Arte

Jaume Plensa en el templo de la palabra

Jerusalem y Libros, estampas y múltiples

27 julio, 2006 02:00

Vista de Jerusalem

Comisarios: J.Plensa y Marie-Claire Uberquoi. Es Baluard. Pza. Porta de Santa Catalina, s/n. Hasta el 15 de octubre. Fundación Miró. Joan de Saridakis, 29. Hasta el 10 de septiembre. Palma de Mallorca

Cuatro años después de Wispern, aquella magnífica instalación en la Iglesia de la Mare de Deu del Roser de Pollença con la que invitaba al espectador a formar parte de un paisaje espiritual más allá del tiempo, Jaume Plensa (Barcelona, 1955) protagoniza dos de las exposiciones más interesantes del circuito: Jerusalem, la instalación que acoge Es Baluard, y Libros, estampas y múltiples. 1978-2006 en la Fundación Pilar y Joan Miró, que constituye una cuidada revisión de la obra gráfica del artista. Ambos proyectos coinciden en mostrarnos a Plensa como un artista de una solidez extraordinaria, un humanista cuyo discurso artístico y cuya versatilidad formal sigue adquiriendo cada vez más consistencia. Internacionalmente reconocido como uno de los grandes tras sus proyectos de escultura pública en el Millenium Park de Chicago o en Londres, no sorprende que las instituciones mallorquinas dediquen nuevamente su atención Plensa.

Así, el examen a la selección de 112 xilografías, aguafuertes, carborundum, fotograbados, litografías, collages fotográficos, etc., impecablemente presentados, que integran el recorrido por casi tres décadas de rigurosa experimentación, revelan no sólo la calidad técnica de esta vertiente del trabajo de Plensa, sino sus asombrosas correspondencias con sus esculturas, al tratar de imitar texturas y materiales, al emprender sus mismas búsquedas conceptuales desde otro punto de vista, al explorar desde la seriación la consistencia visual de la imagen y la palabra.

Por su parte, Jerusalem supone una inspirada adaptación de sus famosas instalaciones con gongs, entre las que destacan la realizada para el Baltic Center en 2002 con nueve pares de esculturas grabadas con palabras tan contundentes como tierra, aire, sangre, semen, caos y silencio, que también invitaban al espectador a experimentar su vibración sonora. La misma idea da forma a Jerusalem, aunque existen diferencias importantes que explican que Plensa, al igual que antes Rebecca Horn o Fabrizio Plessi -que adaptaron obras preexistentes al exponer en este antiguo aljibe-, haya desarrollado aquí una de sus más completas reflexiones en torno a la vibración de la palabra y, con ella, a la dimensión más intangible del espacio.

Tomando como punto de partida el Cantar de los Cantares de Salomón, ese poema de amor del rey judío por la "bella sulamita" que tantas analogías y lecturas simbólicas suscita, Plensa reflexiona una vez más sobre las dimensiones alternativas de la realidad, invitando al visitante a abrir sus sentidos al estímulo intelectual y sensorial que proporciona hacer sonar estas esculturas cuyos pesos han sido variados por el vaciado de los textos inscritos en ellos. De este modo tan aparentemente sencillo, a través de ese recurso tan paradigmático en su obra que es la vibración sonora de la palabra, Plensa tiende un puente invisible, un nexo espiritual con esas fuentes intangibles de las que manan nuestras ideas, nuestros credos y nuestra memoria.

La propia consciencia de hallarnos en el espacio simbólico de esta Jerusalem convertida en santuario dedicado a la esencia inmutable de la palabra, nos conecta con la más emblemática de las ciudades, aquélla que concentra la identidad espiritual de las tres grandes religiones monoteístas. Distinta a aquélla otra disputada desde hace milenios, la Jerusalem de Plensa es en cambio un espacio integrador, una nueva patria sin más fronteras que las que erijamos nosotros mismos.

Nada más adentrarnos y caminar entre las hileras de gongs que establecen la división en tres naves del espacio de S’Aljub, se hace evidente que el artista ha construido un nuevo templo. Uno en el que se nos propone consumar la misma unión del alma y los sentidos que ejemplifican los versos escritos por Salomón. Autorretrato, la figura sedente del propio artista presidiendo el espacio, es no sólo una llamada de atención a la esencia de la práctica artística, sino también una sutil invitación a evocar la memoria de aquel famoso templo erigido por el rey Salomón, o, si atendemos a otras interpretaciones del Cantar de los Cantares, al propio Cristo celebrando sus bodas con su Iglesia.