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Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Retratos

El concierto del Plural Ensemble para la Fundación BBVA nos transporta en esta ocasión por la Irlanda de hoy y la Viena de principios del siglo XX

14 noviembre, 2019 17:08

Los conciertos del Plural Ensemble para la Fundación BBVA se titulan casi siempre Retrato, pero no son retratos sonoros al uso. Más que personas, lo que se retrata en ellos son circunstancias, tiempos o espacios, lo que le da aún más interés al género, aunque violente un poco sus convenciones. El retrato de un lugar o de una época es, en realidad, un retrato colectivo de personas, las de ese sitio o ese periodo, y uno no puede quitar los ojos de un buen retrato de grupo, con toda la complejidad de relaciones, tramas y subtramas que vienen establecidas por la composición y el tráfico de miradas. Esta vez, además de circunstancial, el retrato ha sido doble o, mejor, cuádruple: dos tiempos y dos espacios, la Irlanda de hoy y la Viena de principios del siglo XX, que se multiplicaban recíprocamente como espejos enfrentados. Como dice Tomás Marco en su introducción al concierto, la Viena de los tres vieneses, resultó fundacional y acabó por abarcarlo todo. Por adhesión o rechazo, toda la música que vino después es también vienesa de algún modo, incluida la contraria.

La oleada de música irlandesa, vanguardia atemperada por la corriente del Golfo, comenzó con una delicia oceánica de Jane O'Leary (1946), Between Two Waves of the Sea, personal, pero weberniana por estar hecha de sonidos autónomos, frases mundo, cada una con sentido propio. Vemos/oímos una marina preciosista y austera: clusters blancos del acordeón, casi japoneses, pintando la espuma cuarteada que queda entre ola y ola. Es lo que recordaré de esa tarde, junto con las interpretaciones, exactas pero vivas, del Plural Ensemble bajo su director titular, Fabián Panisello. De Deridre Gribbin (1967), oímos To Bathe Her Body in Whiteness, que tiene forma interesante: más que una sección A seguida de otra B, lo que oímos es A seguido de No A, una música europea, llena de cosas, seguida de lo contrario, de su música complementaria, oriental, estática, sin apenas nada, hecha de huecos y respiraciones. Lo bonito de esta estructura es su aspiración trascendente: algo, lo que sea, añadido a su complemento, da como resultado el universo entero. Se oyó también la Little Overture de Kevin O'Connell (1958), clásica y sólida en su construcción. Ana María Alonso dejó al público asombrado con su virtuosismo —y su entusiasmo— al protagonizar dos conciertos para viola y grupo: Wild Animals de Garth Knox (1956) y Strange Friction de Ed Bennett (1975). El primero es un jumanji de todas las fieras que se esconden dentro de la viola. El segundo es un ejercicio de repetitivismo enloquecido y muy divertido. Alonso hizo rugir, una a una, a todas a las fieras y aplicó fricción sobre su instrumento hasta convertir el arco en una cortina de cerdas rotas.

Las obras irlandesas se presentaron intercaladas con piezas miniatura de Webern, para violín y piano y violonchelo y piano, de Berg, para clarinete y piano, y de Schönberg. ¡Qué emocionante fue oír los colores orquestales de las Piezas opus 6 reducidos a grupo de cámara por el propio Schönberg! Los modernos vieneses se reflejaban en los posmodernos irlandeses y viceversa y cada uno añadía sentido a los demás y contribuía a explicarlos —como en los buenos retratos de grupo— ante el público que abarrotaba la Sala de Cámara del Auditorio Nacional.

@GuibertAlvaro

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