Stanislavblog por Liz Perales

Encerrona de Spregelburd

20 enero, 2017 17:02

[caption id="attachment_1498" width="560"] Rafael Spregelburd en SPAM[/caption]

Si hubiera leído SPAM en vez de ver a Rafael Spregelburd representando el texto, creo que hubiera disfrutado e incluso hubiera podido apreciar mucho mejor esta ficción dramática, mezcla de géneros, con sus pasajes líricos, sus capítulos históricos y pseudofilosóficos, sus tramas delirantes, su estructura narrativa a lo Rayuela... Y, sobre todo, me hubiera evitado las dos soporíferas horas y media en las que el autor, actor y director argentino me hizo sentir prisionera de su charla y de su sola presencia, ya que él actúa en solitario con el único soporte que le presta el músico experimental Zypce.

Aún después de haber padecido esta “encerrona” en los Teatros del Canal, donde se representa dentro del Festival de Otoño, creo en el talento de Rafael Spregelburd. Le sigo la pista desde hace años cuando se presentó en Madrid con El Patrón Vázquez. Una muestra de ello es La estupidez, obra suya del año 2000 que la compañía española Feelgood Teatro estrenó la temporada pasada. Espero que la compañía tenga más ocasiones de reponerla, por divertida, exigente, de lo mejor que vimos en 2016. Pero SPAM es de muy distinta índole: una ficción literaria que, en mi opinión, cobra cuerpo en escena de manera forzada y sofoca a la media hora la mejor predisposición del espectador.

Spregelburd aborda los límites de la ficción y su naturaleza (una línea de investigación muy común entre los autores y narradores del último medio siglo); lo que distingue el teatro de la vida es que el actor no se lleva sorpresas sobre el presente y el futuro de su personaje, mientras la vida es una incógnita, las cosas ocurren y no sabemos cómo ni por qué. Un teatro orgánico, con vida propia, busca que los hechos y las acciones sucedan sin atender siquiera las explicaciones racionales con las que suelen presentarse. Spregelburd juega aquí precisamente a parodiar esos relatos que ligan la causa con el efecto.

Su texto se compone de 31 capítulos, uno por cada día del mes, que él nos narra de forma desordenada, porque es discutible la concepción lineal del tiempo, incluso el mismo tiempo. Compone un calendario con los días impresos en unas chapas que tira al suelo al comienzo de la función. Inmediatamente recoloca las chapas de forma desordenada, ¿puro azar? Y así crea un itinerario narrativo a modo de puzzle que nos irá contando la peripecia de un hombre, Mario Monti, profesor de universidad, que un buen día amanece en una habitación de un hospital de La Valeta, en Malta, aquejado de amnesia. No sé si esa manera de ordenar los días (con traslados del presente al pasado y a la inversa) es “representación” y sigue por tanto un orden previamente trazado, o es performance y en cada función Spregelburd discursea realmente al azar, lo cual añadiría una mayor dificultad a su composición narrativa.

Como ya he dicho, el texto es una mezcla de géneros, y las historias, bastante delirantes, relatadas con guiños de humor: la relación entre un profesor y su alumna, interesante la historia que cuenta sobre la civilización de Ebla y su pasión por la escritura (el protagonista es un profesor de lenguas muertas), una trama con mafiosos asiáticos, muñecas fabricadas en China, basura virtual de internet en paralelismo con la basura real… Unos vídeos relacionados con las historias y que se proyectan en tres pantallas contribuyen a relajar el relato, además de actuar como elemento de iluminación.

Dice Spregelburd en la entrevista con Alberto Ojeda que publicó El Cultural que este espectáculo es “ópera hablada”  y “que la música ocupa el 100% del tiempo del texto”. Y dice que “la obra está escrita teniendo en cuenta el ritmo que produce toda escritura en verso, pero al mismo tiempo sin que esto se note”. Yo no percibí esto último, salvo en algunos fragmentos que sí suenan poéticos; pero tampoco el protagonismo de la música es tal.

Zypce es un músico experimental, que fabrica sus propios instrumentos y emplea elementos extraños para producir sonidos y mezclas musicales. Y aunque su mesa de mezclas ocupa el centro del escenario, su música actúa como una ilustración de la verborrea incontenible de Spregelburd, que una vez agarra el micrófono ya no lo suelta durante las dos horas y media que dura el espectáculo. Desde luego el actor se entrega a una fatigosa labor interpretativa,  pero creo que piensa poco en los espectadores, que le correspondieron con muy tibios aplausos.

Andrés Lima contra la manipulación del miedo

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