Patricia Gadea: 'Sin título', 1994 (detalle). Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Patricia Gadea: 'Sin título', 1994 (detalle). Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Arte

Patricia Gadea, la pintora brillante y maldita que reinventó el 'collage': "No necesito ningún domador"

La galería Maisterravalbuena presenta en Madrid una individual de esta artista 'outsider' y genial, desaparecida trágicamente hace ahora 19 años.

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“Como mujer artista, no necesito ningún domador; el látigo ahora está en manos del destino. No soy un payaso roto ni una vedette subida a un elefante: soy Patricia Gadea acariciando una pantera negra, que es el arte, aunque quizá me muerda”.

Patricia Gadea. ¡Bum!

Galería Maisterravalbuena. Madrid. Hasta el 25 de octubre. De 10.000 a 35.000 €

Esto escribía Gadea (Madrid, 1960 - Palencia, 2006) tras su participación en ARCO 1993. Y quizá sí, el arte acabó por morder la mano de esta pintora brillante y maldita, cuyos lienzos reflejan el espejo sucio de lo salvaje.

Hija de la movida madrileña, de los ochenta y del postpunk, de aquella España efervescente y desbocada en plena transición, se estableció en Nueva York con Juan Ugalde gracias a una beca Fulbright.

Su estancia allí, en el último lustro de los ochenta, supuso un punto de inflexión en su carrera. En la ciudad fundó el colectivo Estrujenbank, junto al propio Ugalde y al poeta Dionisio Cañas, un proyecto que trajo consigo una politización de su lenguaje que ya nunca abandonaría.

No tenía pelos en los pinceles, la Gadea, honesta y excesiva a rabiar. Hablaba ya entonces de política, de feminismo y de violencia infantil. En sus lienzos cabía todo: carteles de circo, paisajes recortados de pinturas del Rastro, siniestros muñecos infantiles, cómic underground, imaginería religiosa, Mortadelos y Filemones, pulpos enrabietados, collages delirantes… pero siempre con el detalle minucioso de una narrativa muy cuerda.

Patricia Gadea: 'Sin título' (de la serie 'Circo'), 1992. Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Patricia Gadea: 'Sin título' (de la serie 'Circo'), 1992. Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Sus referencias eran casi infinitas. Cuentan que devoraba con los ojos todo tipo de revistas, exposiciones, o afiches de publicidad. Todo le suscitaba curiosidad, todo era susceptible de convertirse en material para su arte. Gadea resuena a Goya, a Pollock, a Warhol, a Dalí, pero también a cocido, a barrio y a grafiti. Alta y baja cultura en lienzos capaces de arrancarnos una lágrima y una carcajada al mismo tiempo.

Ahora tenemos la oportunidad de reencontrarnos con ella en la galería Maisterravalbuena, que desde hace un año custodia su legado y abre temporada con una individual titulada ¡Bum!. El nombre le va que ni pintado: esa onomatopeya fue un recurso recurrente en su obra, sobre todo en la serie Circo, presente en la muestra.

Patricia Gadea resuena a Goya, a Pollock, a Warhol y a Dalí, pero también a cocido, a barrio y a grafiti

Todo comenzó cuando arrancó por primera vez carteles circenses de las calles de San Sebastián para desarrollar una alegoría del momento político e histórico español: surge un circo poblado de payasos de rostros terribles, miradas perdidas entre la ira y la tensión. Gadea desenmascara al sistema utilizando precisamente la máscara, como un exorcismo de su propio desencanto.

Entre lo grotesco y lo siniestro, lo naif y lo pop, Gadea renovó el imaginario artístico de su generación y reflexionó sobre el poder, el capitalismo y la discriminación femenina. Su muerte por sobredosis eclipsó una pintura deslumbrante que, en los años dos mil, quedó relegada a un segundo plano mientras ella atravesaba tiempos difíciles en Palencia, intentando –sin éxito– desintoxicarse de la heroína.

Patricia Gadea: 'La pata de la reina', 1992. Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Patricia Gadea: 'La pata de la reina', 1992. Foto: Roberto Ruiz / Maisterravalbuena, Madrid

Francisco Calvo Serraller escribió que tenía “tijeras en los ojos”, aludiendo a su manera disruptiva de sobrepasar los límites y de componer collages, cortando solo lo esencial.