Francisco Jarauta y Carlo Ossola. Foto: Residencia de Estudiantes

Francisco Jarauta y Carlo Ossola. Foto: Residencia de Estudiantes

Qué raro es todo!

Hijos de un tiempo iracundo

Concluyen las jornadas de pensamiento y música organizadas por Francisco Jarauta en la Residencia de Estudiantes, con referencias cruzadas entre los grandes compositores e intelectuales del siglo XX.

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Acaban de terminar las jornadas de pensamiento y música que Francisco Jarauta ha convocado en la madrileña Residencia de Estudiantes con el título "Maestros de Europa". Están concebidas a partir de una frase de Marcel Proust escrita en enero de 1900, nada más producirse la muerte del crítico de arte británico John Ruskin. "Tolstói enfermo, Ruskin muerto, Nietzsche loco: Europa se queda sin maestros de conciencia". Proust constataba una orfandad y auguraba un abismo.

Para sus jornadas, Jarauta complementó la negrura de este augurio con constataciones posteriores, las de María Zambrano y T. S. Eliot, realizadas ya en pleno resquebrajamiento de la civilización.

Pude asistir a la última reflexión, la correspondiente a "La tierra baldía" de Eliot, que el filólogo Carlo Ossola supo convertir en una fantástica tertulia de poetas, y al concierto programado por Arturo Reverter, que fue, en realidad, otra forma de reflexión. Junto a la ciencia explícita de los eruditos, tuvimos la ciencia implícita, elocuente también, pero a su manera, de músicos y poetas.

En vista de que los los poetas son los artífices de la memoria colectiva, Ossola sentó en torno a Eliot y a su visión desolada de Europa a los modernos Ungaretti, Pound, Alain-Fournier, Bergson, Joyce, Mann, Zweig y Borges y a los antiguos Ausonio, San Juan de la Cruz, Daniel el profeta y Dante Alighieri, que fue quien llevó la voz cantante.

Con todo, la frase más sobrecogedora de las que se oyeron me pareció esta de Walter Benjamin en 1937: "¡Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Es la catástrofe!". Me recordó, sabe Dios por qué, a Rubén Darío: "¡Ya viene el cortejo! / ¡Ya viene el cortejo!". Misma repetición y misma lontananza, pero ominosas en vez de triunfales.

Pero aún más que el aviso de Benjamin, me impresiona el arranque del poema de Eliot: "April is the cruellest month". ¿Por qué? Porque de los campos muertos cría lilas. Flores de sangre. Lo horrible no es solo el horror, sino también lo de después. No es solo el Somme ni Verdún, sino el propio Versalles.

Ossola expuso la potencia, no ya del poema, sino del título de Eliot, cuyas mil traducciones a toda lengua encuentran cada una un matiz distinto al "waste" de "The Waste Land": tierra baldía, yerma, estéril, agostada, gastada, desgastada, consumida, inculta, desierta, devastada, abandonada, desolada...

Nos resulta difícil, concluye Ossola, nombrar lo destruido. Nos vienen más naturalmente los nombres de la construcción. En el "Infierno", Dante habla de "paese guasto" y ahí sitúa Ossola la fuente primordial. El desenlace de la historia de Europa, comprimido en dos palabras: "waste land".

David Mata, Aldo Mata y Patricia Arauza en Umdichtung-Paráfrasis, de Bruno Dozza. Foto: Residencia de Estudiantes

David Mata, Aldo Mata y Patricia Arauza en "Umdichtung-Paráfrasis", de Bruno Dozza. Foto: Residencia de Estudiantes

Los contemporáneos cuentan que Tolstói apenas podía oír música sin romper a llorar a lágrima viva, lo que le llevó a odiar a los compositores que, sin pedir permiso, entraban en su alma y le revolvían el corazón. "¡Cómo te atreves!", parecía decirles. Sobre todo, a Beethoven y a los de después, porque para Haydn, Mozart y los de antes no tenía sino admiración.

Disfrutó mucho con el clave Pleyel que Wanda Landowska transportó en trineo de caballos hasta su caserón rural. Víctor Gallego tiene contado cómo descubrió Tolstói la Sonata a Kreutzer de Beethoven en una de las veladas musicales que convocaba a menudo en su casa. La escuchó entre lágrimas y, en un momento del "Presto" inicial, incapaz de dominarse, se levantó, se acercó a la ventana y se arrancó en sonoros sollozos.

La novela-ensayo que escribió luego con ese título es un bufido feroz y misógino contra el tal "Presto", contra Beethoven, la música, el amor, el matrimonio y todo aquello que pudiera alterarle el ánimo sin su consentimiento.

Pacifista irascible, cristiano anarquista, iconoclasta refinado, adorado del mundo y odiado de los suyos, adorador y odiador de la música, Tolstói era la contradicción misma y sin él nos sería mucho más difícil entender la Europa de aquel fin de siglo. Oír en la Residencia la Sonata a Kreutzer de Beethoven a la luz de la agitación moral de Tolstói fue una experiencia reveladora.

Casi podríamos describir a Tolstói y a Nietzsche como músicos que siguieron otra vocación. “¿No son acaso nuestras controversias político-espirituales ―anota Thomas Mann, otro músico escritor― sino una versión periodística e interesada de la lucha contra Wagner y de la autosuperación del Romanticismo que aconteció en Nietzsche y por Nietzsche?”. A unos cuantos miles de kilómetros al este, Tolstói autosuperaba también el Romanticismo, aunque de otra manera.

Del Nietzsche compositor, Reverter programó en la Residencia cinco lieder románticos, de raíz schubertiana, con temas propios de la poesía romántica alemana: Chamisso, Kertveny, Groth y Fallersleben. Nietzsche les da una estructura musical clara y ordenada, de peso clásico. No sé si el resultado, que es romántico por dentro, pero no por fuera, hubiera enfurecido a Tolstói o le hubiera complacido.

Los lieder sonaron en versión de violonchelo y piano. El autor del arreglo (más bien, paráfrasis) empieza y termina la obra con el lied Ungewitter ("Tormenta", en el que se la oye acercarse a ritmo de marcha. "Ya no soy un rey de espada y cetro", se lamenta el violonchelo, "sino el hijo inerme y asustado de un tiempo iracundo". El registro baritonal del violonchelo evoca la voz de Fischer-Dieskau, que dejó grabadas estas canciones.

El concierto terminó con Umdichtung-Paráfrasis, de Bruno Dozza (1963). Este compositor milanés afincado en España ha recreado para trío con piano el "Preludio" y la "Muerte de amor" del Tristán e Isolda de Wagner. Su trasposición demuestra una comprensión profunda del drama wagneriano y su influencia capital, por acción o reacción, sobre la música que vino luego.

Pero antes de Wagner-Dozza, oímos en reducción pianística del autor una selección de danzas de La romería de los cornudos (1933), ballet con música de Gustavo Pitaluga y coreografía de La Argentinita sobre un argumento de Lorca y Rivas Cherif. Sirvió de contrapartida musical a la presencia en este ciclo de María Zambrano, de quien Pitaluga fue amigo cercano y compañero de luchas y exilios.

No debía faltar en este concierto la música de la Generación de la República, que viene a ser el Veintisiete musical. Una generación partida en dos por el hachazo de la guerra española, adelanto y ensayo de la europea.

El violinista David Mata, el violonchelista Aldo Mata y la pianista Patricia Arauzo hicieron sonar con toda eficacia este espejo musical, más que ilustración, de la orfandad que Proust vislumbró en su día. Sonó en un piano de la época: el histórico Bechstein de la Residencia de Estudiantes.