
'Phobi'a, 2002. Foto: Casal Solleric - Ayuntamiento de Palma
Ángela de la Cruz, la escultora que triunfó en los dosmiles y que desarma la pintura en Palma de Mallorca
La exposición que presenta en Casal Solleric está compuesta por diecinueve piezas que provienen de diferentes colecciones institucionales de toda España.
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Hay sentencias que, vaya usted a saber por qué, hacen fortuna en la Historia del Arte. Una de mis favoritas la escribió Maurice Denis en 1890, y nos “recuerda” que un cuadro es, antes que cualquier anécdota figurativa, una superficie plana cubierta de colores. La cita, en precario equilibrio entre la simpleza y la clarividencia, se me vino a la memoria viendo las telas invertebradas, las cajas chafadas y los bastidores serruchados de Ángela de la Cruz (A Coruña, 1965) en el Casal Solleric de Palma de Mallorca.
Stuck, que puede verse hasta finales de abril, reúne diecinueve obras de la artista, producidas entre 1995 y 2018, y provenientes de colecciones públicas y privadas. La selección incluye piezas de sus series más conocidas, como los lienzos desinflados (Deflated 19, Turquoise, 2019), las cajas hinchadas y llenas de bubones (Bloated 4, White, 2012), los prismas accidentados, las colecciones de bordes entelados (Damage vertical, 2004) o las superficies pictóricas plegadas con más o menos empeño (Half Cutter, 2004).
Vista en su conjunto, en la obra de Ángela de la Cruz parecen pervivir las discusiones y los cuestionamientos en torno al soporte y sus límites (el marco y la pared) que comenzaron con el abigarramiento de obras del salón francés –pasando por las vanguardias–, las tropecientas “expansiones” e incluso algún acuchillamiento como el de Lucio Fontana- a nuestros días. Preocupaciones que, en cierta medida, parecen condensadas en Ashamed (1995), una de sus obras germinales: un pequeño lienzo blanquecino, con los bordes empastados de óleo, que parece plegarse sobre sí mismo en una de las esquinas de la sala.
Sin embargo, la exposición, comisariada por Iñaki Martínez Antelo y Fernando Gómez de la Cuesta, no parece plantear ninguna genealogía de los intereses de la artista ni está ordenada siguiendo criterios cronológicos o temáticos.
El texto que recibe al visitante subraya el “carácter innovador, experimental y certero” de las indagaciones de De la Cruz y su influencia en toda una estirpe de artistas que la muestra no reseña ni pone en consideración del espectador. Tampoco se justifica la propuesta comisarial, más allá de que hayan sido obras prestadas por colecciones tan ilustres como la de la colección Museo Helga de Alvear (del que provienen siete), la del CGAC o de la Fundación María José Jove.

Vista general de la sala. Foto: Casal Solleric - Ayuntamiento de Palma
El escueto número de obras parece diluirse entre las amplias estancias de la planta noble del Casal Solleric, donde tienen que competir no solamente con las molduras o los augustos frontales de las chimeneas, sino con toda clase de señalética y artefactos de seguridad. Así, las obras parecen distribuidas con poco cuidado, bajo una iluminación tenue y mortecina, que intuyo que será la habitual de la sala.
Particularmente injustos me parecen los padecimientos de la pieza que presta el nombre a la exposición (una majestuosa “bolsa” de lienzo negro que emerge desde una oquedad recortada en el muro), obligada a darse de codazos, entre tantísimo espacio, con la hoja de una puerta de madera oscura. El título (“atascada”) le viene que ni pintado.