Rima interna por Martín López-Vega

La canción del saber y no saber de Vicente Gallego

8 junio, 2015 02:00
La evolución de la poesía de Vicente Gallego (Valencia, 1963) es una de las más fascinantes de las últimas décadas de poesía española. Su poesía siempre ha tenido que ver con la celebración, y esa celebración ha guiado, de cierto modo, la evolución de buena parte de la misma poesía española de este tiempo. Uno de mis poemas suyos favoritos es este de La plata de los días, su cuarto libro, de 1996:   Maneras de escuchar un blues A Eloy Sánchez Rosillo Es hermosa esta noche de verano, aunque no más hermosa que cualquier otra noche de verano. Es hermosa esta noche en que estoy solo, y fumo, y he dejado en penumbra la casa mientras suena un dulce y triste blues, un blues tan triste y dulce como otros. Nada en mí, ni en la noche, ni en la música, se diría especial, y sin embargo existe algo muy hondo en esas cosas que parecen sencillas: una extraña grandeza que no acaba de ser exaltación, tragedia, paz, pero que es todo eso, y es también un sentir claramente que para que esto ocurra ha sido necesario apurar estos años, acumular recuerdos, haber ganado y haber perdido tantas cosas. Para que este piano suene así, para temblar así con esta música, ha sido necesario ir llenándola poco a poco de belleza y de daño, ir llenándola con nuestra propia vida, para que se parezca a nuestra propia vida, y suene así: tan insignificante y tan grande, tan triste, tan hermosa. Con la distancia de los años, el poema resuena mucho a una escuela, la de la poesía de la experiencia, de la que Vicente Gallego fue uno de los nombres más destacados. Nunca adscrito ni militante, digamos; recuerdo que firmó una reseña muy elogiosa del libro de José Ángel Valente Fragmentos de un libro futuro cuando nadie de ese lado de la trinchera (entoces las había, y quizás eran más divertidas que las escaramuzas de ahora) se hubiera atrevido a escribir reseña semejante, no porque el libro, enorme, no lo mereciera, sino porque lo suyo en aquellos tiempos era defender, muy españolamente, el equipo de uno, y al contrario ni agua. Vino después la metafísica valenciana, la de Santa Deriva o Cantar de ciego, con su punto barroco y su afán de trascendencia —un afán que ya estaba en los primeros libros, y creo que un poema como el que he copiado tiene. Y ya en los últimos libros, un mayor despojamiento, como si después de probarse todos los disfraces, Vicente Gallego hubiera descubierto que va más a gusto desnudo. Saber de grillos, su nuevo libro, editado por Visor, no tiene nada ya de poesía de la experiencia, ni de barroco, y sin embargo, sigue siendo Vicente Gallego, o quizás es más Vicente Gallego que nunca. El poeta se acerca aquí al cancionero popular, que, como todo el mundo sabe, no tiene nada de simple: siempre abunda en dobles sentidos, en triples intenciones y en cuádruples interpretaciones. Claro que Vicente Gallego se lleva todo eso a su terreno.  Dice el poema que da título al libro: Qué bien se sabe el grillo, lo nuestro más diáfano: él mismo se corrige para romper la nota, y que se haga de noche. Y es que Vicente Gallego se acerca a ese decir de la poesía popular del mismo modo que lo hizo, pongamos, San Juan de la Cruz. Gallego sabe que los misterios que importan siempre están a la vista. Algunos poemas nos pueden hacer pensar en el haiku, pero esa sutileza es también nuestra. Dice con eco nerudiano “Asentimiento”, que de alguna manera parece cerrar un ciclo con el poema que cité al principio: Cuando vengas, dolor, no vas a confundirme con tu cola de planetas en llamas. Si no doliera así, ¿cómo podría ser todo tan hermoso? Vicente Gallego ha vuelto a regalarnos un libro único. Cantar de grillos se fija en las cosas más sencillas y espera a que desvelen su misterio. Pero no nos da la letra de ese misterio: sólo su melodía. Que al cerrar el libro se vuelve canción que cantamos sin saber y, sin embargo, entendiendo.

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