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Las rechazadas del siglo XIX

El Museo del Prado recrea en 'Invitadas' la misoginia durante el siglo XIX como contexto del surgimiento de las artistas profesionales. El problema es que ese contexto ocupa más de la mitad de la exposición

6 octubre, 2020 08:50

Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931)Museo del Prado

Paseo del Prado, s/n Madrid. Comisario: Carlos G. Navarro. Patrocinada por la Fundación AXA. Hasta el 14 de marzo

Era ya una exposición muy esperada cuando el pasado marzo se canceló su inauguración por la pandemia. Y viene con sorpresa. Se abre con una tela completamente destrozada, como se encontraban la mayoría de obras de autoría femenina en los depósitos del Prado antes de este proyecto. La restauración de sesenta piezas justifica de antemano esta muestra. Pero cuando en el Museo del Prado se decidió que ya era hora de acometer su deuda con las artistas del siglo XIX, volvieron las pesadillas. Acostumbrados a tratar con los maestros, desde el siglo de oro a Goya, el convulso siglo que vio nacer a este museo resulta decepcionante, con obras de artistas académicos cuya trayectoria corrió paralela a los derroteros políticos, económicos y culturales en nuestro país, en franco retroceso frente al avance de la Modernidad.

La restauración de 70 piezas ya justifica esta muestra. Aunque el enfoque sea sesgado, es un primer paso

Para intentar integrar a las artistas, se ha optado por una solución chocante: recrear la misoginia durante el siglo XIX como contexto del surgimiento de las artistas profesionales. El problema es que ese contexto ocupa más de la mitad de la exposición y después aparecen ellas solas bajo las duras condiciones impuestas para su aprendizaje: como copistas, miniaturistas y relegadas a los géneros menores. No se entiende por qué el Prado cuando trata artistas mujeres tiende a dar dos por uno. Ocurrió con Anguissola y Fontana, en una exposición que pretendía mostrar a “las primeras” de dos generaciones consecutivas. Terminó apiñada. Debería haberse resuelto en dos muestras independientes, como sucede ahora.

Conforme fueron creciendo las agrupaciones feministas que desembocarían en los movimientos sufragistas, se redobló la misoginia y su propaganda, que terminó dictaminando dos modelos de mujer: el ángel del hogar y la femme fatale. En esta exposición, que se inicia con la misoginia generada bajo el reinado de Isabel II, se presentan todas las degradaciones posibles: infantilizadas, prostituidas, ultrajadas, descarriadas, víctimas de pedofilia, despreciadas, reducidas por la educación impuesta a mujeres florero o bien esclavizadas, desnudadas y forzadas a posar así para sobrevivir. Un catálogo rebosante de morbosidad, y muy duro cuando identificamos su semejanza con muchas imágenes de la cultura visual actual, así como la persistencia de estas lacras en pleno siglo XXI, pese a los avances de las mujeres en el XX.

Julia Alcayde Montoya: 'Frutas', 1911

Aunque sus cuadros se hayan sacado de los depósitos para la ocasión, los autores de estas pinturas disfrutaron becas en el extranjero, alcanzaron notoriedad, reconocimiento como acreedores de premios nacionales y éxito en el mercado artístico. Entre la amplia selección con cuatro decenas de artistas, buena parte engrosan el canon de pintura y escultura en este periodo y sus principales tendencias moralizantes (realismo, costumbrismo, regionalismo), entre otros: Inurria, Madrazo, Pinazo, Pla, Pradilla, Gutiérrez Solana y Zuloaga.

Me temo que toda esa misoginia pesará sobre quienes visiten la muestra, como pesó sobre las mujeres que se empeñaron en pintar: excluidas de las academias oficiales, con restricciones en clases de anatomía y colorido, sin acceso a premios ni becas, recluidas en géneros menores como el bodegón, vilipendiadas por la crítica como aficionadas o viriles, rechazadas en las adquisiciones de las administraciones. Casi todo lo que ha quedado de su trabajo permanece en colecciones privadas, a la espera de investigaciones y del interés de instituciones y mercado.

Sin embargo, hace años que Matilde Torres documentó en su Diccionario de mujeres pintoras en Andalucía, siglo XIX más de ochocientas artistas que expusieron solo en la región. Algunas pocas de entre las españolas durante aquel periodo estudiaron en París, tuvieron éxito de público y de mercado e incluso se integraron en asociaciones y exposiciones feministas. También ejercieron decenas de fotógrafas en nuestro país, aquí representadas solo por Jane Clifford.

Antonio Fillol: 'El sátiro', 1908

Como exposición “doméstica”, con fondos propios, destaca la sala de bodegones de Joaquina Serrano, Emilia Menassade, Fernanda Francés, Julia Alcayde, Adela Ginés y la gran María Luisa de la Riva. Es el único género que el Museo del Prado aceptó para las del XIX gracias a la posesión precedente de las telas de las pintoras del XVII Margarita Caffi y Catharina Ykens. Algunos de estos cuadros pasarán a formar parte de la exhibición de la colección permanente, además de la ya presente y poderosa imagen alegórica El Cid de Rosa Bonheur.

Por ese motivo, en la última sala, con solo una obra y artista en representación de cada uno del resto de géneros, todos son préstamos. En ese totum revolutum son inolvidables el Estudio de niño sonriendo de María Antonia de Bañuelos, La última alhaja de María Luisa Puiggener, y el Desnudo femenino de Aurelia Navarro, aún a falta de restauración.

Como novedad, la inserción de cortos cinematográficos de pioneras como Alice Guy-Blaché, que aportan vitalidad a este recorrido academicista. Y como conclusión: una exposición sesgada, que minoriza a las artistas en España en el XIX. Solo un primer paso. Queda para la posteridad el catálogo, una composición coral a cargo de destacados especialistas.

@RocodelaVilla