
'Región de validez', 2017. Foto: Sue Ponce
Rodríguez-Méndez compone con palabras, esculturas y acciones una vanitas radicalmente humana
Si algo se le puede reprochar a esta muestra del CA2M, centrada en la propia vida del artista gallego, es que no sea más amplia.
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Tengo un reproche que hacer a esta exposición de Rodríguez-Méndez (As Neves, 1968), quien así, sin nombre de pila, quiere que le conozcamos como artista: que no sea más amplia.
Esta síntesis parcial de su trayectoria maquinada junto a Ángel Calvo Ulloa, que le entiende muy bien, se plantea como un ejercicio biográfico en el sentido de que se refiere a los espacios, los cuerpos, las duraciones, los movimientos o los gestos que van “esculpiendo” una vida, las vidas. Y se centra en una etapa que ha sondeado a fondo: las postrimerías. Con palabras, esculturas-instalaciones y acciones, sin dramas o aspavientos, compone una poliforme vanitas, radicalmente humana.
El respeto y el afecto con el que hace participar en sus acciones a “hombres de más de setenta años”, “personas de más de ochenta años”, no es solo una lección de antiedadismo: el anciano encarna el conocimiento, la fragilidad y la verdad.
Hombres sentados muestra en vídeos con perspectiva cenital las despobladas coronillas –punto de conexión energética en diversas tradiciones místicas– de cuarenta señores que a petición suya emiten durante un minuto sonidos continuados, entonando un “madrigal” de perturbadora animalidad.
Región de validez, obra capital recientemente comprada por el Reina Sofía que condensa la prolongada y emotiva cooperación de sus progenitores en su trabajo, acumula en sobres sin abrir los pantalones y las camisas que la madre, sastra, confeccionó con las medidas del padre y envió cada mes al hijo, durante once años.
Las obras, sobre todo si incorporan un componente performativo, se basan en instrucciones: número de elementos, tiempos, mediciones, posiciones, acciones… con aires de ritual. A veces plantean retos al ejecutante, que puede ser él mismo o, con más frecuencia, otra persona que se elige por correlación, como “un hombre más alto que el artista”.
Este peso de los enunciados y de las pautas podría ser herencia de pioneros del arte conceptual como Vito Acconci, Bruce Nauman, Chris Burden o Giuseppe Penone que realizaban performances “reguladas” en las que el propio cuerpo se integraba en la práctica escultórica.

Vista de la exposición, con una obra de la serie 'Hombre sentados' a la izquierda.
En el caso de Rodríguez-Méndez, el enunciado llega a adquirir, en un proceso de desmaterialización creciente, entidad de obra plástica. Y de poema: hace dos años, publicó con Chus Pato (Premio Nacional de Poesía 2024) La puerta natural, un diálogo de esquemas –texto y dibujo– de proyectos de él y versos de ella en torno a la muerte.
Ese es precisamente el ámbito al que esta exposición nos dirige. En el atrio del centro de arte ha colgado dos enormes telones de sábana por los que fluyen óleos no santos –treinta litros de aceite– que los transforman en sudarios monumentales. La arquitectura funeraria se presenta a través de una serie de fotografías que muestran la línea en la que se encuentran, en los bloques de nichos, las cabezas de los cadáveres que habitan calles contiguas.
El cuerpo es el eje de toda su práctica escultórica, con máximo dimensionamiento de la boca y lo que pasa por ella: la saliva, la palabra...
También, me parece, en su obra más reciente: una enigmática construcción de resbaladizos azulejos blancos, volumen macizo de un metro cúbico, que podría hacer pensar en un plinto vacío pero también en una geometrización de las ancestrales ofrendas cerámicas en las tumbas.
El cuerpo es el eje de toda la práctica escultórica de Rodríguez-Méndez, con máximo dimensionamiento de la boca y lo que pasa por ella: la saliva, que marcó las acciones diseñadas para la inauguración, la palabra o lo que cambia de forma mediante la masticación, entendidos todos como elementos plásticos.
Se exhibe la serie de composiciones realizadas al albur –en las pautas estrictas para las obras cabe a menudo la intervención del azar– por las gotas de sopa que caían sobre el papel cuando el padre, anciano, comía, así como los diagramas de espinas de pescados ingeridos por el autor, en el plato, que parecen esferas de reloj (comer lleva un tiempo, y marca los tiempos del día).
Obras como estas pueden causar repulsión, pero es una reacción que deriva menos de la imagen que de la enunciación, ya que el artista eligió hace unos años trabajar en fotografías en blanco y negro, con aspecto casi de dibujos, que borran en buena medida la naturaleza orgánica de lo que captan –color, textura, olor– y lo “purifican”. En las proyecciones que recorren algunas de las series fotográficas vemos, por ejemplo, palillos de dientes usados o semillas mordidas, mostrados individualmente como en un catálogo científico.

'Del hijo, la respiración', 2022. Foto: Sue Ponce
Hace unos años, ardió el almacén donde guardaba buena parte de su trabajo, en el pavoroso incendio de As Neves. Un hecho doloroso que, en la distancia, adquiere cierta coherencia en la poética de Rodríguez-Méndez. Entre las cuestiones escultóricas que explora tiene gran presencia la dinámica verticalidad/horizontalidad, junto con el peso y lo que cae, se derrumba.
La llama busca la vertical, como vemos en la serie de fotografías de ángulos de granito ahumados por una vela. Y el poema es una construcción en altura de horizontales, los versos, cuya métrica se integra en la geometría de conteos y medidas que el artista usa tan a menudo en su relación con las cosas, las personas y los espacios: en los vídeos Lo perfecto.
Arriba, que exhibe en una torre de monitores, poetas cuentan las palabras de poemarios ajenos, en sentido ascensional. Mientras, desciende el aceite, la sopa, quieren desmoronarse los azulejos ofrendados y ya cayeron los pétalos del cerezo cuyas ramas clavaron en las paredes de las salas envejecidas manos.