Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Amor de músico

30 agosto, 2017 11:50

[caption id="attachment_928" width="560"] Retrato de Beethoven, por Joseph Karl Stieler[/caption]

El vienés Kurt Pahlen (1907-2003) es autor de una recopilación de cartas de amor de compositores que apareció en Zúrich, en 1959, con el título de Mein Engel, mein Alles, mein Ich (Mi ángel, mi todo, mi yo), la frase con que Beethoven se dirige a su misteriosa "amante inmortal". El libro conoció después numerosas reediciones, ampliaciones y traducciones y Ruth Zauner presenta ahora en Turner una versión española de la edición de 1994 con el título de Cartas de amor de músicos.

Pahlen fue  director de orquesta -sobre todo de óperas-, compositor y musicólogo. Al comenzar la II Guerra Mundial se exilió a Argentina donde, entre otras actividades, dirigió muchos años el Teatro Colón de Buenos Aires. Su encuentro allí con Falla daría lugar al libro Manuel de Falla y la música de España (1953). Pahlen fue un buen divulgador que acercó la música a mucha gente a través de programas de radio y televisión, conferencias, presentaciones en festivales (Salzburgo, Verona, Viena) y una cuarentena de libros. Este libro responde a lo que su título hace esperar: en poco más de 300 páginas, el lector se hace una idea bastante completa de cómo transcurrieron las relaciones  amorosas de los principales compositores o, al menos, la parte de esas relaciones que quedó documentada en cartas. El libro consiste en las cartas propiamente dichas y en breves comentarios del recopilador que proporcionan el contexto biográfico y musical. Pahlen no entra en honduras musicales ni biográficas, pero eso no es un defecto, sino seguramente una virtud en un libro divulgativo como es este. El objetivo, que hay que considerar logrado, parece ser que el aficionado amplíe un poco su perspectiva de los grandes compositores mediante algunas noticias sobre sus peripecias personales.

La selección de los protagonistas es limitada: son casi exclusivamente los grandes nombres del repertorio clásico-romántico: desde Mozart hasta Alban Berg. La limitación temporal se explica en parte porque la correspondencia de épocas anteriores escasea y porque la de épocas posteriores podría afectar a personas vivas: esposas, amantes, rivales, hijos... El enfoque geográfico es también muy cerrado: del ámbito alemán y austrohúngaro solo salimos con breves excursiones francesas (Berlioz y Debussy), italianas (Verdi y Puccini) y rusas (Chaikovsky y Rimsky). La única presencia española es la de Enrique Granados. Todos los compositores son hombres y ligan siempre con mujeres, pero esa limitación no es achacable a Pahlen, un hombre que se hizo músico y musicólogo en el primer tercio del siglo XX. La única mujer de la que se incluyen cartas es Clara Schumann, porque fue una grandísima música ella misma. La homosexualidad de Chaikovsky no quedó documentada en cartas, por lo que se trata solo de pasada. Sí se detalla su peculiar relación, exclusivamente epistolar y financiera, claramente abusiva, con la rica Nadedzha von Meck: tú me financias (¡mucho!), nos escribimos (también mucho), pero te prohíbo que nos veamos, ni siquiera en mis conciertos, aunque sé que lo deseas.

Sorprende cuánto tienen en común los caracteres de casi todos los grandes compositores. Son casi todos tímidos, incapaces de una interacción fluida con las mujeres. El campeón de esta olimpiada de la torpeza amorosa es Bruckner, que repitió nueve veces, tantas como sinfonías escribió, el mismo patrón: 1) descubro a una muchachita encantadora; 2) sin apenas haber intercambiado con ella una docena de palabras, le escribo una carta -¡con copia a los padres!- pidiéndola en matrimonio; 3) recibo un NO categórico. También hay ejemplos de donjuanismo (Puccini) y de algunos casos intermedios. No faltan los amores trágicos (Schumann, Smetana), los atormentados (Mahler), los implícitos (Brahms), los escandalosos (Chopin, Liszt), los tardíos (Janá?ek) ni los plácidos y felices de parejas bien compenetradas (Verdi, Richard Strauss, Dvo?ák, Granados). En muchos casos el músico vive en la ruina permanente y la chica es una alumna suya o una soprano que canta sus obras. Al final de este baile de personas extraordinarias, lo que queda en el recuerdo del lector es la espontaneidad, la lucidez y la alegría de vivir del gran Wolfgang Amadeus. En sus cartas como en su música, Mozart nos pasma con su capacidad de reunir juego y trascendencia.

Los fantasmas

Anterior
Charles Baudelaire

Baudelaire, el vanguardista incomprendido

Siguiente