
El senador Catilina sentado, solo, a la derecha de la pintura de Cesare Maccari: 'Cicerón pronuncia su discurso contra Catilina', 1889
¿Hasta cuándo, Catilina? Ejemplo del farsante político, el senador romano era un corrupto absoluto
Ambicioso autócrata, actor que da gato por liebre, conspirador a favor del mal y de la destrucción del pueblo, el enemigo de Cicerón fue un político profundamente malvado.
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La historia de Roma, y su imperio, está llena de ejemplos que habría que conocer para llegar a conocernos hoy, o para llegar a hoy y conocernos, y conocer la condición humana. Catilina, el senador Lucio Sergio Catilina y su vida, es uno de esos estereotipos del autócrata que se repite a lo largo de los siglos como si el ser humano no tuviera memoria, sino una pesada amnesia que le hace olvidar sus errores y volverlos a cometer como la primera vez.
Catilina, el senador y su vida, pasó a la Historia por su constante capacidad para agotar la paciencia de los senadores y de toda Roma. Era un tipo duro, inteligente, consistente, convincente, pesado, atractivo, pero profundamente malvado en todas sus proposiciones.
Su claridad verbal y sus proyectos políticos a la vista no tenían nada que ver con los secretos motivos por los que conjuraba contra Roma y sus ciudadanos sin ningún escrúpulo, sin ética alguna y sin otro objetivo que destruir lo que podríamos calificar hoy como el Estado, mutatis mutandis, el Estado romano, el sistema, para entendernos.
Contra ese Estado tramó no una sino dos conspiraciones, que son las que han pasado a la Historia, y por las que se le conoce a él, a su nefasta labor contra las instituciones y la gente romana. Cicerón, que era su peor enemigo político, le dedicó algunas de sus piezas cívicas ejemplares, conocidas desde entonces hasta hoy como las "Catilinarias".
El historiador Salustio lo retrata en sus escritos y lo descubre como un farsante en su trabajo sórdido y en su perversa personalidad. Por esto ha quedado para nosotros como el ejemplo del farsante político, del ambicioso autócrata, del actor que da gato por liebre, la imagen y la realidad de un terrible conspirador a favor del mal y de la destrucción del pueblo. Era un corrupto absoluto.
Es popular, aunque la mayoría no conozca, el origen y la historia de la frase, el texto con el que Cicerón en una sesión del senado romano se dirige al felón. Lo escribiré traducido al español: "¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?".
Porque estamos hablando de política, de políticos y de su relación con los ciudadanos, y de su labor como servidor público. No basta, y no bastaba tampoco en la república romana, con pedir perdón.
A día de hoy, en un país serio y disciplinado como Japón, por ejemplo, el político que no cumple con su labor de servidor público y comete errores mayúsculos, y no tanto, y más si está en ese momento en el gobierno de la nación, está obligado a pedir perdón en público y, después e inmediatamente, a dimitir, a irse a su casa, donde, en bastantes casos y en privado, llegaba a suicidarse para mantener intacto el honor ese su familia. Cosas del Oriente y su memoria eterna. Y del honor. Y de la dignidad. Y de la honradez. Todas esas virtudes estaban ausentes en Catilina.
A veces, los autócratas toman al pueblo, de hoy siempre, por escolares que sonríen satisfechos en el recreo del patio en cualquier colegio. Escolares que no ciudadanos, que escuchamos y vemos por televisión cómo nos trata el autócrata con cartas marcadas y que, al final, y como muchos, maquilla su imagen para pedir a los ciudadanos hipnotizados, y que todavía cree que creen en él, un perdón que está lejos de sentir.
A quienes cumplimos con el Estado, y pagamos todos nuestros impuestos, no nos queda más remedio que escuchar desde dentro de nosotros mismos la pregunta de Cicerón: ¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?
La paciencia es una gran virtud contra los abusadores y los destructores del Estado; dicen que la paciencia es la madre de la ciencia y de la sabiduría. Creo que es así, aunque todo tiene un costo y todo lo que empieza termina, y todo lo que empieza mal tiene un final peor, mientras el Estado y la confianza del ciudadano en las instituciones y en la clase política, y más si está en el gobierno, decae dolorosa y peligrosamente.
El autócrata es un destructor de la democracia que nos mantiene y mantenemos todos nosotros. Quien la traiciona en su propio y exclusivo beneficio es un traidor a los ciudadanos que lo votaron y a todos los demás. Es un felón, un filisteo, un embustero contumaz con un complejo enfermizo de superioridad para su labor de destrucción incluso de su propia ideología.
En estos días aciagos para el mundo que vivimos y creemos que conocemos, en estos días terribles y escandalosos de la política española, no dejo de hacerme una y otra vez la pregunta de Cicerón: "¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?".
Esperamos, con paciencia pero pronto, la respuesta que es costumbre en los políticos japoneses, por honor, por dignidad, por vergüenza.