Créanme si les digo –con buen conocimiento de causa– que pocos libros se editan en España más sofisticados, prolijos, puñeteros, más sabios y resabiados, mejor concebidos y diseñados, más esmerados, trajinados y cuidados que los de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española (BCRAE), creada y dirigida hasta su muerte por Francisco Rico y hoy bajo la tutela experta de Gonzalo Pontón Gijón.

Pensada en su momento como una colección de referencia para uso de estudiantes, en la actualidad, dadas las rebajas de exigencia de los planes de estudios, va quedando como refugio de lo que –por decirlo al ferlosiano modo– cabe entender por “altos estudios filológicos”, y como biblioteca canónica de la literatura clásica en lengua española, cuyos títulos fundamentales ofrece en rigurosas ediciones críticas, bien introducidas, profusamente anotadas y comentadas, y provistas de toda clase de herramientas para su consulta.

El último volumen publicado por la BCRAE es un texto poco conocido entre el común de los lectores, y sin embargo popularísimo en su tiempo y valiente precursor de la hoy hegemónica corriente de la literatura autobiográfica o, por decirlo más ambigua y modernamente, de la llamada “autoficción”.

Me refiero a la Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Diego de Torres Villarroel, escrita por él mismo, que vio la luz en sucesivas entregas entre 1743 y 1758.

En el desierto narrativo del siglo XVIII español, la Vida de Diego de Torres (1694-1770) resulta mucho más amena y divertida que el también popularísimo en su día pero estomagante centón del padre Isla, Fray Gerundio de Campazas (1758-1768).

Subvirtiendo la fecunda tradición de la novela picaresca, 'Vida' de Torres Villarroel está escrita por un sujeto que pertenece ya a nuestro mundo

Subvirtiendo la fecunda tradición de la novela picaresca, nutriéndose descaradamente del genio de Quevedo, la Vida está escrita por un sujeto que pertenece ya, en buena medida, a nuestro mundo, como se deja ver en este modo de interpelar al lector, ya desde el mismo arranque.

“Tú dirás –como si lo oyera–, luego que agarres en tu mano este papel, que en Torres no es virtud, humildad ni entretenimiento escribir su vida, sino desvergüenza pura, truhanada sólida y filosofía insolente de un picarón que ha hecho negocio en burlarse de sí mismo y gracia estar haciendo zumba y gresca de todas las gentes del mundo. Y yo diré que tienes razón, como soy cristiano”.

El éxito alucinante de los primeros “trozos” de su Vida, una y otra vez reeditada y pirateada, convirtió a Torres Villarroel –quien antes de escribirla ya se había labrado una inmensa reputación como astrólogo– en un hábil explotador de su biografía, que manipuló y formateó siempre en atención a los gustos de sus lectores: “Soy un escritor inútil, impertinente, necio y pegajoso; pero al mismo tiempo soy el autor más conocido y requebrado de cuantos buscan en la aprobación del público sus intereses, sus alabanzas y sus exaltaciones”, declaraba cínicamente.

La personalidad portentosa y la obra extravagante de Torres Villarroel ocupa el primero de los ensayos de Inquisiciones, de Jorge Luis Borges, quien dijo de él que “fue una provincia de Quevedo, más alegre y menos intensa”, y de su Vida, que “hay en ella dos excelencias: su aparente soltura y el ahínco del escritor en declararse igual a cuantos lo leen, contradiciendo el desarreglo de la agitada vida que narra”.

La edición de Luis Gómez Canseco para la BCRAE es, como todos sus trabajos, y pese a su erudición, tan excelente como servicial y atenta a las curiosidades y a los horizontes del lector corriente.

Él mismo nos advierte de cómo Diego de Torres Villarroel “nos lleva de la mano por donde quiere, jugando con nosotros con una inteligencia sofisticada y original”, y cómo las “pocas páginas” de su Vida, “que apenas precisan de un periquete de lectura”, están “vivas” y encierran “a uno de los más duchos y excelentes escritores en lengua española”.