Alfredo Alcain, 'Cézanne pétit-point XLII', 1982 Foto:  María Meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

Alfredo Alcain, 'Cézanne pétit-point XLII', 1982 Foto: María Meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

Arte

Alfredo Alcain: cuando lo doméstico y lo irrelevante se convierte en maravilloso

Vibrante y certera retrospectiva la que inaugura la sala Alcalá 31, donde toda una vida de pintura y de insistencia en el bodegón y la cotidianidad brilla en un geométrico lirismo.

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Llena de ternura y rigor, de una inteligente relectura de los clásicos y con un acertado montaje que deja brillar a las casi 150 piezas que componen la exposición, Una retrospectiva de Alfredo Alcain (Madrid, 1936), en Alcalá 31 es, sin duda, una de las mejores propuestas de la temporada.

Alfredo Alcain. Una retrospectiva

Sala Alcalá 31 Madrid. Comisario: Mariano Navarro. Hasta el 11 de enero

No solo reinterpreta el bodegón o el paisaje en clave impresionista, cubista, pop, geométrica o minimal, sino que los declina desde un modo de hacer propio, que depura hasta convertirlos en geometrías naturales, sin impostar nada.

Alcain llega al arte abstracto por sí mismo, como una evolución natural de su grafía que reinterpreta una y otra vez –de ahí sus homenajes a Giorgio Morandi en el primer piso de la sala–. Su insistencia durante décadas diluye el motivo pictórico hasta convertirlo en redes o tramas sobre el lienzo.

Esta exposición llega tarde, pero a tiempo. La discreta trayectoria de este pintor castizo –a pesar de haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas (2003) y el Premio Tomás Francisco Prieto (2010)– ha contribuido a que pase injustamente desapercibido.

Su maravilloso uso del color –radiante–, su ironía escondida entre lo doméstico y su aproximación a la historia de España desde lo biográfico han forjado un estilo inequívoco. Así lo ilustran Autorretrato despiezado, 1975-2016, o el icónico Autorretrato en el curso del tiempo, 2014, en el que compartimenta objetos y fotografías de sí mismo, pintando su fecha de nacimiento como si fuera la de su muerte (D. Alfredo Alcain Partearroyo falleció en Madrid el día 24 de agosto de 1936. D. E. P. ).

Alfredo Alcain, 'La peluquería amarilla', 1967. Foto:  maría meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

Alfredo Alcain, 'La peluquería amarilla', 1967. Foto: maría meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

Como lo describió brillantemente el famoso crítico Simón Marchán Fiz en 1966, Alcain es “un detective de realidades residuales”, también un mago de las pequeñas cosas. Sus pinturas de negocios antiguos –peluquerías, lecherías o mercerías– nos transportan a esa España de la tienda de barrio, donde los escaparates amateurs reflejaban un orden sencillo, de calcetines y bragas, de saldo y esquina, por los que el artista pasea como un flâneur (Escaparate azul de los jerseys y los calcetines, 1974).

También en la fascinante pieza El escaparate de lanas, 1968, donde el color y la geometría del orden de, precisamente eso, un escaparate de lanas, se convierte en un exquisito alarde de geometría y lirismo.

En su pintura un escaparate de lanas se convierte en un exquisito alarde de geometría y lirismo

A sus 89 años, Alcain entra en Alcalá 31 con solvencia irrefutable. El comisario, Mariano Navarro, con el montaje de Andrés Mengs, hace respirar a una estupenda selección de piezas que se abre con A la pintura, 1977, una pieza que sintetiza la tensión entre figuración y abstracción.

A partir de este primer lienzo se arma un relato cuyo centro de gravedad curatorial está en la serie Cézanne petit-point (1979-1983), situada al comienzo del recorrido. La anécdota de este conjunto es significativa: Alcain no copió un Cézanne, sino un cañamazo de petit-point comprado en la mercería Pontejos que reproducía un bodegón del maestro (Frutero, mantel, copa, manzanas, 1879-1880).

Convierte en pintura una versión doméstica de Cézanne. En esa traducción emerge una clave de lectura para toda su obra: la alta cultura filtrada por la economía de lo común. No es un homenaje servil al canon, sino una reeducación del modernismo desde la puerta de la mercería.

Con el pop, confiesa el pintor, tiene una relación incómoda. Aunque comparte colores planos, grafías rotundas, cronología y temáticas domésticas, dice no comulgar con la erótica del consumo y la celebración del capitalismo, que en la posguerra española era, de hecho, ajena. De ahí que se hubiera bautizado su trabajo como un pop melancólico o castizo, un antipop, si nos permiten el juego de palabras.

Alfredo Alcain, 'Palitos de colores sobre dorado', 2018. Foto:  maría meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

Alfredo Alcain, 'Palitos de colores sobre dorado', 2018. Foto: maría meseguer / Alfredo Alcain, VEGAP, Madrid 2025

La exposición mantiene el ritmo a través de su división en subespacios, insertando en algunas áreas sus trabajos escultóricos como sus célebres Butanitos, 2019, ensamblajes antropomorfos con llaves de bombonas de gas butano como cabezas que nos desvelan a un Alcain que no teme lo tridimensional, sino que convierte los residuos industriales en figuras con gran humor y economía de medios.

En la primera planta asoman los autorretratos –como aquella foto escolar de 1944 traducida a lienzo y ribeteada con la bandera de España– y la veta política de sus bodegones (Bodegón republicano, 2009, litografía) o la crítica suave a la imaginería devocional (¡Ha salido el ABC!, 1975), donde el guiño a las portadas religiosas se refracta en grafito y acrílico.

Alfredo Alcain, 'Butanitos', 2019

Alfredo Alcain, 'Butanitos', 2019

También destaca el collage en San Antonio, del cielo baja a Padua a ver las pinturas de Giotto (A la manera de homenaje a Giotto di Bondone) (1965), con recortables –cristos, ángeles, sagradas familias, demonios– incrustados de formas inverosímiles una geografía urbana.

De Cézanne a Giacometti, Morandi, Vermeer y Klee, Alcain conversa con la historia de la pintura desde una voz radicalmente personal. No se lo pierdan.