Annie Leibovitz: 'Natalia Vodianova and Helmut Lang', París, 2003. © Annie Leibovitz

Annie Leibovitz: 'Natalia Vodianova and Helmut Lang', París, 2003. © Annie Leibovitz

Arte

Annie Leibovitz, entre los dioses y los hombres: una fotógrafa colosal que se reinventa en A Coruña

La artista estadounidense es la primera mujer en exponer en la Fundación MOP, con una retrospectiva brillante aunque el montaje haga aguas.

Más información: Instrucciones para mirar el cielo con Yoko Ono, la artista que se reinventa en el MUSAC

Publicada

Entre la córnea y el nervio óptico de los ojos de Annie Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949) hay una cámara oscura capaz de aprehender la realidad y transformarla, como una máquina instantánea de belleza.

Annie Leibovitz. Wonderland.

Fundación MOP. A Coruña. Hasta el 1 de mayo

Después de cincuenta años de imágenes, Leibovitz ha retratado el mundo escudriñando el gesto adecuado, la luz perfecta, el instante decisivo; y ha sido capaz de destilar y hacer brillar, con un simple clic, la magia de casi cualquier cosa.

En cuerpo y alma, con una devoción total por la técnica fotográfica: así ha sido la trayectoria de esta artista cuyo trabajo es testimonio del imaginario norteamericano del siglo XX y parte del XXI. Ella disparó las deslumbrantes portadas de la revista Rolling Stone: John Lennon abrazando a Yoko Ono cuatro horas antes de ser asesinado, el polémico desnudo de Demi Moore embarazada, los retratos de la reina Isabel II y de nuestros reyes Felipe y Letizia…

Se la ha etiquetado como la “fotógrafa de los famosos” pero la denominación es reduccionista. Leibovitz es una artista inmensa: de sensibilidad y empatía extraordinarias, perfeccionista –casi hasta lo enfermizo–, detallista, colosal.

Su práctica es la de una demiurga: constructora de realidades ideales que encajan como un guante con el género retratístico que la ha hecho mundialmente célebre. Acompaña a sus personajes de una narrativa escenificada, cinematográfica, en la que suceden varios planos y acciones simultáneamente: al estilo de Gregory Crewdson, Jeff Wall o incluso Cindy Sherman –de la que, por cierto, hay dos maravillosos retratos en la muestra vestida de payaso–.

Annie Leibovitz: 'Self portrait', 2017. © Annie Leibovitz

Annie Leibovitz: 'Self portrait', 2017. © Annie Leibovitz

De ahí el título de esta exposición, Wonderland, el país de las maravillas: un territorio que ha cartografiado también en un fotolibro homónimo, de 2021, que reúne su trabajo en el mundo de la moda, sobre todo sus producciones para revistas como Vogue, en las que se inspira la exposición.

Leibovitz nace en el seno de una familia judía casi nómada. A su padre, teniente coronel de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, lo destinan continuamente de una base a otra, lo que hizo que la pequeña Annie se acostumbrara a mirar el mundo encuadrado en el marco de la ventanilla del coche. Mientras, su madre, profesora de danza contemporánea y discípula de Martha Graham, inculcaba a sus seis hijos la sensibilidad artística.

La joven Leibovitz consigue el permiso de sus padres para estudiar pintura en el Instituto de Arte de San Francisco y, sin haber terminado Bellas Artes, la contratan en Rolling Stone como fotógrafa en 1970. Aquí su carrera despega y –junto a ella– lo hace también la revista.

En 1983, cuando ya había ilustrado 142 portadas, la abandona para lanzarse al terreno de la moda: un campo que se le presenta ajeno pero que nos lega imágenes icónicas.

Resuenan en sus composiciones la huella de pintores como Velázquez,Goya, Caravaggio y Vermeer

En la sexta exposición que produce la Fundación Marta Ortega, y la primera dedicada a una mujer, podemos ver varias salas diseñadas por la artista, que arrancan en el vestíbulo con el excepcional reportaje que realizó cuando acompañó a los Rolling Stones en su gira de 1975: unas fotografías salvajes, sobrecogedoras, que se convirtieron en un referente histórico del fotoperiodismo musical.

A partir de ahí, aparecen las secciones “Early Years” y “Stream of Consciousness”, centradas en retratos de Joan Didion, Penélope Cruz, Donald Trump, Patti Smith, Tom Cruise o Bruce Springsteen, entre otros muchos. Algunos de ellos –como el cantante– escriben en el catálogo sobre la experiencia de ser retratados por Leibovitz.

La última sección que da título a la exposición, “Wonderland”, presenta más de 100 impresiones (muchas de ellas nunca expuestas) e instalaciones de vídeo sobre su trabajo en el mundo de la moda. La obra de esta fotógrafa es referencial y, por ello, le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2013.

Es cierto que el montaje de las impresiones –ancladas a la pared con chinchetas– resulta decepcionante: evoca las paredes de un taller de artista en proceso, donde las imágenes se clavan y se desclavan hasta encontrar la secuencia definitiva. También es verdad, por otra parte, que el montaje pretende no eclipsar las fotografías con medios ajenos a ellas mismas, llevándolas a la pared limpias y sin cartelas explicativas de ningún tipo. Solo la imagen.

Resuenan en sus composiciones la huella de los grandes retratistas del Renacimiento y el Barroco: Velázquez, Goya, Caravaggio, Vermeer, y la de otros fotógrafos contemporáneos como Diane Arbus, a quien cita recurrentemente, o Richard Avedon. También, cómo no, la de Susan Sontag (de la que solo hay dos retratos), su pareja durante 15 años, quien la animó a desarrollar una mayor conciencia intelectual y narrativa –también política–, ampliando los límites expresivos de su fotografía.

Hoy ha cerrado la etapa de la moda, pero afirma: morirá con la cámara puesta, fotografiará hasta el final. Sus próximos proyectos serán más sociales, lejos de la fantasía de la dictadura de la belleza. Susan estaría orgullosa.