Rima interna por Martín López-Vega

Erika Martínez choca (adrede) con todo

5 junio, 2017 11:34

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Erika Martínez[/caption]

Aunque uno ha sido siempre poco dado a comentarios autocomplacientes del tipo “como la poesía que se escribe ahora en España, en ninguna parte”... lo cierto es que, como lector, tiene uno la impresión de que hacía tiempo que la lírica patria no resultaba tan estimulante. Se ha puesto a pensar, se ha vuelto consciente de que es política, lo quiera o no, y ha asumido esa responsabilidad. Y no es casualidad el protagonismo que en este giro han tenido las poetas nacidas en los 70 y los 80 del pasado siglo, que han visto, como ciudadanas, que los logros primeros del feminismo reculaban peligrosamente y se volvía necesario asaltar –por paradójico que pueda parecer- el espacio propio. Como poetas, lo han hecho con una escritura revolucionaria, que reivindica tradiciones orilladas y que se ancla, sobre todo, más en el pensamiento sobre la construcción de la identidad en un mundo que pretende imponer una por defecto, que en la complaciente reescritura de la tradición (eso que Joan Margarit, en el epílogo al último libro de Josep Maria Rodríguez, alaba diciendo que el autor catalán “piensa cada vez más sus poemas desde la propia poesía”). El protagonismo de las mujeres en las últimas hornadas de la poesía española es revolucionario: una revolución de la inteligencia y de la conciencia de la que no podemos más que aprender. Una nueva y espléndida muestra de ello es el nuevo libro de Erika Martínez, Chocar con algo (Pre-Textos) presencia excepcional, por cierto, en una colección (La Cruz del Sur) en la que abundan sus compañeros masculinos de generación.

Chocar con algo es política en el buen sentido de la palabra: reflexiona, plantea, reivindica. Y es poesía, también, en su mejor sentido: canta, pero su canto es complejo. La primera sección del libro, “Mujer agita los brazos”, supone una invitación a la toma de conciencia. “Se escribe siempre desde algún lugar, aunque no se escriba en absoluto sobre él”, dice “Mujer adentro”, primer poema del libro, subrayando la importancia del punto de enunciación, que el punto de vista hegemónico tiende a ocultar dándolo por hecho. Y desde su punto de enunciación, la voz de este libro observa que “De la montaña que nos vedaron bajan hombres enloquecidos agitando sus manuales de razón trascendental”. Lo que quiere es “un apartamento incómodo en todos sus rincones, decorar con obstáculos”, es decir: que no quede un ángulo sin su interrupción, sin su pregunta, sin la ruptura del discurso hegemónico asumido como verdadero sin discusión. “Me esfuerzo mucho en ser una persona racional, pero los silogismos se me caen de las manos. Ten cuidado, ¿no te das cuenta?, vas a romper eso”, concluye “Romper eso”. “Abolirse” cuestiona la identificación entre cuerpo e identidad: “¿Cuánto cuerpo tendría que perder para dejar de ser yo?”. “La institución” cuestiona el modo en que se construye la historia cultural: en la Real Academia, donde “dos esfinges con ciento veinte de pecho formulan su enigma de puertas afuera”, “El fantasma de Carmen Conde se esnifa la raya de la excepción”. “Condicionantes genéticos” explica su intención en el mismo título. “¿Desde cuándo se repite lo femenino?”, se pregunta “Pruebas circulares”, que comienza: “Jugar a las muñecas supone la primera performance de tu vida. Diferentes mujeres representando dentro de ti las mismas escenas, renuncias, caídas de párpados”.

“Desiertos”, sección segunda del libro, no abandona el poema en prosa de la primera parte pero no es ya la única estructura. Es la sección del libro “económica”, en la que destacan poemas como “Paisaje de lo que falta” (“A Ricardo lo mató la máquina”), “Desarrollismo” (“Para darle prestancia al paseo marítimo / han puesto un estanque con patos. / Pero los patos están muertos”) o “El mundo cabeza abajo”: “Echamos sus cenizas a un pantano / del viejo plan hidrológico”. Estas referencias (desarrollismo, viejo plan hidrológico) aluden a un tiempo actual pero tienen evidentes connotaciones del período franquista, y subrayan otro rasgo político del libro: la voluntad de mantenerse al margen de la llamada “cultura de la Transición” y mantener el espíritu crítico siempre alerta. “Nos refugiamos / en una choza construida / a base de paja, barro y clichés”, dice en “Morir en Chile”, pero clichés, aquí, no queda uno por desmontar.

“Nulípara”, tercera sección del libro, recuerda que el amor, cómo se hace y cómo se dice, es también política. “Lo que tú y yo / estamos haciendo / se lo hacemos al mundo, / aquí en nosotros”, avisa el primer poema de esta sección. “Nos gustaba impulsarnos de la mano / y salpicarnos todo el eros de política”, dice “Lugares que se inventan de camino”.

“Diez intemperies bajo techo”, última sección del libro, es, por fin, un inventario de lugares propicios al cliché, y un manual sobre cómo desmontarlos.

Chocar con algo no sólo es un punto de inflexión en la trayectoria poética de Erika Martínez (da la impresión de que ha calibrado mejor que nunca su tono, que antes, de tan pensieroso, se volvía a veces algo frío, inmune a la emoción: eso aquí no pasa nunca), sino, sobre todo, un cimiento más de una poesía española más del pensamiento activo que de la pasiva reescritura autoreferencial, que con suerte seguirá convirtiendo la poesía en una máquina de pensarnos que nos sirva para ser mejores, y no para admirar, cada vez con más arrobo, los pliegues de nuestro lírico ombligo.

Mural dedicado a García Márquez en su pueblo natal, Aracataca, que inspiró Macondo. Foto: Tim Buendía

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