Exposiciones

La silla vacía de Eduardo Chillida

Homenaje a Chillida

13 abril, 2006 02:00

David Hockney: Silla de cuero roja, 2003

Com.: Kosme de Barañano. Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 11 de junio

Habiendo intervenido con notable solicitud los organizadores de este proyecto, su idea de rendir homenaje a Chillida se ha convertido en una colección de pintura y escultura de firmas internacionales, que ahora se expone en el Guggeheim. La propuesta inicial partió de la galería Colón XVI de Bilbao, cuyos directivos pensaron que si Chillida en muchas ocasiones había homenajeado con obras específicas a artistas con los que mantenía vinculación personal -Braque, Calder, Giacometti, Miró o Twombly-, así como a escritores -con preferencia por San Juan de la Cruz-, músicos -destacando a Bach- y filósofos -en especial, Heidegger-, podría resultar interesante solicitar la colaboración de artistas de renombre para que, a su vez, dedicaran una obra concreta a Chillida en la ocasión de celebrarse en agosto de 2003 el primer aniversario de su muerte. La idea se consultó con la familia Chillida, y ellos la adoptaron a condición de que se pudiera contar con un espónsor para no tener que pedir la participación gratuita de los artistas invitados. El Grupo Urvasco se brindó a patrocinar las obras, enriqueciendo al mismo tiempo su patrimonio artístico. A la vez, se confió a Kosme de Barañano la gestión del proyecto y el comisariado de esta exposición de la singular Colección Homenaje a Chillida, en la que están representados 45 artistas (28 foráneos y 17 españoles).

Por el grado de su implicación en la propuesta, las obras reunidas se encuadran en tres niveles: las de inmediata respuesta, o realizadas en compromiso estrecho con la proposición; las referidas, o que, perteneciendo al repertorio de trabajo de sus autores, conectan con alguno de los intereses de Chillida; y las generalistas, o autónomas, obras integradas en la voluntad del homenaje, pero sin acoplarse en concreto al encargo. Entre las primeras, sobresale la cabeza-retrato Chillida-1, de Markus Löpertz, quien decía que Chillida tenía "testa de gran etrusco"; se trata de un bronce pintado, absolutamente representativo de la vehemencia neoexpresionista en el tratamiento de los elementos plásticos. Asimismo destaca por la energía del lenguaje y por su presencia determinante la mesa en cerámica y piezas de acero, en la que Anthony Caro da su versión de la mesa de carnicero que Chillida tenía en el salón de su casa. Junto a ellas, la construcción Umbral, en bronce patinado y pulido, de Arnaldo Pomodoro, expresa el interés por el espacio fluyente, arquitectónico, del artista vasco, al tiempo que transforma lo constructivo en una especie de máquina de tortura. Junto a esas esculturas hay que señalar la acuarela de gran formato Silla de cuero rojo, de David Hockney, un solemne sitial vacío que proclama la ausencia de su señor, y asimismo el paisaje "acuarelado" de Zao Wou-Ki, que ensueña la vista donostiarra del Peine del viento. Son piezas que cumplen con el propósito literal del proyecto, a cuyo esplendor contribuyen, desde luego, determinadas obras referidas, como las de Baselitz, Fürg, Yves Dana, Kapoor, Shapiro y Rauschenberg, así como las autónomas de Cragg, Deacon, Kirkeby, Kitaj, Sol LeWitt, Palazuelo, Penk, Polke y Tàpies. Con el grupo familiar de Chillida (sus hijos Eduardo y Pedro, su hermano Gonzalo, junto con Carlos Lizariturry, su ayudante durante años), se cierra en clave intimista el homenaje, aportando las luces de su pintura y la fuerza y calidez de sus metales. ¿Cumplirán estas obras el destino natural de las colecciones relevantes, de incluirse en un museo?