Escena de 'El burlador de Sevilla'. Foto: Sergio Parra

Escena de 'El burlador de Sevilla'. Foto: Sergio Parra

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Un burlador desconcertante

El Don Juan de Mikel Arostegui parece perseguir más que la humillación de las mujeres con las que yace, la de sus novios, amantes y maridos

15 octubre, 2022 12:27

Cada época tiene sus Don Juanes y esta nuestra tan sensible y con tantas masculinidades es terreno adverso para un personaje cuyo oficio es el de yacer con mujeres para quitarles la honra. Pero el mito lo acepta todo, como ponen de manifiesto tantas reescrituras y estudios que se han hecho de él a lo largo de la historia o, sin ir más lejos, el reciente montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de El burlador de Sevilla, donde Mikel Arostegui compone un Don Juan desconcertante.

El director y versionador de la obra, Xavier Albertí, retrata en estos tiempos al personaje literario lejos de las esencias del personaje de Tirso: nada de bravuconería, ni de violencia ni de la cautivadora amoralidad que se le presume a Don Juan. Por el contrario, se comporta con simulada indiferencia y falta de deseo hacia las mujeres, exhibiendo una inhumanidad que lo acercan a un libertino del Marqués de Sade más que al mujeriego irreverente y seductor.

Este Don Juan de Arostegui parece perseguir más que la humillación de las mujeres con las que yace, la de sus novios, amantes y maridos, y con ello humillar todo el tinglado social que representan. Y hasta en su forma de decir el verso hay una desgana y una falta de pasión en sintonía con la forma en la que han reelaborado el arquetipo.

'El burlador de Sevilla'.

'El burlador de Sevilla'. Sergio Parra

Hay muchos otros elementos de interés en esta producción: la puesta en escena es soberbia, bella estéticamente tanto por el trabajo que hace el escenógrafo Max Glaenzel como por la iluminación de Gómez Cornejo, ambos sobresalientes, pero también por cómo se resuelven las transiciones de escenas y las composiciones visuales de Albertí, en una línea inspirada en la pintura barroca. El comienzo, con Don Juan en coyunda con Isabela, marca la pauta de estas composiciones y del buen ritmo en el que se desarrolla la pieza hasta alcanzar el demoníaco abrazo que le aguarda a Don Juan, resuelto con eficacia y buen gusto.

Glaenzel ha ideado una gran mesa blanca que se convierte en pasillo y en plataforma, que gira y que sirve de cama, de mesa de banquete, de espacio sugerente… Encima de ella cuelga una especie de gran toldo negro como si fuera techo de baldaquino, confiriéndole un aspecto de túmulo funerario. Cornejo juega con las luces y nos traslada a las distintas atmósferas de esta road movie, llevándonos de Nápoles a Tarragona, Sevilla y al mismo infierno donde acaba la pieza. Albertí ilustra la obra con algunas melodías al piano interpretadas por Toni Comas, también en el rol del Rey, aunque no acabo de comprender los pitos con el que le acompañan el resto de actores.

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En el amplio elenco de la obra conviven dos y hasta tres estilos distintos de decir el verso. Entre los veteranos, Arturo Querejeta, que hace de tío y padre de Don Juan, tiene una dicción clara, irónica, teatralizada, y Rafa Castejón, como don Gonzalo de Ulloa, ofrece un fantástico comendador, con esa ilustrativa tirada de versos sobre la descripción de la Lisboa del XVII. Del frente femenino destaca Isabel Rodes como Tisbea, preciosa escena bajo agua pulverizada, y Cristina Arias como Isabela. Entre los jóvenes, el gracioso Catalinón se lo ventila Jorge Varandela con simpatía.

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