Image: Lucia Nogueira, un rescate emocionado

Image: Lucia Nogueira, un rescate emocionado

Arte internacional

Lucia Nogueira, un rescate emocionado

Lucia Nogueira

6 diciembre, 2007 01:00

Anchor, 1992

Comisario: Adrian Searle. Museo Serralves. D. João de Castro, 210. Oporto. Hasta el 27 de enero.

De gozosa recuperación y emocionado rescate debemos calificar la primera retrospectiva dedicada a Lucia Nogueira. Nacida en la localidad brasileña de Goiania en 1950, pero residente en Londres desde 1975, su obra une, de una manera personal y libre, elementos constructivos y una presencia del cuerpo y el fragmento propios de la mejor tradición brasileña, con una actitud e intención cercanas a los comportamientos que, en los años 70, renuevan la escultura británica. Su escasa presencia expositiva y la fragilidad de su obra hacían necesaria la revisión de un trabajo intenso y personal, cerrado con su fallecimiento en Londres en 1998.

Llama la atención su voluntaria búsqueda del desplazamiento, de la asimetría, del significado oculto, de la otra cara que esconden los objetos más cotidianos y en desuso. El arte planteado como constante e incómoda pregunta: sobre los lenguajes formales, sobre las actitudes, sobre los significados, sobre las interpretaciones. La intención no es nueva pero tiene un hondo sentido poético: Lucia Nogueira se sirve, con frecuencia, de objetos encontrados, a los que convierte en materia escultórica con pequeñas pero sutiles transformaciones. Se percibe con claridad en obras como Without This, Without That (1993), en la que parte de un pequeño mueble de madera, en el que pinta uno de sus laterales, recupera las partes perdidas con frágiles planchas, y añade un elemento de choque (la cadena y el tapón de un desagöe), provocando un atractivo juego de continuidad y contraste. Adrian Searle, comisario de la muestra, la homenajea al titular así su texto del catálogo, en el que recorre la obra al tiempo que nos desvela las claves de su acercamiento y algunas sugerencias interpretativas con su habitual precisión.

Junto a esas obras, en las que uno siempre quiere ver actitudes y tensiones que comparten algunos de los mejores escultores portugueses de esos años, existe otro grupo más duro y drástico, en el que se nos advierte de la inmediatez de un suceso violento, capaz de transformar el entorno: los cristales rotos esparcidos por la sala, para sorpresa del visitante (Black, 1994); el bidón de amoniaco suspendido del techo, reordenando un espacio que hace girar en torno a él (Yellow, 1993). Obras que recuerdan la acción de la que proceden, pero que adquieren nuevo sentido en su independencia.

Resulta inevitable referirse al trabajo de Lucia Nogueira como intimista y poético, por su escala, por el momento que elige para detener la imagen (no el estallido sino el previo o inmediatamente posterior); por su manera de recurrir a objetos abandonados que buscan y encuentran su (nuevo) lugar, su imagen, su sentido. Lo que da personalidad y fuerza a sus obras es que, junto a ese proceder, domina dos factores esenciales: el tiempo y la energía. Ante las obras, tenemos la sensación de que están ocurriendo, de que son parte de un proceso largo, de una búsqueda lenta y reposada que termina cuando se produce un encuentro entre la forma oculta en el objeto y la visión de la artista, y ese momento se transmite desde la densidad, desde la energía. Lo que las hace realmente turbadoras es la finura con la que integra magia y esa malicia a la que se refería Liam Gillick en 1991.

La exposición, excelente, se apoya en un montaje nada efectista: entre frío y radical. La primera sala tiene mucho de síntesis, al unir Untitled (1988), Mischief (1995) y Sleep (1997): un termómetro marca una línea vertical en el espacio; una tela señala en el suelo el camino hacia una silla desnuda, en estructura; agujas e hilos definen un dibujo en el aire. La sala se inunda de ecos de acciones aludidas, de movimientos apuntados, de ritmo, de misterio. Los pasos siguientes son determinantes: Black y Yellow son las obras que dominan los espacios contiguos, concretando la tensión percibida. Entre ambos, media docena de dibujos, en los que pequeños trazos chocan con el sutil descuido con el que aplica la acuarela, recreando un mundo de signos, transmitiendo la cercanía del pensamiento, de la frase, de la conversación, de la idea, del proceso, del eco.

Siguiendo con la sucesión de obras realmente esenciales, junto a Yellow, otras dos que juegan con la idea de lo desplazado: Monosyllable (1993) y Diablo (1995), la densidad y el peso, frente a la ligereza y el sentido constructivo; o la duchampiana Carousel (1993), un ventilador en una habitación cerrada, sólo visible a través de una pequeña apertura. Se cierra así un primer bloque que tiene algo de síntesis emocionada.

El resto de las obras, agrupadas en dos grandes espacios, recrean la desnudez con que las presentaba Lucia Nogueira: valorando el vacío, huyendo de la visión frontal única, señalando los procesos. La relación de obras felices es paralela a la variedad de sus soluciones: repisas que funcionan como miradores (Monologue o Swing, de 1995), obras que se desarrollan en el espacio (..., 1992), esculturas encontradas (Ferry, 1993)… Ante algunas (At Will and The Other o Untitled, de 1989), se percibe el eco que tuvieron en artistas más jóvenes, porque, por lenguaje y actitud, Nogueira era una artista secreta, de culto entre sectores muy implicados. Autora de una obra que habita en el límite entre ser y transformarse en olvido; precisamente lo que esta exposición quiere corregir.