Image: La escultura espectacular del indio Anish Kapoor

Image: La escultura espectacular del indio Anish Kapoor

Arte

La escultura espectacular del indio Anish Kapoor

La retrospectiva dedicada al artista indio en la Royal Academy rezuma un aire apocalíptico

24 septiembre, 2009 02:00

El artista indio Anish Kapoor pasa por delante de su obra Svayambh (2007), en la Real Academia de las Artes de Londres. Foto: Andy Rain / EFE

EFE
Espectaculares es la palabra más apropiada para calificar las esculturas que Anish Kapoor presenta a partir de este fin de semana y hasta el 11 de diciembre en la Royal Academy of Arts de Londres y que luego viajarán al Guggenheim de Bilbao.

Se trata de una retrospectiva dedicada a este artista nacido en Bombay (India) en 1954 aunque formado en el Chelsea College of Art and Design londinense, donde forma parte de una generación de escultores británicos, entre ellos Tony Cragg y Richard Deacon.

El espectáculo comienza ya en el patio de la veterana institución, presidido por una estatua de su fundador, el pintor Joshua Reynolds, frente a la cual Kapoor ha levantado una irregular columna de esferas, como los globos de un vendedor de feria, cuyas superficies de pulido acero inoxidable reflejan una y otra vez todo lo que las rodea.

Más espectaculares aún si caben, aunque de muy distinto signo, son las que podrían considerarse como las dos obras centrales de la exposición: la primera es un cañón manejado por un artificiero de serio aspecto que dispara a intervalos regulares y con un enorme estruendo munición de cera y vaselina rojas contra la pared de una segunda sala.

La otra es una especie de vagón de tren de cera igualmente del color de la sangre, de ocho metros de longitud, tres y medio de altura y 2 y medio de ancho, que avanza a velocidad casi imperceptible por el espacio central de la galería, atraviesa con esfuerzo los arcos de cinco salas y deja en sus marcos rastros de su laborioso paso, antes de iniciar el camino inverso.

En su incesante ir y venir, el tren va creando su propia obra, al igual que ocurre con el cañón, cuyos sucesivos disparos van dejando un montón creciente de cera en un rincón de la sala de forma que las paredes y el suelo de la Academia, normalmente impolutos, se van emporcando progresivamente de rojo.

Falos y trenes
El espectador puede dar rienda suelta a su imaginación y pensar, por ejemplo, en la famosa imagen surrealista del tren de Magritte saliendo de la chimenea de un salón burgués, dar una interpretación fálica tanto al tren como al cañón o establecer cualquier otra asociación.

Esto mismo cabe decir de las últimas obras de Kapoor, esculturas en hormigón montadas sobre paletas que parecen lo mismo esos cables o sogas que uno ve a veces enroscados en los muelles que intestinos, gusanos revueltos, merengues o materia fecal.

La apariencia orgánica, la ciega opacidad de esas piezas, fabricadas con ayuda del programa de un ordenador, y su estado inacabado contrastan fuertemente con la perfecta geometría de algunas de las esculturas más conocidas del artista indio, reunidas en otra sala.

Las superficies de acero inoxidable pulidas como espejos de estas últimas reflejan todo lo que las rodea y confunden y desorientan continuamente al espectador, cuya propia imagen aparece en algunos casos invertida, al igual que ocurre con el suelo y las paredes de la sala, hasta que aquél se aproxima suficientemente al objeto de su contemplación.

La retrospectiva incluye también algunas de las piezas de los setenta -pequeñas esculturas de formas picudas espolvoreadas de densos pigmentos rojos, amarillos o negros- y otras de tamaño colosal como la que cierra la exposición, una escultura enorme de acero que, vista desde uno de sus lados, parece la quilla de un submarino mientras que por otro lado tiene un cierto aspecto de vagina gigante.

Kapoor es un escultor que piensa siempre el espacio en términos a la vez poéticos y metafísicos: sus objetos son muchas veces presencias de ausencias o viceversa, como explicó el francés Jean de Loisy, comisario de la exposición junto a Adrian Locke.

Quizás una de las obras que define mejor esa idea es la titulada I am pregnant (Estoy preñado): consiste en una especie de protuberancia, un bulto, que sale de las paredes de una de las salas.

Según el propio artista, la concibió cuando se encontraba en Uluru, también conocida como Ayers Rock, la roca sagrada de los aborígenes australianos, "el lugar más religioso que he visitado nunca".

"Una de las notas que tomé allí era simplemente: forma blanca sobre pared blanca....Concebí un objeto en proceso de formación, debía ser una forma que estuviese a la vez presente y ausente".