Image: Zurbarán en el Nuevo Mundo

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Arte internacional

Zurbarán en el Nuevo Mundo

6 octubre, 2017 02:00

Vista de sala

Hace 22 años, en 1995, Jacob y sus hijos visitaron el Museo del Prado de la mano de Gabriele Finaldi, quien, un año antes, les había invitado a la National Gallery de Londres haciendo que rompieran un enclaustramiento de más de dos siglos en Auckland Castle, el palacio del obispo de Durham. Y no han vuelto a salir hasta que han cruzado el Atlántico para ser expuestos en el Meadows Museum de Dallas, tras someterse a concienzudo estudio técnico en el Kimbell Art Museum de Fort Worth.

Desde los años cuarenta, los historiadores (con especial ahínco por parte de César Pemán y Benito Navarrete) han investigado la génesis y la fortuna de estas peculiares figuras; sus esfuerzos no han bastado para despejar del todo las incógnitas pero sí para demostrar cómo Jacob y sus doce hijos concitan una multitud de cuestiones interesantísimas relacionadas con el sistema de producción de los talleres sevillanos, con la exportación pictórica a América y con el fondo teológico e ideológico que determinó su rara iconografía y su sino viajero.

Zurbarán pintó los cuadros en Sevilla, en los años cuarenta del siglo XVII, cuando, aunque ya decaía su primacía artística, dirigía aún un taller muy activo que producía cada vez más para la exportación al Nuevo Mundo. Las relaciones familiares le facilitaron la conquista de ese mercado: la segunda esposa del pintor, Beatriz de Morales, tenía tres hermanos allí, con contactos en Lima, Cartagena y Puebla, y su hija se casó un oficial de las Aduanas Reales.

A los virreinatos mandaba Zurbarán, sobre todo, series que podrían solucionar de un golpe la ornamentación de dependencias religiosas o palaciales, algunas por encargo y otras para la venta libre, generalmente con poca intervención suya. Recordemos que esta importante actividad exportadora fue examinada en una exposición que Benito Navarrete comisarió en 1998 para el Museo de Bellas Artes de Valencia: Zurbarán y su obrador. Pinturas para el Nuevo Mundo. A América, los talleres españoles enviaban "mercaderías", obras hechas al por mayor y que seguían un sistema de producción particular ya que, por ejemplo, el envío de los lienzos sin bastidor y enrollados en cajas demandaba que tuvieran el mismo ancho; aún así no era raro que las pinturas llegaran "con abería".

El mercado americano tenía particularidades también temáticas. En España, los pintores de la época -entre ellos Ribera, Velázquez, Murillo…- ilustraron con cierta frecuencia pasajes bíblicos protagonizados por Jacob, pero la presentación de su progenie era un tema inédito que cobró significados más políticos que espirituales en los virreinatos. Estas efigies rememoran las "bendiciones" de Jacob a sus hijos (Génesis 49), que preludian la fundación de las doce tribus de Israel; a los comerciantes judíos europeos que negociaban en América les reforzaban en privado la identidad disimulada en público, y a la administración y el clero cristianos les recordaban la peregrina teoría de que los indios americanos eran descendientes de algunas de esas tribus y que por ello, aún con más motivo, debían ser evangelizados.

Vista de sala

Al carecer de referencias pictóricas, la invención de Zurbarán se basa en grabados flamencos y alemanes de Jacques de Gheyn II, Durero, Martin Schongauer, Gerard de Jode y Philippe Galle que representaban a los doce patriarcas o a los doce apóstoles, tomando de ellos poses y vestimentas. Pero los hace del todo suyos: transforma a los tipos en individuos o, mejor dicho, en actores enfundados en lo que Zurbarán, que sabía mucho de ricas telas, imaginó serían las vestimentas antiguas y exóticas de los hijos de Israel; los monumentaliza -apenas caben en sus marcos y la línea de horizonte es muy baja-; y los pone en marcha. Los patriarcas tenían papel en procesiones, autos sacramentales, comedias de santos, celebraciones del Corpus Christi… En carne, hueso y disfraz, desfilaban por Sevilla, y Zurbarán recoge esa presencia real en una tipología muy suya que Julián Gállego denominó "santo-andarín", enfatizada por la disposición paralela, secuencial, de los cuerpos.

Sólo hay otras tres series pictóricas similares, en Perú y México, y todas derivan de ésta, que es la mejor con diferencia, aunque solo la del Museo Universitario de Puebla se considera salida del taller de Zurbarán. Se han documentado desde allí siete viajes de obras a América -habría más- y en ellos se embarcaron, en compañía de arcángeles, vírgenes, santas y hasta los doce césares a caballo, los patriarcas judíos. Los que llegaron a Inglaterra pudieron haber pasado unos años en las Américas pero es también posible que los comprara en España Sir William Chapman, director de la South Sea Company, que se arruinó y en 1722 los vendió en subasta a James Méndez, comerciante judío que años después, en 1756, los volvió a subastar, adjudicándose todos menos uno, Benjamín, al obispo de Durham, Richard Trevor. Lo curioso es que en Inglaterra casi nadie sabía quién era Zurbarán, y el interés en esta serie era ante todo ideológico. El obispo había alentado en el Parlamento una ley para otorgar plenos derechos ciudadanos a los judíos -derogada al poco- y quiso decorar su comedor con estos colosos israelitas para hacer bien patente su postura.

Hace unos años, la Iglesia de Inglaterra intentó vender los cuadros para paliar sus problemas financieros. Las tribus podrían haber vivido una nueva dispersión pero un millonario oriundo de esa zona, Jonathan Ruffer decidió no solo comprar la serie sino también el castillo para preservar el patrimonio y promover el desarrollo económico de la región. Ha creado un centro para el estudios de la pintura española -patrocinado por la Fundación Santander- y está formando con cierto secreto una colección de arte de nuestro país que mostrará pronto en un edificio que está acondicionando en el centro de Durham. El proyecto global es multiforme y un poco chocante. Ferviente evangélico, creará en Auckland Castle un museo de la fe y desde hace dos veranos, monta en los jardines un show histórico al estilo de la inauguración de las Olimpiadas de Londres.

Mientras hace obras, ha llevado los zurbaranes a Dallas, donde el equipo del vecino Kimbell Art Museum en Fort Worth los ha estudiado en detalle, constatando que, aunque obras de taller, hay mucha mano del maestro en ellos, y donde el Meadows, una institución de referencia mundial en arte español, los presentan al público y -muy estratégico- a los mecenas estadounidenses. Para que no extrañen su casa, se ha evocado en el museo de la universidad metodista texana el comedor de Auckland Castle, con un papel pintado de Zoffany. Se han presentado sin respetar el orden de nacimiento de los hermanos, juntos todos de nuevo tras una larga separación de Benjamín, que vive en Grimsthorpe Castle, Bourne (Lincolnshire). En las salas vecinas se muestran algunos de los grabados que sirvieron de fuente a Zurbarán, algunos documentos que crean un somero contexto histórico y los resultados de los estudios técnicos realizados. Hay además un completo catálogo editado por el Centro de Estudios Europa Hispánica, que pone al día lo que sabemos sobre estas obras.

Han pasado treinta años desde que el Metropolitan Museum organizó una retrospectiva de Zurbarán y es la primera vez que se muestra en Estados Unidos una serie completa del pintor. Esta es, por tanto, un gran acontecimiento que, seguramente, tendrá mayor repercusión cuando se desplace a la Frick Collection de Nueva York, coorganizadora de la muestra.

@ElenaVozmediano