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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Juego sucio

El juego sucio se ha vuelto una costumbre de lo más humana, de modo que la sociedad sufre su efecto terrible

17 julio, 2019 10:09

El juego sucio se ha instalado en una sociedad y en un mundo en el que brilla, por su ausencia, la falta de educación. O siempre estuvo ahí, agazapado como un tigre salvaje, esperando que la buena voluntad bajara la guardia para darle el zarpazo por la espalda. Lo cierto, porque es evidente, es que el juego sucio se ha vuelto una costumbre de lo más humana, de modo que la sociedad sufre en su cotidianidad el efecto terrible de ese vicio que nos hace peor como individuos y como pueblo. ¿Peor que nunca, pero que jamás, estamos, pues, al borde de un precipicio del que no se puede esperar un futuro mejor que este presente rastrero y vulgar? Ese vicio del juego sucio no es nuevo, pero ya ni las formas se cumplen en las democracias, que hace nada tenían como diferencia con los totalitarismo una diplomacia que para bien nos llamaba la atención. Hoy, Trump y Putin son los ejemplos: dos monos con apariencia humana que demuestran que lo son -monos, quiero decir- a cada paso que dan. La autoridad de antes se ha vuelto autoritarismo, desprecio al que está debajo, clasismo, racismo, juego sucio. Hay muchos ejemplos más en la política, y a su manera hay ejemplos por doquier en todos los rincones del mundo y en todos las profesiones de la vida.

En España seguimos señalando a los políticos como los responsables de todos los desaguisados que tenemos en el país: diluvie o no llueva, la culpa es de los políticos, de los de arriba, de los que mandan y deciden. No queremos saber nada de nuestra responsabilidad personal, de cada uno de nosotros, en este tipo se asuntos. Votamos y responsabilizamos al político como si no hubiéramos sido nosotros los que los hemos puesto donde están. Desde hace tiempo no hay gobierno en España como mandan los cánones democráticos. Si Pablo Iglesias, un niño mimado de la izquierda que se cree tocado por la varita mágica de la Historia, no cede en sus pretensiones de ser "virrey" de esa misma izquierda en el nuevo gobierno, será la segunda vez que impedirá en España un gobierno de izquierdas, estable y concreto. Albert Rivera, retratado hace un par de meses en uno de sus brillantes artículos por Francesc de Carreras, se ha convertido en un adolescente caprichoso que yo desconocía en él. De la socialdemocracia a la derecha hay un salto muy grande, que algunos hemos considerado como excesivo y peligroso, cuando no simplemente una traición ideológica por causa de la simple ambición política. ¿Y la derecha? Que arregle sus modales y sus interiores; que solvente los tartamudeos ideológico en los que anda metida desde hace tanto tiempo; que, por fin (aunque tal vez será pedir demasiado), se moderniza, se refine en sus formas y en sus contenidos y llegue como un sueño inesperado una derecha europea a España.

En otros mundos, el intelectual, el mundo cultural, donde a pesar de todo se mueve mucha influencia social; en ese barrio inmenso que ahora se ve amenazado y a la vez influido y tal vez enriquecido por las redes sociales, ya todo el mundo escribe, todo el mundo que cree que tiene una opinión respetable y todo el mundo se presiente como un genio en puertas. Tenía razón Javier Marías en uno de sus recientes artículos: hoy nace, casi todos los días y por generación espontánea, una escritora genial, un escritor soberbio, una Virginia Woolf inmediata. No hay debate ni crítica sobre el asunto: la manada femiloca existe y tiene sus planes. Las cabecillas del asunto son, para ellas mismas, las mejores escritoras del mundo. Luego están los maridos, amantes y moscas cajoneras: hay casos divertidos. Por ejemplo, una escritora mexicana muy gritona gana un premio de gran prestigio. Cierto, es un premio editorial de una casa española, pero hasta ese momento yo la consideraba (a esa editorial) de las primeras de España. El cuento no es que lo gane la mexicana tal año, sino que al año siguiente lo gane su noviete, que es de la misma estirpe que ella: gritón y mediocre. ¿Y el editor? Lo he tenido siempre por un hombre honesto, aunque siempre su negocio va a favor de la corriente. Dice estar de acuerdo con el asunto de la paridad, pero en su catálogo hay el doble de autores que de autoras. Golpea sobre los demás, como si estuviera libre de pecado. En fin, juego sucio donde los haya, ganas de hacer y tener un canon propio en este desbarajuste donde se le ha dado la palabra pública a miles de idiotas, según frase que se atribuye a Umberto Eco. Volver a cierta racionalidad nos vendría de perlas, en un mundo en el que hasta las perlas más verdaderas son calificadas de falsas por quienes ahora, influyentes en las redes, son los jefes de las bandas. Otro día hablamos de los "seguidores", ese inventivo de las redes sociales que convierte en periodista de lujo a quien más número de "seguidores" tiene. En fin, lacra y ruina moral por todas partes.

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