Una escena de 'Las muertas' (Luis Estrada, 2025)

Una escena de 'Las muertas' (Luis Estrada, 2025)

A la intemperie

'Las muertas': de la realidad a la novela, de la novela a la serie

Netflix ha llevado a la televisión el caso real de las hermanas Baladro que Jorge Ibargüengoitia noveló en 1977. Una crítica despiadada a todo un país que nos acerca a la narrativa del escritor mexicano.

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Primero fue una historia real: el caso de las hermanas Baladro, sus negocios sucios, sus burdeles y los “accidentes” mortales que tuvieron lugar en ellos. Eran los años 50 y 60 en México y el escándalo fue mayúsculo y ocupó hasta más allá del asombro no solo a la opinión pública y la gente anónima del pueblo, sino a las élites políticas, sociales y culturales del país.

Entonces, más o menos como ahora, la moneda común del país era la coima y la llamada “mordida”, el dinero negro que se perdía en los vericuetos de las “transacciones” económicas y en las “colaboraciones”. México y sus peligros.

El caso de las Baladro tuvo una resonancia que hizo temblar los cielos y las tierras de todo México y un novelista sobresaliente investigó a fondo la historia real para convertirla en novela, Las muertas, que se publicó en 1977 en la colección de El pez volador, de la editorial Joaquín Mortiz.

El narrador añadió elementos de ficción al relato final y consiguió con su novela un gran éxito de lectores y crítica. Pero no se limitó a contar la historia ficcionada, sino que hizo del “caso” escrito un microcosmos de todo México y de su vida cotidiana.

La crítica de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), no exenta de un sarcasmo cruel y despiadado como la propia historia, sus accidentes y asesinatos, era a todo México, desde la política a la Iglesia, desde el pueblo llano a las clases pudientes y altas: en la novela Las muertas nadie queda vivo, ni ética ni físicamente.

Además, el escritor cuida la narración y mima al diablo que siempre se esconde en los mínimos detalles, de modo que Plan de Abajo, el estado imaginario de México donde tiene lugar el terrible suceso, resulta -a ojos de un lector activo e inteligente- el retrato exacto del país y sus consecuencias en esa época.

Acabo de ver la serie Las muertas en una plataforma televisiva y, a partir de la imagen y sus diálogos y secuencias, he recordado mi primera lectura de la novela inmediatamente después de ser publicada en el entonces llamado Distrito Federal.

Como casi siempre en estos casos, en el trasvase de la novela a la imagen fílmica, el alma del relato se evapora: como que huye del cuento literario para transformarse en otra cosa; es otra cosa y, en todo caso, el alma no es la misma.

En efecto, la historia es la misma en la novela y en la serie, pero la lectura sigue, al menos en mi caso, provocando más emociones y sorpresas que en la visión de la ficción televisiva.

Eso sí, ahí está el imparable, impagable e implacable humor negro de Ibargüengoitia, que no deja títere con cabeza, como una ametralladora insaciable que apunta siempre para dar en el clavo y deslumbrar al lector o al espectador.

Cierto: valió la pena verla para notar incluso las diferencias. Además, para quien no conoce a Ibargüengoitia como novelista será una buena ocasión para descubrirlo y acercarse ahora a sus libros.

Un momento de la serie 'Las muertas' (Luis Estrada, 2025)

Un momento de la serie 'Las muertas' (Luis Estrada, 2025)

Conocí brevemente a Jorge Ibargüengoitia en Barcelona, el mismo día de 1983 en que firmamos, él como autor y yo como director editorial de Argos Vergara, con permiso de Carmen Balcells, los derechos de edición en España de dos de sus novelas, Los relámpagos de agosto y Las muertas, en la lectura de las cuales quedé deslumbrado por la maestría del novelista y la exégesis macabra y sorprendentemente humorística –humor negro muy particular, muy personal del narrador–, que eran verdaderamente envidiables.

Fue durante una comida en un restaurante de la calle Muntaner, donde también estuvieron presentes Carlos Barral y Rafael Soriano, un almuerzo en el que el novelista mexicano se esforzó todo el rato en matarnos de la risa con sus interpretaciones estrambóticas de las realidades que iban saliendo en nuestras conversaciones, hasta en las más banales.

Después no vi más a Ibargüengoitia, que murió poco después en el accidente mortal de un avión de Avianca, junto a otros autores que venían desde París camino de Colombia a un encuentro de escritores. Mala suerte e injusto final para un escritor fantástico que se tomaba la vida con un humor inteligente y sofisticado, casi siempre solo sugerido, dejado a la interpretación y la hipotética carcajada cómplice del lector.

La edición española de Las muertas pasó poco menos que inadvertida, como casi siempre pasan las cosas buenas de la literatura, y los lectores españoles perdieron la ocasión de conocer el talento narrativo del escritor mexicano, prolífico y trabajador como pocos he conocido.

Pero, bueno, lo dicho: ahora es momento de acercarse y de saber quién es, empezando si quieren a ver la serie -en realidad miniserie- de Las muertas. Pasarán un buen rato y quién sabe si en esas imágenes de Ibargüengoitia algunos de ustedes se encuentran para pasar de la serie fílmica a leer la novela sobre una historia, como ahora se dice, “basada en hechos reales”.