Tengo una cita por Manuel Hidalgo

La comida, enemiga del cuerpo y del alma

10 mayo, 2012 02:00

El próximo día 15, festividad de San Isidro, terminará la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que marca la primaveral temporada madrileña de lluvias, sol, nubes y claros. La luz es muy bonita en el Paseo de Recoletos después de haber llovido, fuertes los colores de los edificios y de los árboles, brillante el suelo cuando el sol reaparece entre líquido y mercurial.

La ocasión es la ocasión de pasear la ciudad entre asfalto, agua, hierba y libros, curioseando en las casetas con pretensiones de lo más variopintas. Incluso sin pretensiones. Los paseantes de Recoletos tienen objetivos tan variados que incluso carecen de objetivos. Pasan, paseando, por allí, y es verdad que no pocos se interesan por -también postales, tebeos, revistas, grabados, carteles- extrañas compras, que incluyen las novelas de moda abaratadas.

Pero hay tipos raros husmeando. Raros de todas las rarezas posibles, más raros -hasta por la pinta- que quienes luego acudirán, dentro de unos días, a pasearse por la Feria del Libro del Parque de El Retiro. Tengo entendido que los amantes del libro viejo, antiguo, de lance -no es mi caso-, suelen visitar con puntualidad inquisitiva las covachuelas y templos abigarrados de tal género, aunque quizás, por un día, no descarten un garbeo por Recoletos, por si acaso cae algo.

Pasé, porque paseaba, el otro día por Recoletos, y me agencié un librillo para mi pequeña colección de libros antiguos sobre salud y medicina, fruto de mi oscuro pasado hipocondríaco. Me gusta la prosa arcaica de estos libros de hace muchas -o no tantas- décadas, y también me gustan sus viñetas e ilustraciones a tinta. Tengo, sin vanagloria, algunas joyitas.

Compré -hablando de joyitas- un libro titulado Tesoro de la salud psicosomática. Salud psicosomática, ¡vaya redundancia! Resultó ser un libro escrito por el presbítero Joaquín García Roca, editado originalmente en 1951, en la especializada y barcelonesa Editorial Sanatorium -¡qué nombre!-, y dedicado, como no podía ser menos, “a los Sagrados Corazones de Jesús y María!

El mentado sacerdote era, también, doctor en Medicina y Cirugía, médico colegiado, y, como avisa un sello en las primeras páginas, estaba interesado en las relaciones entre la salud corporal y la salud espiritual. Desde el punto de vista católico, naturalmente.

El médico y sacerdote nutría lo grueso del catálogo de Editorial Sanatorium con títulos y libros tan variados y fascinantes -incluso literariamente- como La psicoterapia natural y cristiana, Influencia del régimen alimenticio en la salud espiritual del hombre, El cáncer y su curación, Parasitosis intestinal o Osteo-artro-mio-patías, entre otros. Debo reconocer que me subyuga esta enumeración de los libros del muy prolífico autor.

A lo que vamos, si es que vamos. Tesoro de la salud psicosomática fue, al parecer, un gran éxito, ya desde su primera edición, titulada -y ahí está el meollo- La salud por el ayuno y la abstinencia.

En efecto, como es fácil colegir, el sacerdote y doctor García Roca proponía, en la España famélica de 1951, el ayuno y la abstinencia como método para preservar la salud corporal y, por ende -que diría él-, la salud espiritual, entendida ésta según las prescripciones de la Iglesia. ¡Abstenerse y ayunar en la España de 1951!

Pero ahora viene lo bueno. Si despojamos al libro -que es mucho despojar- de su prieta hojarasca moralista, resulta que muchas de las recomendaciones de García Roca son las que hoy proliferan en libros de idéntico éxito a cargo de médicos, dietistas o nutricionistas, y también de ideólogos del vegetarianismo, el orientalismo y, en fin, el sacrificado cuidado del cuerpo para estar sano, en forma, delgado y todas esas cosas que hoy constituyen una nueva religión. ¡La de siempre!

Los higienistas del siglo XIX ya dieron la primera voz de una corriente que, pasando por el moralismo del padre García Roca, tiene hoy decenas de continuadores que contraponen el disfrute de toda clase de comida a la salud. El grito de los higienistas -agua, sol, aire, ejercicio, cierta frugalidad- fue muy necesario en su momento, pero divierte comprobar cómo un eclesiástico moralista -valga la redundancia- de la España nacional-católica estuvo tan próximo a las consignas que hoy nos abruman para negarnos el placer, el placer de comer entre otros placeres, y oponerlo a nuestra salud.

García Roca repasa, en el capítulo XIII, las cocinas y las normas culinarias de las órdenes religiosas -trapenses, benedictinos, cartujos, bernardos y los demás-, y uno cree estar leyendo las recomendaciones que ahora vienen en las revistas para mantener el tipo, lucir figura y evitar el envejecimiento.

Las tesis de García Roca se sustentan sobre la idea de que el pecado capital de la gula conduce a todos los pecados -muy especialmente, a la lujuria, claro-, y a desórdenes variados e infinitos que nos sitúan en puertas de la Muerte y del consiguiente Infierno.

Hoy no habrá comentario a la cita. Es gozosa, genial, muy divertida ahora mismo. Dice el presbítero, médico y cirujano Joaquín García Roca: En realidad es una gran verdad que los hombres que matan más gente en el MUNDO y hasta en el CRISTIANO, son los COCINEROS.
Las mayúsculas son suyas.

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