Una escena de 'House'. Foto: Simon Gosselin

Una escena de 'House'. Foto: Simon Gosselin

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'House', la metáfora teatral de Amos Gitai sobre Israel

El cineasta y regista israelí llega a España con una obra ejemplar por la forma en que trata a los personajes y sus relatos, sin caer en partidismos. 

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La realidad se compone de un conjunto infinito de relatos, tantos por cada hombre y mujer, con sus puntos de vista e intereses, que si son opuestos nos predisponen al conflicto. Esto parece decirnos Amos Gitai en House, el espectáculo que el pasado fin de semana se representó en los Teatros del Canal y en el que el realizador israelí elabora una metáfora de la fundación del estado de Israel a partir de la reconstrucción de una casa en Jerusalén Oeste.

Aunque la obra, de dos horas de duración, tiene sus momentos valle por incidir en escenas reiterativas y no tiene acción dramática, es un trabajo ejemplar por la honestidad con la que Gitai trata a todos sus personajes y sus relatos, sin caer en partidismos. Presenciamos un fresco humano donde se nos ofrecen un buen número de testimonios, interpretados en una diversidad de lenguas —en árabe, hebreo, francés, inglés, alemán e incluso armenio y turco—.

Dominada a lo largo de la historia por distintos imperios, y sobre la que siempre está en discusión su propiedad, Israel se nos muestra como una microBabel, atravesada por pueblos y gentes de distintas razas, religiones y procedencias. Por otro lado, el don de lenguas siempre caracterizó a los judíos —el pueblo errante—, incluso, como cuenta Primo Levi, fue una herramienta que a algunos les sirvió para sobrevivir en los campos de exterminio alemanes.

La concepción escénica del espectáculo es sencilla: comienza con dos palestinos, dos canteros que trabajan para un constructor israelita en la rehabilitación de un edificio en la actualidad. El golpeteo de la maza sobre la piedra sigue deliberadamente un ritmo musical. Varios andamios móviles nos representan las casas de un barrio de Jerusalén con algunos edificios también en construcción, mientras en el foro se proyectan películas del propio Gitai, además de las palabras de los actores en subtítulos traducidos.

Dos fabulosos músicos, un violinista y un intérprete de santur (instrumento oriental de cuerda), dan el ambiente musical de esta geografía oriental. Pieza clave del espectáculo es el coro que lo arropa, —cuatro voces capitaneadas por una bellísima voz como es la de la soprano Dima Bawad—, que nos rescata con unos salmos deslumbrantes de los momentos letárgicos de la obra.
Los personajes no interactúan, no hay acción dramática, sino que cada actor nos ofrece un testimonio de su vida y de sus ideas. Pero todo está enlazado con gran naturalidad por un elenco de intérpretes estupendos.

Vista de una de las escenas de 'House', de Amos Gitai. Foto: Simon Gosselin

Vista de una de las escenas de 'House', de Amos Gitai. Foto: Simon Gosselin

El realizador sigue la fórmula del teatro documental, yendo del pasado al presente y viceversa. En realidad, adapta a las tablas una de sus películas más polémicas, de título homónimo que estrenó en 1980, y en la que cuenta la reconstrucción de una casa en un barrio de Jerusalén Oeste, abandonada en 1948 por su propietario palestino cuando la matanza de Deir Yassin (una facción sionista casi al final del Mandato Británico entró en una aldea y acabó con más de un centenar de palestinos). Este antiguo propietario, descendiente de una de las sagas palestinas de más solera de la ciudad que tuvo que exiliarse en Ammán, vuelve a Jerusalén para reconocer aquella casa en la que nació, hoy propiedad de un judío.

Van apareciendo todos los habitantes que desde entonces han pasado por ella, lo que le sirve al director para retratar la corriente de emigrantes que han poblado esta tierra, dominada por musulmanes, turcos, ingleses y judíos. Los judíos recuerdan sus dispersos orígenes europeos, muestran álbumes de fotografías de sus extensas familias mientras señalan las ramas genealógicas exterminadas. Un joven artista, procedente de Bélgica y con una historia de diáspora familiar, hace una defensa del sionismo.

Frente a él, los palestinos canteros, por ejemplo, revelan su odio por los israelitas, no les dejan siquiera construir en las que fueron propiedades de sus antepasados; lo paradójico es que ellos mismos trabajan en la construcción de esas casas para los judíos. Hacia el final, se plantea el irresoluble conflicto, el callejón sin salida en el que parecen encontrarse los habitantes de esa tierra, mientras por una rendija se cuela un rayo de esperanza bajo la palabra diálogo.