Image: Agnes Martin, la naturaleza funciona

Image: Agnes Martin, la naturaleza funciona

Arte internacional

Agnes Martin, la naturaleza funciona

26 junio, 2015 02:00

Vista de la exposición en la Tate Modern de Londres

La exposición que ha organizado la Tate Modern, y que viajará a Dusseldörf, Nueva York y Los Ángeles, es una buena oportunidad para desmontar algunos tópicos sobre el trabajo de Agnes Martin, además de perfilar una figura paradójica e impar. Una ocasión extraordinaria para conocer la obra de una de las artistas más singulares y personales del siglo XX. Tienen hasta el 11 de octubre.

Agnes Martin (Canadá, 1912-Nuevo México, 2004) pintó sola y en silencio durante 70 años. Salvo cortas e intermitentes estancias en la efervescente Nueva York, donde estudió y donde cultivó ciertas amistades, su vida transcurrió en las escarpadas tierras del Sur. Instalada en los márgenes, aborreció el éxito y malvivió durante décadas. Su relación con el Minimalismo al que tiende a adscribírsele es sólo tangencial cuando no puramente casual. Excepto Judd, que era algo mayor que el resto, el grupo de artistas minimalistas nació dos décadas más tarde que Martin, que generacionalmente era más próxima a Ad Reinhardt, un año más joven que ella.

Reinhardt y Barnett Newman, serían los referentes estéticos más nítidos para Martin y, por lo tanto, su práctica ha de situarse, de inicio, en las antípodas de lo que posteriormente aportaría el fragor minimalista. Desde muy pronto Martin apostó por dos conceptos que hoy duelen en la boca al pronunciarlos: la belleza y la felicidad, ésta supeditada a aquélla. La belleza era un mecanismo individual y subjetivo alojado en el sistema perceptivo de cada uno que se activaba con los estímulos que producía la contemplación de la naturaleza. Era una cosa puramente mentale, no relativo al objeto sino al sujeto que lo mira, nos decía con insistencia en los bellísimo escritos que dejó, y esto, sabemos, tiene muy poco que ver con el decálogo minimalista..

En el conjunto de obra de Martin se observan dos etapas nítidamente diferenciadas. No fue una artista precoz. Su formación transcurrió entre Vancouver y Bellingham en la cosa oeste; Taos, en Nuevo México, donde pasaría buena parte de su vida, o Nueva York, ciudad que visitaría periódicamente y con la que tuvo una relación ambivalente. Hasta mediados de los 50 se situó en un lugar intermedio entre el Surrealismo y la abstracción, pintando formas orgánicas que recuerdan a Matta o a Gorky, y poco a poco dejó paso a una geometría próxima a la de William Baziotes. Llamó la atención la falta manifiesta de brillo en las superficies, como cubiertas siempre de una pátina que confiriera al cuadro la discreción y la austeridad a las que se habría encomendado en su lento transitar por el arte y por la vida. Muchos asociaron a Martin con una febril religiosidad, pero aunque sí fue ávida lectora de la Biblia no se trató tanto de una férrea adhesión al Cristianismo como de la afinidad con la mística oriental que con tanto arraigo se instaló en los Estados Unidos de la posguerra cautivando a multitud de artistas, desde Reinhardt hasta Cage.

A principios de los sesenta se fueron definiendo las pautas que harían de la pintura de Agnes Martin algo de verdad personal. Apareció la retícula, aunque poco antes ya había "puntuado" el espacio pictórico con pequeños clavos que más tarde desaparecerían a favor de simples puntos hechos a lápiz y encerrados en casillas levísimamente trazadas a lápiz. En ocasiones, Martin dejaba márgenes entre la retícula y el borde del cuadro. Era su particular modo de cuestionar el carácter "moderno" de la trama, que en su obras no lograría trascender los límites del soporte. Contrariamente a lo estipulado por Rosalind Krauss, que investigaría los vínculos entre retícula y modernidad, Martin sí le otorga un centro a la trama, la concentra y la acota, como quien le pone puertas al campo. Además, Krauss defendía que la modernidad de la retícula residía en su incapacidad para decir, para narrar.

En lo que es tal vez una de sus afirmaciones más célebres, Martin cuenta que su primera retícula quiso dar visibilidad a un pensamiento tan fugaz como evocador, el de la "inocencia de los árboles". Se acerca aquí al Mondrian temprano, aquel que Rosenblum hallaba todavía varado en cierto Romanticismo, absorto ante el lento balanceo del mar, y constataba así la pintora su condición de rara avis, su testaruda e insobornable posición ante la norma en los albores del reduccionismo formal absoluto al que se acogió el Minimalismo. Esta tendencia a acotar las tramas en formas geométricas es visible en una serie de espléndidas tintas sobre pequeños papeles realizada en torno a 1962. Es uno de los momentos más intensos en la exposición.

Pero entonces apareció también la enfermedad. La encontraron perdida una noche en Nueva York presa de un ataque de esquizofrenia. Su buen amigo Ellsworth Kelly sabía de su fragilidad mental, pero esta nunca se había manifestado con tanta virulencia. Algunos años más tarde, hacia 1967, cuando los minimalistas la consideraban una de los suyos, abandonó Nueva York y viajó por su país antes de instalarse en Nuevo México provista solamente de su indómita visión de la naturaleza y de sus achaques mentales. En 1971 volvió a pintar.

Detalle de Untitled #1, de 2003

La exposición de la Tate arranca con una innecesaria primera sala en la que se muestra una Martin estereotipada para dar paso después a una lectura cronológica. No entiendo este comienzo. Tiene algo de estrategia publicitaria o de TV Show, como si se nos quisieran presentar las claves de algo que no debemos perdernos, y creo que a Agnes Martin no le habría gustado nada. Pero avanzamos y encontramos salas verdaderamente logradas. En una de ellas deslumbra una de sus primeras retículas, Friendship, con su trama realizada sobre pan de oro que constituye una verdadera rareza en el conjunto de su obra. En otra se concentran los grabados de On a Clear Day, realizados cuando retomó el arte tras zanjar su crisis en 1971. Son tal vez las propuestas más radicales de Martin, muy aplaudidas por los reduccionistasreduccionistas, pero ella seguía a lo suyo: "Si puedes situar tu mente en un plano tan vacío y tan tranquilo como el de estos grabados y reconocer al mismo tiempo tus sentimientos, habrás encontrado una respuesta plena a la obra", dijo de ellos.

En 1979 pintó una de sus series más empáticas, The Islands, un conjunto de doce cuadros que habrían de ser mostrados siempre juntos. Sobre superficies de acrílico blanco, Martin desliza el grafito siguiendo diferentes patrones que resultan de rígidas permutaciones. Hay un incesante movimiento de verticales y horizontales, un ritmo acompasado que abre y cierra espacios casi imperceptiblemente, una vibración regular y pausada. La naturaleza está trabajando. La naturaleza funciona.

Al final de su vida, ya debilitada, Martin reduce el tamaño de sus cuadros, que habitualmente tenían un formato cuadrado de 182 centímetros de lado. Emerge de nuevo en la superficies una geometría franca, más desinhibida incluso que a mediados de los 50, ahora icónica e implacable. No son una ruptura sino la recuperación de un idioma, un ánimo de releerse en sus días finales, casi el Homenaje a la vida que propone uno de ellos, un gran trapecio negro flotando sobre un fondo blanco, todo un guiño a la abstracción.

@Javier_Hontoria