la triste historia de Ginevra, una buena muchacha romana que, queriendo ayudar a su pobre familia y escapar de las estrecheces de su ignorancia, se hace maestra. Sus intenciones y sus ilusiones se frustran muy pronto al ser destinada a un pueblacho en el que será víctima del acecho sexual del alcalde y de los cotilleos de los vecinos. Malamente, se verá obligada a rectificar sus propósitos, y sus nuevos y muy distintos pasos seguirán estando asediados por los sobresaltos.

Clarice Tartufari, que escribe con un aliento feminista del que, quizás, ella misma no fuera del todo consciente en su momento, critica, como telón muy de fondo, la política gubernamental y el consenso social que, en su época (y más adelante), destinaban preferentemente al magisterio a las muchachas con inquietudes culturales y deseo de emancipación. Parece ser que hubo en aquellos años demasiadas maestras y pocos puestos para ellas en las debidas condiciones y con los debidos apoyos.

Tartufari habla de la extrema dificultad, para una mujer, de rehuir la pobreza de su origen familiar y de encontrar fuera del matrimonio –y tampoco dentro- un destino acorde con sus cualidades y méritos.

Si la sociedad en su conjunto obstaculizaba y recelaba del progreso de las mujeres, los hombres en particular –empezando por el propio padre- dificultaban el camino con sus prejuicios machistas y sus mercadeos sexuales, fueran hombres primitivos u hombres más cultivados, de los que cabría esperar otro comportamiento.

Realista, sí, La maestra, al narrar las desventuras de su protagonista, no desdeña los ingredientes melodramáticos y folletinescos –emociones-, tal vez en la creencia de que podrían ser –y lo son- aditivos y emulsionantes que contribuyeran a la más amplia difusión del diagnóstico social que la novela contiene. Sucede que Tartufari, que se ciñe a lo concreto hasta cuando recurre a esos ingredientes, demuestra en todo momento facultades de entomóloga, o sea, un conocimiento muy preciso del alma, poco grata, de sus personajes y del viscoso tejido social que los rodea.

Y aquí lo dejamos por hoy.

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