El Cultural

El Cultural

Música

Enrique Granados, la partitura inconclusa

Se cumplen cien años de la trágica muerte del compositor Enrique Granados, uno de los creadores españoles más importantes de comienzos del siglo XX

24 marzo, 2016 01:00

La historia es bien conocida: el 24 de marzo de 1916 un acorazado alemán torpedeaba en el Canal de la Mancha al trasatlántico Sussex en el que viajaban, de regreso de Nueva York, el compositor Enrique Granados y su esposa. Ambos perecieron ahogados. Así, antes de cumplir 49 años, se truncó la vida de uno de los creadores españoles más importantes de comienzos del siglo XX.

El músico ilerdense, niño prodigio, destacó pronto y se entregó al estudio del piano apasionadamente bajo la guía, ya en sus años mozos, de Juan Bautista Pujol, a partir de cuyo método se formaron otros futuros grandes compositores, como Albéniz, Vidiela o Malats. Mamó a los románticos, singularmente a Schumann, y ganó el concurso de la Academia para jóvenes pianistas. Desde entonces estuvo muy ligado a Pedrell, de quien recibió notable influencia. Luego vinieron sus etapas como pianista de cafetín, su estancia en París (con fiebre tifoidea incluida), sus contactos con los grandes franceses... y su lenta pero segura ascensión, cada vez más dueño de sus medios y cada vez más inspirado.

En la vida de Granados, ya en plena madurez y lindando con su desaparición, hay un hecho fundamental que es el de la creación de la suite pianística Goyescas, que nació de su fascinación por todo lo conectado con el siglo XVIII español. Influido por Pedrell transcribió del clave al piano 26 Sonatas de Domenico Scarlatti. En la Introducción a la primera edición de la colección, el maestro, nos recuerda el especialista y pianista Douglas Riva, comentaba que "Granados ha hecho lo que hicieron Hans von Bülow y Carl Tausig con otras Sonatas del mismo autor, ampliando y engrandeciendo las reducidas proporciones del primitivo cuadro de concepción, tal como lo hiciera, a no dudarlo, el mismísimo Scarlatti, al piano moderno". La visión que Granados tenía de Scarlatti era la de un compositor pos-romántico a caballo entre el Siglo XIX y el Siglo XX. Sus transcripciones son variables: unas modifican las armonías originales, otras las amplían con octavas y figuras en terceras y sextas, casi todas con ornamentos escritos.

Procedimientos aplicados a su recreación de los frescos de Goya, a los que evocó, en ese espíritu, a través de una suite pianística ilustradora de ese mundo colorista y castizo. El ciclo, constituido por seis números, a los que más tarde se sumó El Pelele, se redactó entre 1909 y 1911. Esta suite pianística, que más tarde proporcionó material para la ópera del mismo título, es la más famosa del compositor. "Me enamoré de la psicología de Goya, de su paleta. De él y de la Duquesa de Alba, de su maja señora, de sus modelos, de sus pendencias, amores y requiebros...", confesaría Granados. Los cuadros de Goyescas dejan, según Antonio Iglesias, amplia libertad a la fantasía, poseen una indiscutible e innata elegancia y dibujan unos tipos o insisten en una rítmica muy acusada. En la colección encontramos rasgos chopinianos y schumanianos combinados con la gracia para el manejo de elementos autóctonos como la tonadilla.

La idea de trasladar la partitura a la escena fue del pianista y director de orquesta norteamericano Ernest Schelling. En colaboración con Fernando Periquet, Granados creó un plan escénico y escribió la música, a la que hubo de aplicarse a posteriori el libreto. Algo que determinó un evidente desequilibrio dramático y que acabó por lastrar la obra, tan inspirada en los aspectos meramente musicales; como no podía ser de otra forma teniendo el origen que tenía. La historia de celos, amores y muertes, la confrontación entre lo popular y los aristocrático no termina de funcionar. El estreno tuvo lugar el 28 de enero de 1916 con lisonjero éxito, bien que no se llegaran a ofrecer más que cinco representaciones. Una de las páginas más aplaudidas de aquella noche fue precisamente el Intermedio, ajeno a la suite pianística, y que no satisfacía en absoluto al músico. Su bella y envolvente melodía, su nocturnal y cálida atmósfera, encandilaron al respetable. Fue lo último que sobre papel pautado redactó Granados antes de su lamentable desaparición.

Otra obra fundamental del catálogo del compositor es la colección de doce Danzas españolas para piano, que nacieron probablemente durante una estancia en París y fueron concluidas a su regreso a Barcelona, entre los años 1883 y 1890. Estamos aquí ya ante un exponente del flujo musical imparable, de extracción natural, sin artificios, del autor; un ciclo que causó honda admiración al compositor ruso Cesar Cui. Lo sorprendente es que sólo en muy contados casos aparecen en estas piezas motivos auténticamente populares, como los empleados, en conexión de nuevo con su amor a lo deciochesco, en sus Nueve Tonadillas al viejo estilo, "cuadritos, lieder españolísimos, con estilo antiguo y ambiente", como los definía Fernández-Cid.

Como ya se ha expresado, el mundo en el que Granados se desenvolvía con mayor soltura era el del piano. Puede decirse incluso que buena parte de sus composiciones para otras fuentes sonoras tenían como punto de arranque, como base, el teclado, y el caso de Goyescas es ilustrativo al respecto. Sus concepciones, sus planteamientos, sus resoluciones tenían ahí su origen. Por lo que en muchas de sus obras no había una perfecta correspondencia entre el pensamiento musical y el medio para el que escribía, lo que producía evidentes faltas de concordancia. Particularmente en el ámbito dramático; con independencia de que su pluma fuera ágil, inspirada, capaz de mantener una línea cantábile; o de que supiera casar una melodía o un recitativo con la línea vocal; o aplicar con fortuna un lenguaje lírico o un matiz descriptivo en el curso de una acción teatral.

El caso es que, desde muy pronto, Granados sintió la llamada de la voz humana y vio con claridad, sobre todo, la manera de expresar con ella pulsiones dramáticas y de llevarlas a un escenario; antes de que vertiera su inspiración en el pequeño estuche de la canción. La maja dolorosa -que se suele desgajar del resto- viene constituido a su vez por tres piezas de evidente entidad dramática y no poco desgarro expresivo, de un sorprendente tono trágico, delineadas a partir de una amplia interválica: La maja dolorosa, ¡Ay, majo de vida! y De aquel majo amante.

Naturalmente, en el año del cien aniversario de la muerte del compositor, se van a dar cita diversas publicaciones y actos rendidos a su memoria. No podemos olvidar, si de efemérides hablamos, la serie de manifestaciones que se están ya organizando, con la dirección del mencionado Douglas Riva, que actúa como presidente del constituido Comité Conmemorativo del Centenario de la muerte en 2016 y del cincuenta aniversario del nacimiento en 2017. Habrá conciertos, simposios, publicaciones en Estados Unidos, España, Reino Unido y Japón.