
Joaquín Torres-García: 'Constructivo', 1928. Foto: Sala Parés
Torres-García, uno de los artistas latinoamericanos más influyentes del siglo XX, vuelve a Barcelona
La exposición de la Sala Parés repasa en una importante retrospectiva sus piezas más relevantes enmarcadas en el 'noucentisme' catalán.
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Esta muestra dedicada a Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949) en el marco del 150 aniversario del nacimiento del artista es de una gran singularidad. Se trata de una exposición de recuperación, es decir, se exhiben piezas que provienen de colecciones privadas muy diversas, hasta ahora sumergidas u ocultas, que emergen a la luz.
Detrás hay una compleja labor de investigación y documentación equiparable al trabajo que se puede realizar en las universidades. Existe un perfil de profesional del comercio del arte –en Barcelona son los Artur Ramon, los Palau, los Clavell, también la Sala Parés– que entiende el mercado no solo como una operación comercial, sino también de una puesta en valor cultural.
No hace falta decir que Torres-García es un valor consolidado y cotizado en el mercado internacional, pero quiero recordar un episodio: explica Josep Pla que en los años 50 estaba completamente olvidado. Torres-García, fue "recuperado" por un círculo que contactó con sus herederos en EE.UU. e importó obras, desvalorizadas, del pintor localizadas en Sudamérica.
Paralelamente se empezaban a redescubrir las pinturas murales del actual Palacio de la Generalitat, un proyecto frustrado, que el artista no pudo terminar y que posteriormente se sustituyeron, superponiéndose, por otras de ideología españolista. La operación de promoción culminó con la publicación de la monografía de Enric Jardí (1973) y una exposición, presentada en Barcelona y en Madrid también en 1973 con motivo del entonces 100 aniversario de Torres-García al año siguiente.
Es interesante observar cómo la fortuna de un artista es dinámica y evoluciona con el tiempo como un organismo vivo. Y es interesante también observar como operaciones de visibilización y promoción contribuyen a otorgarle un valor.

Torres-García: 'Perrito', 1924-1925. Foto: Sala Parés
¿Qué aporta la actual exposición? Con más de un centenar de piezas, presenta una panorámica muy completa del artista. Todas sus etapas están reconocidas: sus inicios en el modernismo catalán, la estética noucentista, sus vínculos con la vanguardia y la modernidad, con menciones a sus estancias en Nueva York, París o Madrid y sus etapas finales bajos el signo del constructivismo universal.
Se trata de una deliciosa selección a cargo del comisario, Sergio Fuentes Milà, que combina dibujos, acuarelas, óleos, bodegones, paisajes, retratos, pruebas de publicidad, esbozos para murales… en pequeños y medianos formatos. En definitiva, todo Torres-García, con sus juguetes que no podían faltar, está resumido en la muestra que puede competir en cuanto a intención y calidad con la gran exposición dedicada al artista que se exhibe en Montevideo en estos momentos.
Por lo demás, las piezas de colecciones privadas se combinan con algunos prestamos institucionales puntuales que contextualizan y completan el itinerario del artista.En el catálogo, la especialista y profesora Michela Rosso escribe un interesante texto. Pero desde mi posición, ¿qué puedo decir de Torres-García que no se haya dicho ya?
Hay, con todo, un aspecto que quiero resaltar: la exposición de la Sala Parés, biografía intelectual de Torres-García, posee –en una primera aproximación– un carácter ecléctico y dispar. En la trayectoria del artista conviven formulaciones o periodos, a priori, contradictorios e irreconciliables, así las reinterpretaciones del arte clásico (noucentisme) se podrían contraponer en una oposición simétrica a las expresiones de la vanguardia, pongamos, por ejemplo.

Torres-García: 'Proyecto de monumento constructivo', 1935. foto: Sala Parés
Y, sin embargo, a la luz de las declaraciones del propio Torres-García, es lo mismo, no hay distinción entre lo uno y lo otro. Y eso es así porque se formó en un contexto y en una generación que se afirmaba el yo y la subjetividad, en la renuncia a la idea de un arte como reproducción del espectáculo de la vida, en la creación como un proceso de renovación.
Esto supone el origen de la modernidad y el arte experimental, que no deja de ser el contexto del simbolismo y del modernismo catalán. Una generación, por lo menos aquellos que apostaron por la experimentación, que tuvo que exilarse fuera del país para realizar su obra. En una de las introducciones del catálogo, Jimena Pérez Díaz sostiene que es en Cataluña donde Torres-García decide firmemente su vocación de ser pintor.
De padre catalán y madre uruguaya, el artista llegó a Cataluña a los 17 años. Y, efectivamente, se formó en el entorno cultural de Barcelona. Este es el código genético –la modernidad– que desarrollará y desplegará en su trayectoria posterior. Pero es igualmente cierto que Cataluña acabará por inspirarle una gran agresividad.
Se frustró, como se ha dicho, su gran proyecto de las pinturas murales del Palacio de la actual Generalitat.
El taller de juguetes –alternativa o complemento a su actividad como artista– tampoco acabó de funcionar, pero, además, existe un texto poco divulgado de Torres-García de 1918 en que denuncia dramáticamente la dificultad de un arte experimental en Barcelona, en otras palabras, la imposibilidad de ser pintor en Cataluña y la necesidad imperiosa de marchar de allí.

Torres-García: 'Mujeres de pueblo', 1911. Foto: Sala Parés
Daniel Giralt-Miracle nos explicaba que había conocido a Manolita Piña y Rubies, esposa de Torres-García, en Montevideo, donde definitivamente se asentó el pintor. Manolita Piña, barcelonesa, conocida como la “compañera inseparable del artista”, tuvo una vida longeva, parece que vivió 111 años y, ya anciana, todavía conservaba su lengua materna, que utilizó cuando Giralt-Miracle se le dirigió en catalán. Sin embargo, el simple nombre de Cataluña y Barcelona desató una furia extrema que la pobre anciana no podía contener. Había mucho resentimiento en Torres-García.