En plan serie por Enric Albero

Emmy 2018. Parte 3. El año de la vergüenza

3 agosto, 2018 09:34

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Patrick Melrose[/caption]

Desconozco cuales son los motivos. No sé si debe a cambios sociales o la necesidad de acabar con fantasmas demasiado tiempo ocultados. Fantasmas de cuya existencia sabía mucha gente, demasiada gente. O puede que todo sea fruto de una coincidencia que ha cristalizado en las candidaturas a los Emmy a mejor mini-serie y mejor película para televisión. Pero es una coincidencia terrible y angustiosa. Mírenla a la cara: en Godless (Scott Frank, 2017), Frank Griffin (Jeff Daniels) dirige una patulea de ladrones y asesinos que arrasa cualquier ciudad a su paso. Como el Juez Holden de Meridiano de sangre, la enorme novela de Cormac McCarthy, Griffin, invadido por un mesianismo abominable, se sitúa más allá del bien y del mal, ajeno a cualquier moralidad, lo que le permite matar o abusar de niños. En El alienista, la serie de Netflix en la que figuran nombres de la talla de Cary Joji Fukunaga (True Detective), Hossein Hamini (Drive) o Jakob Verbruggen (London Spy), un improvisado grupo de investigadores trata de dar caza a un asesino de menores obligados a ejercer la prostitución. Patrick Melrose, la adaptación de las cinco novelas escritas por Edward St. Aubyn, narra la historia de un ser humano roto, destrozado por los abusos sexuales de su propio padre, que trata de sobrevivir en un entorno voraz como es el de la élite social británica. En The Tale, Jennifer Fox cuenta su propia experiencia tras un desgarrador ejercicio de revaluación en el que asume que su primera relación sexual fue, en realidad, un abuso continuado por parte de dos instructores de equitación. También basada en hechos reales, Paterno desmenuza la ocultación, por parte de los técnicos y responsables de la Universidad de Pensilvania, de las violaciones cometidas sobre alumnos menores de edad por parte de Jerry Sandusky, uno de los entrenadores ayudantes de su prestigioso equipo de futbol americano… Valga esta introducción como ominoso preludio de lo que a continuación se encontrarán.

Mini-series

El alienista

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El alienista[/caption]

El psicólogo criminal Lazlo Kreizler (Daniel Bruhl), el ilustrador del New York Times John Moore (Luke Evans) y Sarah Howes (Dakota Fanning), secretaria personal del por entonces comisionado de la policía de Nueva York y futuro presidente de los Estados Unidos, Teodore Roosvelt (Brian Geraghty), forman un heterodoxo equipo de investigación encargado de resolver una serie de asesinatos de jóvenes prostitutos en la Gran Manzana de finales del siglo XIX. Basada en la novela de Caleb Carr publicada en 1994, esta period serie criminal muestra la aplicación de las primeras técnicas de investigación forense al tiempo que quiere erigirse como una descripción de una sociedad en la que el oportunismo, la influencia y los abusos de poder perpetrados por los miembros de la clase alta son ley (véase la manera de conducirse del JP Morgan que interpreta Michael Ironside).

Lastrada por un guion errático en el que las caídas de ritmo invitan a practicar el menospreciado deporte del salto de capítulos, la narración coge impulso en su parte final, cuando todo un veterano como John Sayles (Lone Star, Hombres armados) toma el control de las riendas. A pesar de la palpable inversión realizada por Netflix, el diseño de producción está lejos de parecerse al de otras series de época como Penny Dreadful, sobre todo porque la dirección de fotografía tiende a uniformizar el aspecto de una propuesta que pide mayor contraste, más juego con las luces y las sombras, y menos láminas de libro de historia renderizadas.

American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace

Cuando en el breve prólogo hablamos de abusos, no cité a Andrew Cunanan. Si no lo hice es porque, en la casuística reflejada, las víctimas siempre son menores, mientras que, en el caso del asesino de Gianni Versace, la crueldad recae sobre adultos (homosexuales). De todos modos, un nuevo ejemplo del interés (¿fascinación? ¿necesidad de redención?) que la violencia más descarnada, menos inteligible, ha despertado este año (The Sinner, que también tiene varias nominaciones, podría entrar en esta lista). A la creación de Ryan Murphy ya le dedicamos un extenso post en abril: todo hace indicar que Darren Criss ya ha vaciado todas las estanterías de su casa; necesitará espacio para almacenar los premios que van entregarle.

Genius: Picasso

Si la primera entrega de esta producción de la National Geographic estuvo dedicada a Albert Einstein, en la segunda le ha tocado el turno a Pablo Ruiz Picasso. Solo les diré que, si le gusta la pintura o les interesa la figura del malagueño, se aparten de este engendro como si su visionado les fuera a provocar un desprendimiento de retina. Si les gustan las series, tampoco se molesten. Cualquier curiosidad que les incite a ver Genius satisfáganla de otro modo: biografías, visitas a museos, la magnífica película de Henri-Georges Clouzot (El misterio de Picasso de 1956), incluso el episodio de Las aventuras del joven Indiana Jones en el que sale el autor del Guernica.

A la colección de tópicos hispanos que salpica la trama y a la caracterización imposible de Antonio Banderas, hay que añadirle los continuos saltos temporales que tratan de rastrear los orígenes de la genialidad del pintor y que solo sirven para encadenar escenas sonrojantes, en las que cada emoción queda subrayada para que el espectador se dé cuenta de cuán importante es todo lo que aparece en ellas -con la pelea entre Dora Maar (Samantha Colley) y Marie-Thérèse Walter (Poppy Delevigne) en el piloto ya basta para apagar la tele y ponerse a hacer calceta o a sacarse las muelas con un destornillador.

Godless

De Raíces profundas (George Stevens, 1953) a Logan (James Mangold, 2017); de Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) a Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). Todo lo que había que decir de este estimulante wéstern seriado de Scott Frank, lo dijimos aquí.

Patrick Melrose

Cuando leí El padre, volumen editado por Random House que contiene las tres primeras novelas que el escritor británico Edward St. Aubyn dedicó al personaje de Patrick Melrose (Never Mind, Bad News, Some Hope), terminé anímicamente destrozado. Tanto que no seguí con el segundo tomo, La madre, que contiene los dos títulos restantes (Mother’s Milk, At Last). La elegantísima prosa de alguien que describe tan crudas experiencias me impedía proseguir, so pena de hundirme más en la terrible contradicción que supone descubrirse adicto a un ejercicio literario de altísimo nivel en el que las atrocidades se suceden. Sé que cuando vuelva a St. Aubyn, sus novelas me cautivarán, como sé que después podrán barrer del suelo mi corazón y mis entrañas. Ese es, para mí, el gran misterio de sus libros y de su protagonista: ahondar en el horror propio desde una escritura sobria, sin estilizarlo, pero sin perder de vista un contexto al que se saja constantemente. St. Aubyn es como Frank Sinatra cantando Mack The Knife.

La adaptación que ha escrito David Nicholls y ha filmado Edward Berger (director de la interesantísima Jack), asume el espíritu (auto)destructivo de Melrose cuya adicción a las drogas -a todas las drogas- está conectada con los abusos sexuales a los que fue sometido por parte de su padre cuando era un niño. Pero esta sería solo una lectura superficial del asunto, puesto que la pederastia paterna funciona, a su vez, como comportamiento propio de una clase alta británica en la que el cinismo y el sadismo van de la mano. Una conducta, demostrada por la superioridad con la que su padre (Hugo Weaving) o amigos como Nicholas Pratt (Pip Torrens) se conducen, que parece formar parte de la pedagogía que rige en las mejores escuelas del país: ahí está la conversación a propósito de la educación en Eton en la que brotan frases del estilo “el vicio está bien, pero el incesto es mejor (vice is nice, but incest is best)” o “¿por qué crees que es superior ser inmoral? No se trata de ser superior. Se trata de no ser un aburrido o un capullo”.

Este retrato a ametralladora de unas élites marcadas por el esnobismo y la ociosidad atraviesa cinco décadas para constatar la decadencia de una clase alta que se debate entre el aburrimiento, la ostentación del poder y la conservación de unas tradiciones antediluvianas. Los episodios, desarrollados cada uno en un año distinto -1982, 1967, 1990, 2003 y 2005 – permiten observar la evolución de un personaje torturado en busca de redención (aunque sea por la vía del suicidio) mientras la upper-class sigue sin querer despegarse de un modus vivendi extemporáneo, sustentado por las rentas heredadas o por matrimonios provechosos. La mayor preocupación y el mayor temor de Melrose es ser incapaz de combatir esa herencia didáctica y seguir transmitiéndole a sus hijos los nefastos valores que le obligó a aprender su padre, aun cuando lucha denodadamente para no repetir esos errores: como si la ironía o el sadismo fueran una carga genética de la que es imposible escapar. De hecho, decíamos que Melrose es (auto)destructivo porque, por un lado, en sus actitudes hay un evidente desprecio por la clase de la que forma parte y porque, en última instancia, entiende su propia destrucción como la de esa élite revenida (hay que matar al padre, aunque el padre sea uno mismo).

Esa construcción narrativa a la que hacíamos referencia, con flashbacks y repeticiones que nos devuelven a la infancia de Melrose, la convierte en una serie inhabitual: no se trata de avanzar, de que sucedan cosas, si no de regresar, cada cierto tiempo, al momento en el que un agujero se abrió bajo los pies de un niño que, lógicamente, no puede ir hacia adelante porque carga con un peso que se lo impide. Esas idas y venidas temporales, ese continuo retorno al horror, forman parte del proceso mental de Melrose, cuyos espectros infantiles siguen ahí, invadiéndole una conciencia que solo puede anular consumiendo cualquier sustancia que le permita a su cabeza salir del “wild world” que canta Cat Stevens en el primer capítulo (‘Never Mind’).

Tal vez el mejor correlato visual de la finura estilística de St. Aubyn no sea la saturación del color por la que Berger apuesta desde el principio, si bien todos los elementos de la puesta en escena parecen situarnos delante de una burbuja -de un mundo- a punto de estallar. Ahí están esas tonalidades gritonas, pero también esos encuadres abigarrados aún más saturados por el barroquismo de una decoración de interiores ostentosa; o los numerosos travellings de acercamiento al rostro o esos cenitales que inciden en el peso de una existencia insoportable, asfixiante, de la que Melrose -un desatado Benedict Cumberbatch- solo parece poder huir a lomos del caballo que le corre por las venas. Aunque yo, atendiendo a la escritura de St. Aubyn, le exigiría menos vértigo -esto es que fuera menos Trainspotting y más El hombre del brazo de oro- estamos ante una mini-serie de las que no hay que saltarse (por cierto, lo de Jennifer Jason-Leigh también es de aúpa).

La producción de Showtime en colaboración con Sky se podrá ver en España a partir del 18 de septiembre a través del canal Sky España. Avisados quedan.

TV MOVIES

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The Tale[/caption]

Farenheit 451

En la entrada dedicada al festival Crossover, que estrenó la película en España, hablamos sobre la nueva adaptación de la novela de Ray Bradbury. Pero volvamos brevemente a ella. A la versión de Ramin Bahrani le falta amor por los libros y por la literatura. Transforma el potencial reflexivo del original literario en un actioner entretenido, como si el Quijote necesitara ser adaptado por Dan Brown para que el público actual pudiera no ya comprenderlo sino solo leerlo. Si, ante la proliferación de la televisión, Bradbury reclamaba por vía de la hipérbole distópica un retorno a los libros, esta Farenheit 451 rebaja tanto la profundidad discursiva del material de partida que invita a volver a leer para no seguir viendo aparatosas secuencias de acción.

Flint

Bruce Beresford (Paseando a Miss Daisy) dirige a Queen Latifah en este drama basado en hechos reales sobre la toxicidad del agua que afecta a los vecinos de la ciudad de Flint, en el estado de Michigan. Como ya habrán adivinado, figura en la lista de pendientes (aunque su sinopsis recuerda a la notable A Civil Action de Steven Zaillan)

Paterno

Los diez primeros minutos de la nueva colaboración entre Barry Levinson (Rain Man, Sleepers) y Al Pacino son un prodigio de montaje que condensa todo lo que, posteriormente, se desarrollará en la siguiente hora y media de película: al ritmo del partido que permitirá a Joe Paterno batir el récord de victorias como entrenador, y aprovechando su estructura -los descansos- y la retransmisión, Levinson presenta a todos los personajes y su posición en el conflicto que está a punto de desatarse. Pacino interpreta a Paterno, head coach del equipo de fútbol americano de Penn State, universidad en la que es considerado un ídolo. Con 84 años y 409 victorias a sus espaldas, se ve involucrado en un delito de pederastia cometido por el que fuera uno de sus ayudantes, Jerry Sandusky. El caso, que estalló en 2011, ya había sido hecho público 10 años antes por la periodista del The Patriot-News, Sarah Ganim (Riley Keough).

Paterno trata de deconstruir la figura de un técnico de éxito, aclamado por la comunidad, que parece dedicarse únicamente a preparar sesiones de entrenamiento y a ver partidos sin importarle -y desconociendo- todo lo que le rodea: no olvidemos que la película arranca con un señor ‘confundido’ al que se le va a practicar un scanner (metáfora médica del propio film).  Aunque es cierto que es un tanto repetitiva y que Pacino -y la construcción de su personaje- está a años luz del resto de secundarios que le acompañan, la exposición de los hechos termina por transformarse en un sack que manda al suelo al quarterback de las máximas: todo vale para lograr el éxito. Y todo significa que los responsables de la universidad encubrieron a un violador de niños -52 casos de abuso sexual a menores entre 1994 y 2009, aunque hubo otros previos- simplemente porque les ayudaba a ganar títulos.

The Tale

O los recuerdos como ficción. Como la narración hace de una novela de terror una comedia romántica. Eso es The Tale, película en la que, a partir de su propia experiencia, Jennifer Fox trata de explicar, y de explicarse, como su memoria transformó un abuso sexual reiterado en una historia de amor que, con el paso de los años, desapareció de su mente. Una llamada de su madre, asustada, tras leer un breve texto escrito por su hija cuando tenía 13 años en el que cuenta todo lo sucedido, desencadena una investigación retroactiva que lleva a Fox (Laura Dern) a desenterrar verdades y fantasmas que creía olvidados.

Tal vez, el momento clave de una obra en la que el documental autobiográfico aprovecha la ficción para articular un interrogatorio imposible (y buscar verdad), es cuando la protagonista contrapone la imagen que tiene de ella misma con 13 años -como se recuerda a esa edad- con las que le devuelven los álbumes de fotos, en las que es mucho más pequeña de lo que pensaba. Una proyección que tal vez sea de índole cultural -piensen en la edad de la Lolita de Nabokov y en sus representaciones cinematográficas, por ejemplo- y que hoy en día sigue (re)produciéndose, obligando a entrar en la adultez, por vía de la imagen, a niñas que no lo son (piensen en Millie Bobby Brown, la Eleven de Stranger Things, por ejemplo). Película dura y controvertida, que irradia sinceridad, convencional si se la mira desde un punto de vista estrictamente formal pero rompedora como artefacto híbrido en el que un cine del yo se observa desde la ficción: “La historia que voy a contar es real. Hasta donde yo sé”.

USS Callister (Black Mirror)

Y cerramos con otro abusador. Poliabusador, para más señas. En este caso el Robert Daly que interpreta Jesse Plemons en el episodio inaugural de la hasta ahora última temporada de Black Mirror, al que le dedicamos las siguientes líneas en enero de este mismo año: “En USS Callister hay una idea abracadabrante: el clon digital. Con los ropajes de Star Trek, Charlie Brooker, William Bridges y el realizador Toby Haynes, nos hablan de un programador apocado y oscuro que, en un mundo virtual, domina a los empleados a los que rehúye en la vida real. Es una lástima que esa crítica a la endogamia mitómana y a la tiranía patronal se resuelva de manera tosca. En un mundo hipertecnologizado en el que la seguridad es lo primero, basta con pedir una pizza y colarse por una ventana para liberar a la tripulación rebelde. Como sucede con demasiada frecuencia en las últimas entregas de la serie, la historia necesita llegar al punto que los guionistas han decidido previamente y para ello todo parece valer. También me genera dudas el comportamiento de Robert Daly (Jesse Plemons): ¿es un misógino y un abusador porque se siente rechazado o como se le aparta reacciona de esa manera? Dicho de otro modo, ¿justifica el guion su comportamiento?”.

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