Image: Pérez Agirregoikoa y la gran bola de plastilina

Image: Pérez Agirregoikoa y la gran bola de plastilina

Exposiciones

Pérez Agirregoikoa y la gran bola de plastilina

Juan Pérez Agurregoikoa. ¿Queréis un amo? ¡Lo tendréis!

9 noviembre, 2012 01:00

Vista de la exposición

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 25 de febrero.

La ironía mordaz y el humor cáustico y negro son recurrentes en la obra de Juan Pérez Agirregoikoa. Él mismo señala que sus piezas se corresponden a pensamientos "flashes" que surgen de forma improvisada convirtiéndose en dibujos, pancartas o vídeos. Aquí las reúne bajo una conocida afirmación del psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan: ¿Queréis un amo? ¡Lo tendréis!

Las estrategias de demolición del discurso cultural principal y del sistema socioeconómico y político son algo todavía muy habitual como propósito y plan de los artistas. Acaso cada vez más, por lo que quizá deducimos que aún resultan necesarias. Con el candor disipado hace décadas, se da por descontado que cualquiera de ellas acabará siendo absorbida por esa inercia propia del ciclo cultural y discursivo coetáneo, que tenderá a atraer hasta su núcleo a cualquier partícula disidente, integrándola o, llegado el caso, desintegrándola. El establishment, una gran bola de plastilina de color indefinido que va adhiriendo en su rodar todas las demás pequeñas formas de colores. Hay quien piensa que algo queda, como un ruido parásito que destiñe levemente la voz del líder en televisión. Como la carcajada de un chiquilloen un acto oficial. Una impresión de titubeo.

Juan Pérez Agirregoikoa (1963) se planta en este Museo Nacional gracias a Fisuras, programa que busca propiciar reflexiones alternativas sobre el museo y su función mediante proyectos creados específicamente.

Al entrar en el Espacio Uno, nos da la bienvenida un gran dibujo en grises de carboncillo donde aparece una sala de estar cualquiera donde dos perros miran hacia nosotros mientras parecen aparearse a espaldas de un sillón desde el que alguien está mirando la comparecencia del actual presidente del gobierno en el televisor. Una frase en inglés reza: "usted está entrando en un mundo de dolor". Sobre las cuatro paredesde la sala contigua dos series incómodamente situadas sobre y bajo el ángulo normal de la mirada. La superior da título a toda la muestra: ¿Queréis un amo? ¡Lo tendréis!, 38 carboncillos donde escenas del adiestramiento de un perro feroz se emplazan en paralelo al de seres humanos que acaban medio convertidos en perros. El amo de éstos no está claro pero por el tono parece fácil deducir que es el mismo sistema con que regimos nuestras cosas y nuestras vidas. La inferior se titula Mutar y consiste en varias grandes acuarelas donde se alternan variaciones de los mismos retratos de Fraga, la Duquesa de Alba y Liz Taylor, de cuerpo postrado en silla de ruedas y en su vejez. Funcionan como emblemas de tres formas de poder (político, socioeconómico y sexual) y su vanitas.

El drama no se deja ver. A cambio, sí cierta clase de humor oscuro y mordaz del donostiarra que pretende ser un modo de hacer más soportable una existencia absurda, aunque sin duda incomoda más que regocija.

Te Culture Lovers, 2012

En la Sala de Protocolo, dos cortos de animación modesta echan más leña al ardor del malestar. En The Culture Lovers el donostiarra desenmascara, desde la experiencia propia, la ilusión antisistema de subculturas juveniles supuestamente alternativas como la de los patinadores, en realidad plenamente integradas. Mientras, en Erased pone en relación de manera poco obvia (con alusión a sus frecuentadas artes marciales, incluida) el acto de destrucción cultural de los dos Budas gigantes de Bamiyan por parte de los talibanes con el gesto poético de Rauschenberg al borrar, en 1953, un dibujo de De Kooning para convertirlo en otra obra.

Miradas al poder delegado, la caducidad de su vigencia y la función de la cultura y el espectáculo como pegamento social que nos adhiere, nos suma (nos vuelve sumisos) a ese mismo poder delegado. Por debajo, estas obras toquetean obscenamente una de las fibras sensibles para mucha gente de a pie con respecto al arte actual, uno de esos motivos que lo convierten en cuestionable: no tanto la creación de obras como éstas sino su ulterior exhibición en el museo público. ¿Cómo puede éste alojar lo que busca su destrucción? Dicen unos. ¿Cómo puede no desactivar su carga subversiva? Los otros.

Una vez practicadas las correspondientes fisuras críticas, el artista sitúa sus hilillos de plastilina bajo la sombra de la inminentemente gigantesca bola rodante y pegajosa y se mofa de todos los gestos poéticos y de su representación en el edificio que les da cobijo a fin de comprobar cuánto puede su risa. Para Juan Pérez Agirregoikoa la obra, o sea la broma, se completa de esta manera. El haber conseguido llegar al Museo Reina Sofía no hace otra cosa que confirmar lo que su propia risa denuncia. Nosotros somos emperadores desnudos.