Image: Mladen Stilinovic. Blanco es el color del dolor

Image: Mladen Stilinovic. Blanco es el color del dolor

Arte

Mladen Stilinovic. Blanco es el color del dolor

Emocionante exposición del artista yugoslavo en Viena

7 mayo, 2014 02:00

Vista de White Absence

La oferta institucional de arte contemporáneo internacional es tan amplia que apenas deja espacio en nuestra sección dedicada a exposiciones en el extranjero para los programas realizados por galerías privadas, pero esta muestra de Mladen Stilinovic que puede verse estos días en la galería Martin Janda de Viena es tan honda e intensamente bella que bien merece un comentario.

Nacido en Belgrado en 1947 y hoy residente en Zagreb, Stilinovic forma parte de una generación de artistas yugoslavos imbricados en la tradición conceptual que está siendo sistemáticamente revisada por las grandes instituciones occidentales en los últimos años. Su obra puede verse en colecciones públicas tan importantes como las del Pompidou o el MoMA, dos instituciones que están haciendo mucho trabajo en la recuperación de figuras de los países del Este. Si el centro parisién realizó la colectiva Promises from the past en 2010, el templo neoyorquino dedicó recientemente una importante retrospectiva a la croata Sanja Ivekovic.

Activo desde principios de los setenta, Stilinovic trabajó en las más diversas técnicas: Son conocidos sus extraordinarios libros de artista, que recibieron atención institucional en una soberbia exposición en el Van Abbemuseum hace ya algunos años; son, por supuesto, célebres sus pinturas y dibujos, sus instalaciones, sus performances y sus experimentos fotográficos, precarios y vanguardistas, algunos en forma de acordeón, muy a la Ed Ruscha...

Las estructuras de poder y sus excesos, y no sólo el poder político sino todos los poderes que a diario se entrecruzan en torno a la vida de uno, son tal vez el asunto al que acude el artista con mayor insistencia, sobre todo al principio de su trayectoria. También, por supuesto, al lenguaje, asociado siempre a un discurso ideológico en plena efervescencia y muy afianzado en la cotidianeidad del momento. E íntimamente ligado al lenguaje, el dolor. Ocupa el dolor un lugar central en el desarrollo del trabajo de Stilinovic, acentuado, claro, tras los años terribles de la guerra. Una sus obras más conocidas, Dictionary-Pain (2000-2003), es un diccionario cuyas 523 páginas han sido arrancadas y alineadas en una fila de 63 metros que recorre los muros del espacio expositivo. Los significantes se mantienen, no así su significado, sustituido invariablemente por la palabra Pain. Lenguaje y dolor, por tanto, operan ahora en entidad indivisible y copan el espacio en su totalidad. Como veremos, este es el tema central de esta pequeña muestra vienesa.

Stilinovic es muy conocido por sus singulares teorías sobre la vagancia y la pereza, que no tienen tanto del estigma melvilliano tan en boga hoy en día como de la oposición entre el Este y el Oeste, socialismo y capitalismo, y el modo en que unos y otros concebían la producción de arte. Sostenía Stilinovic que en Occidente no se daban las circunstancias idóneas para la aparición del arte porque los artistas no eran vagos. Los del Este, sin embargo, eran vaguísimos al parecer, y por eso podían otorgarse la posibilidad de ser artistas. Los artistas occidentales acababan convertidos en meros productores de quién sabe qué, ocupados sólo en cuestiones tan insignificantes como una venta, una exposición, un coleccionista... Y esas cosas tan insignificantes, dice Stilinovic, no existían en el Este, y por lo tanto los artistas podían concentrarse en el atento y metódico desarrollo de su vagancia. Parece un asunto algo humorístico y ligero, pero en él subyace una profunda reflexión sobre el valor del trabajo, cifrada en la literatura y el pensamiento socialistas que pone el acento en un manifiesto rechazo de las estructuras del capital tan común entre los artistas de su generación y contexto.


Una de las piezas de White Absence

La exposición, titulada White Absence, está compuesta por dos grupos de trabajo, uno en cada piso de la galería. La sala de abajo ofrece un conjunto de pinturas de pequeño formato que datan de mediados de los setenta y que son radiantes y conmovedores a partes iguales. En ella nos habla el artista del color del dolor en un mar de abismos blancos que son a la vez signo de silencio y de muerte, de vacío y de ausencia. Lienzos y pequeños papeles se arremolinan en torno a una sistema de negaciones. En muchos de ellos la ilusión del lenguaje está vetada. Ideas como impotencia, inactividad, indiferencia, estupidez o futilidad, vertebradoras del universo de la vagancia, están decididamente presentes, pero no logran disipar la presencia impertérrita del dolor ("BOL" en esa quebradiza escritura eslava que logra resistir, casi milagrosamente, en el vacío blanco), aunque en medio de tanto dolor haya un ineludible deleite pictórico. Recuerdan estos pequeños lienzos y papeles a las aproximaciones monocromas de Robert Ryman con sus sistemas de veladuras, que dejan entrever leves signos de esperanzadora luminosidad, una luz casi atípica y desde luego, desconcertante.

Sobrevuela la muestra -y también el pensamiento del artista- una precariedad indisimulada y un latente nihilismo. El conjunto de objetos que puede verse en la parte de arriba vibra en su blanca inestabilidad. Bolsas de plástico pintadas, anteojos, relojes de mesa, formas geométricas de madera, billetes de dólar... Son pequeños elementos cuyo montaje, aparentemente aleatorio, sugiere un puntuar el espacio, muy a lo Mallarmé. Como las entradas del diccionario antes citado, copan la totalidad del lugar. Flotan en el espacio de la galería como las alusiones al dolor ("BOL") en los monocromos blancos de las pinturas en la sala inferior. Y producen una musicalidad extraña, muda, tensa y estremecedora.