Playa de las Canteras (Gran Canaria). Foto: Observante

Playa de las Canteras (Gran Canaria). Foto: Observante

A la intemperie

Alisios en la playa de las maravillas

No hay que volverse loco para saber que las Islas Canarias son el mejor lugar del mundo para no trabajar y gozar al sol del mundo libre

20 julio, 2022 03:14

Ya saben mis implacables e impecables lectores que uno de los dos textos que más me han impresionado en mi vida es Alicia en el país de las maravillas, la novela de Lewis Carroll que describe y descubre un mundo futuro lleno de inventos y de máquinas de todo género, impensables en su tiempo victoriano. Carroll era, sobre todo, un matemático genial, aunque algunos intérpretes de esa gran ficción profética tildan al autor de peredasta…

No voy meterme en esos jardines, pero sé que en un momento determinado, en muchos manicomios europeos (antes de las tesis de Battaglia) se realizaron estudios para preguntarles a los enfermos residentes cuál era el libro que más les había interesado en su vida. Un alto porcentaje afirmó y confirmó que era Alicia en el país de las maravillas, los cuentos de una niña que con sus aventuras y juegos descubrió el futuro que ahora estamos viviendo con las altas tecnologías, un libro que su autor disfrazó de cuento largo para niños con el objeto de saltarse la terrible censura victoriana.

En cuanto a los enfermos de la cabeza, nadie les preguntó si habían leído la novela de Carroll antes de estar locos o se volvieron locos por leerla y entenderla. Tal vez yo, en aquel tiempo, hubiera sido uno de esos locos residentes en un manicomio de la época. O tal vez lo sea ahora, en el día de hoy, un tiempo en que —estoy seguro— que hay más locos al mando del mundo que los que Carroll se podía imaginar con desmesura en su época.

[Alicia ante una pantalla]

Ahora estoy en un “spa” natural, en Las Palmas de Gran Canaria, donde nací, me crié y crecí hasta el final de mi entonces insaciable e irresponsable primera juventud, donde leí mis primeros libros y descubrí tantas cosas de la vida, justo al lado de una de las mejores playas urbanas del mundo entero: la Playa de las Canteras. Y no digo la mejor porque no conozco todas las playas del mundo, aunque de verdad que muchas. Esta es la playa de mi infancia, en cualquier estación del año; la playa eterna de mis sueños adolescentes y la playa espléndida de toda mi juventud. Su salitre es para mí una orden que debo cumplir para, de vez en cuando, recuperar la respiración de mi juventud.

Mientras sopla el alisio (los alisios), el aire acaricia la piel que se va dorando al sol y mitiga sus feroces rayos. Los alisios soplan y flotan como un masaje perpetuo y psicosomático que garantiza el bienestar en sus arenas amarillas y su playa casi siempre serena y apacible, con la Barra en el horizonte cercano y a la mano de cualquier bañista que sepa nadar lo que exige la cultura general.

Algunos intérpretes de esa gran ficción profética que fue 'Alicia en el país de las maravillas' tildan al autor de peredasta

Quienes, fuera de las islas, han visitado alguna vez Las Canteras saben que no miento y que ni siquiera exagero cuando hablo y escribo maravillas de esta playa, ubicada por la Naturaleza en una de las islas cercanas a África a las que griegos y romanos llamaron “Afortunadas” y donde, según Erasmo de Rotterdam, en su Elogio de la locura (mala traducción al español de ese título), “nació la estulticia en el mundo”, otra mala traducción al español.

Yo traduciría, para que se me entienda, algo parecido a lo que llamamos ahora, desde los 60 del siglo pasado, “flower power”, haz la fiesta y no la guerra, diviértete que la vida son tres días, ya vendrá el invierno, “tranquilo, mañana arreglamos eso, vamos hoy a hablar y a tomarnos unas copas”… Y así, hasta los que han dado llamar a la idiosincracia de las Islas Canarias, “el aplatanamiento” (por la excesiva indolencia que hay, casi siempre, en la cotidianidad insular).

Cada uno es como es y si el clima lo exige, no hay que volverse loco para saber que esta tierra es la mejor del mundo para no trabajar y gozar del mundo natural y libre, al sol, respirando el yodo del mar, entre alisios, veranos fastuosos y suaves mientras los alisios soplen y floten y nos permitan que entre el viento del Simún y la calima.

Y luego está la gastronomía insular, un elemento básico que los expertos en turismo se empeñan —no sé por qué— en no venderle a los visitantes, a los turistas, a los viajeros que repiten y repiten todos los años. Tengo aquí, en las islas (pero sobre todo en la que nací) muchos lugares llenos de magia.

Ahora hay más locos al mando del mundo que los que Lewis Carroll se podía imaginar en la época en que escribió la novela

Y escribo hoy en uno de ellos esta reflexión: el Parque de Santa Catalina, vecino íntimo de la Playa de las Canteras, donde el amigo de Conrad, Roger Casemont, cuando viajaba a Europa desde el corazón de las tinieblas (África y, sobre todo, el Congo), se refugiaba a la búsqueda de “pájaros” (gays como él), según confiesa él mismo en sus Diarios negros.

Bajaba del barco, en el viejo pantalán de la Santa Catalina, junto al Parque, se divertía y regresaba después para seguir cabotaje. Ahora, en el Parque Santa Catalina, el paisaje humano cambia cuando comienza a decaer la luz del día. Es un espectáculo digno de observarse. Aunque yo suelo regresar a mi hotel y ponerme a escribir “Cuatro veces mariposa” en cuanto oscurece del todo. Es, desde luego y a pesar de todo, una opción mucho más segura…

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Momia de un joven (detalle). Periodo Ptolemaico tardío – romano temprano, ca.100 a.C. – 100 d.C. Probablemente Hawara, Fayum, Egipto. © Trustees of the British Museum.

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