Un fotograma de 'La singular vida de Ibelin'

Un fotograma de 'La singular vida de Ibelin'

Homo Ludens

Ibelin, el joven que escapó de los límites de su cuerpo gracias a 'World of Warcraft'

Netflix estrena en España un documental sobre la vida de Mats Steen, un joven con una enfermedad degenerativa que pasa sus días en este videojuego online. 

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World of Warcraft acaba de cumplir 20 años. Aunque sus números no son los de antaño, todavía sigue teniendo una comunidad de millones de jugadores que quedan en Azeroth para tener aventuras, explorar recónditas mazmorras, vencer criaturas monstruosas, encontrar tesoros o simplemente charlar a la lumbre en una taberna de Stormwind.

El Wow, como es popularmente conocido, no inventó los juegos de rol multijugador masivos online (MMORPG en sus siglas en inglés), pero sí que los llevó a unas cotas de éxito inusitadas. Convirtió a Blizzard en un estudio de referencia y transformó la vida de millones de jugadores, para bien y para el mal.

Durante años, World of Warcraft se encontró en el disparadero por supuestamente incitar comportamientos compulsivos en sus jugadores, apareciendo en muchas discusiones sobre adicción a los videojuegos. Aunque no era ni mucho menos lo habitual, tampoco era tan extraño encontrar en aquellos primeros años historias de jugadores que pasaban 6 o 7 horas cada día conectados a sus servidores, arruinando relaciones o carreras profesionales por una vida virtual completamente ficticia. Para muchos, el WoW era un sumidero inevitable por el que se escapaban demasiadas horas del día. Una completa pérdida de tiempo.

Mats Steen es un joven noruego diagnosticado con distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad hereditaria que produce una deficiencia muscular progresiva y rápida que conduce a la discapacidad física y a una muerte prematura debido a complicaciones cardíacas y respiratorias.

Sus padres están preocupados por su incapacidad para llevar una vida normal debido a sus limitaciones, por cómo se encierra en sí mismo conforme va creciendo y por cómo termina decidiendo pasar la mayor parte del tiempo jugando en su cuarto a World of Warcraft. Cuando a la edad de 25 años, Mats termina sucumbiendo al avance de la enfermedad, sus padres deciden escribir en su blog la noticia de su fallecimiento. Al poco tiempo, comienzan a recibir cientos de correos electrónicos de gente expresando sus condolencias y contándoles la historia de su relación.

A Mats lo conocían como Ibelin en Azeroth, un miembro destacado del gremio Starlight, y su cálida personalidad, su genuino interés por las azarosas vidas offline de sus compañeros y su fascinante capacidad para la empatía le granjearon un nombre en la comunidad. Contra el pronóstico de sus padres, Mats sí había llegado a vivir una vida plena, afectando positivamente la vida de otros, estableciendo vínculos afectivos duraderos y tan reales como la vida misma.

El documental de Benjamin Ree va mucho más allá de lo que podría considerarse fríamente como una premisa lacrimógena y sentimentaloide para plantearnos preguntas pertinentes en estos tiempos que corren sobre la tensión entre nuestras vidas offline y las andanzas de nuestros avatares virtuales (ya sea en redes sociales, foros o mundos ficcionales) es más fuerte que nunca. Si termina de funcionar como documental narrativo es por una genialidad formal y una estructura inspirada.

El valeroso Ibelin

Primero conocemos a Mats a través de los ojos de su familia, con vídeos domésticos, entrevistas y glosas sobre los momentos más significativos de la evolución de su enfermedad. Luego traspasamos la pantalla del ordenador para descubrir las andanzas de Ibelin durante esos años con un experimento genial. El líder del gremio guardaba las conversaciones de chat de los últimos años, miles de páginas donde quedaron plasmadas las conversaciones y las situaciones de juego de Mats y sus amigos.

Con ayuda de un actor profesional con una voz similar y las inspiradas animaciones usando los modelos 3D del propio juego, Ree enhebra un hilo narrativo efectivo, capaz de llegar al sustrato esencial de cada una de las escenas, reviviéndolas para una audiencia que no tiene por qué estar al tanto de los usos habituales de un juego de estas características.

Ree no está interesado en representar a Mats como un santo, sino com un joven de carne y hueso, intrínsecamente bueno y generoso, pero también sincero en su propia angustia existencial ante una condena que se aproxima de forma inexorable. Ibelin es un luchador valeroso, no un joven contorsionado de manera antinatural sobre una silla de ruedas, por lo que Mats guarda el secreto con celo, generando una ausencia de contexto a algunas de sus pulsiones más autodestructivas.

Ree nos lleva con un pulso sostenido por estos vericuetos de drama entre personas con vidas muy diferentes, que incluso viven en países diferentes, pero que siempre muestran una caballerosidad ejemplar. Al final, Mats se revela como una persona mucho más compleja de lo que nadie de su familia podía imaginar, con un mundo interior mucho más vibrante y expansivo que sus diez horas diarias jugando a World of Warcraft y su invalidez podrían indicar.

¿Qué significa vivir una vida que merezca la pena? Lo que en cualquier otra circunstancia la mayoría juzgaríamos como una adicción perniciosa, ¿se volvía un uso comprensible y hasta deseable por parte de Mats? En ausencia de una incapacidad severa, ¿dedicar una cantidad de tiempo tan abultada a una actividad semejante resulta injustificable? ¿Son nuestros avatares online extensiones legítimas de nuestra personalidad o elaborados trampantojos que usamos para recluirnos todavía más en nosotros mismos y evitar así un mundo abiertamente hostil? ¿Cómo llegamos a calificar una actividad como pérdida de tiempo? ¿Por qué estamos tan obsesionados con la productividad a toda costa?

Mats sabía que no iba a vivir mucho tiempo más allá de los 20 años de edad, y que con el tiempo su calidad de vida iba a disminuir, y aún así decidió dedicar la mayor parte de su tiempo a jugar a World of Warcraft y a escribir un blog. ¿Tuvo sentido su vida? ¿Fueron sus interacciones con otros jugadores menos significativas por no haberse llegado a ver físicamente? La singular vida de Ibelin nos obliga a cuestionarnos muchas cosas sobre nuestro propio camino vital. No hay respuestas fáciles.