Una escena de 'La señorita de Trevélez'. Foto: Luiscar Cuevas

Una escena de 'La señorita de Trevélez'. Foto: Luiscar Cuevas

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'La señorita de Trevélez', en una renovada producción de estética simbolista

Juan Carlos Pérez de la Fuente dirige una versión de la obra de Carlos Arniches estilizada y alejada del naturalismo. En el Teatro Fernán Gómez del 16 de febrero al 20 de abril. 

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Carlos Arniches escribió y estrenó en 1917 La señorita de Trevélez, la historia de una mujer que acaba siendo víctima del escarnio público por unos cínicos provincianos que para orillar su aburrimiento se dedican a difundir calumnias y cartas anónimas. En nuestra época de cotilleos internautas y falsas noticias, historias así suelen vestirse de drama escandaloso; Arniches prefirió contárnoslo con risas y bautizó su obra de “farsa cómica en tres actos”.

¿Por qué farsa cómica? Una de las virtudes de la producción recién estrenada en el Teatro Fernán Gómez es que perfila las distintas perspectivas dramáticas que abre el texto, ya que es bastante palpable la evolución que experimenta la obra desde la caricatura humorística que solo busca la risa del público del primer acto, a la parodia y el drama esperpéntico (Arniches era contemporáneo de Valle) que más bien te la congela en los siguientes, llegando a una situación aparentemente irresoluble. La obra es la historia de cómo se perpetra una broma pesada y estas siempre acaban mal.

La producción dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente se estrenó el pasado jueves, 20, con 13 actores y un texto revisado por Ignacio García May. Sigue una estética simbolista, que la aleja del naturalismo y del sainete costumbrista con el que solemos identificar al autor, y, se asienta en un código interpretativo distanciado, aderezado con detalles coreográficos y musicales (A la lima y al limón, como tema protagonista) que estilizan el montaje.

Los intérpretes tienen un inconveniente importante: el enorme y abierto escenario de este teatro, un espacio imposible que les obliga a largos desplazamientos, a recorridos maratonianos que se extienden al patio de butacas, y eso que la escenografía (de Ana Garay) y la dirección han intentado corregirlo con soluciones ingeniosas y arriesgadas. Pero creo que por ello este Arniches renovado no logra que la obra se ajuste en tiempo e intensidad, sufriendo el espectador de transiciones lentas que quizá se ajusten cuando la pieza esté más rodada.

La versión de Garcia May añade una escena sorpresa al inicio, es el tercer acto del Tenorio en el que don Juan mata al padre de doña Inés, un guiño a lo que de inspiración tiene la obra de Zorrilla en esta. Afortunadamente, está justificado argumentalmente con el primer acto de La señorita…, donde Arniches nos plantea la farsa que se propone desarrollar de la mano de Tito Guiloya (Críspulo Cabezas), cínico provinciano cabecilla de una panda de patéticos y desocupados personajes que distraen su vida en el pueblo ideando peripecias de tenorios.

"Este Arniches renovado no logra que la obra se ajuste en tiempo e intensidad, sufriendo el espectador de transiciones lentas que quizá se ajusten cuando la pieza esté más rodada"

En el segundo acto, la farsa deriva hacia una parodia de los dramas románticos, cuando presenciamos los ardores de Florita (Silvia de Pé) seduciendo a Numerario Galán (Daniel Diges), o cuando Guiloya simula que muere de pasión por ella; hay hasta una tentativa de duelo entre el hermano de Florita, Gonzalo (Daniel Albadalejo) y Guiloya.

Hasta ahora Críspulo Cabezas se mueve en ese código distanciado de la farsa impuesto por el director, haciendo incluso gala de un ágil y atlético físico; estupendo José Ramón Iglesias como Don Marcelino, especie de consejero ilustrado; Daniel Diges muestra una vena más cómica como pusilánime galán, mientras a Silvia de Pé su papel de víctima le impone la máscara dramática, aunque tiene momentos paródicos graciosos y hasta nos ofrece unos cantables.

En el tercer acto llega el drama, con la difícil resolución de la humillación pública que han sufrido unos seres sensibles. Es el momento para que Gonzalo, interpretado por Daniel Albadalejo, nos ofrezca un largo, excesivo, monólogo. Marcelino, en un arrebatado discurso, nos habla de que la regeneración de nuestra raza la traerá la cultura. García May mete su pluma de nuevo, y creo que acertadamente, aunque sea para rebatir al mismo Arniches: es cuando el hermano de Florita le recuerda que él (Marcelino), ávido lector de periódicos liberales, también ha participado con su silencio cómplice de este escarnio público.