Emprender en hostelería en España se ha convertido en una prueba de resistencia más que en una aventura empresarial. Los bares, tan arraigados en la cultura del país -se estima que hay más de 185.000-, atraviesan un momento crítico marcado por la subida de costes, la saturación del mercado y la precariedad del trabajo autónomo.
Aun así, a pesar de la pasión y la entrega que exige el oficio, siguen siendo muchos los que se aventuran a abrir un negocio propio, pero entre licencias, impuestos, alquileres y una competencia feroz, el margen de beneficio se reduce hasta el límite.
Muchos hosteleros se encuentran atrapados en una rutina extenuante donde la ilusión inicial se diluye entre largas jornadas y el sueño de ser dueño de su propio negocio choca de frente con una realidad marcada por la precariedad, la soledad empresarial y una sensación amarga de que el esfuerzo no se traduce en recompensa.
Es la historia de un sector que, pese a su importancia social y económica, vive una silenciosa crisis estructural que amenaza la supervivencia de los pequeños bares de toda la vida.
La historia de José Antonio
Montar un bar en España
Uno de esos casos es el de José Antonio Santamaría, propietario del bar Tostanova en Sant Feliú de Llobregat desde hace 21 años, que compartió su experiencia en el canal de YouTube de Eric Ponce.
Su testimonio refleja con crudeza lo que implica mantener a flote un negocio en solitario. "Viene de familia. Falta de trabajo. Vi una oportunidad, tenía algo de dinero y lo puse", explica sobre el origen de su proyecto.
Lo que empezó como un intento por salir adelante se ha convertido con el tiempo en una carga que soporta casi sin ayuda. "Yo estoy en la ruina total. Es una ruina", confiesa sin rodeos.
Santamaría invirtió entre 50.000 y 60.000 euros en la apertura del local, una cifra que, como él mismo recuerda, incluía el traspaso, las licencias y las reformas. "El traspaso costó 30.000, después ayuntamientos, otros 15.000-20.000 como mínimo", relata.
Han pasado más de dos décadas desde entonces, pero la situación, lejos de mejorar, se ha vuelto más dura. El día a día de José Antonio transcurre en solitario. Él es el único empleado de su bar. No hay turnos, no hay relevo. "No tengo más remedio", responde cuando se le pregunta si puede con todo.
La imposibilidad de contratar personal no es una elección, sino la consecuencia directa de unos números que no cuadran.
Lo más difícil de gestionar
El mayor desafío, no obstante, asegura José Antonio, no es la carga de trabajo, sino la gestión de los clientes. "Los clientes es lo más difícil de gestionar", afirma. La convivencia diaria con el público exige paciencia y mucha mano izquierda.
"Hay clientes majísimos, que son los que nos hacen seguir, pero también hay un 10 o un 15 % que…", comenta, dejando entrever las dificultades que conlleva tratar con personas en contextos donde el alcohol está presente.
Aun así, presume de haber mantenido siempre el orden: "Llevo aquí los años que llevo y no he llamado nunca a la guardia urbana".
Una competencia dura
La competencia, sin embargo, ha cambiado las reglas del juego. José Antonio reconoce que la llegada de nuevos modelos de gestión, especialmente de empresarios de origen asiático, ha alterado el equilibrio del sector.
"Ellos trabajan siete días a la semana, 366 días al año", explica. Según sus cálculos, "en Sant Feliú, si quedan españoles, no sé, serán 15 o 20 de 200 y pico de bares que hay".
Esa competencia constante, unida a la caída de precios, ha dejado a muchos veteranos sin margen. "Los precios los han reventado todos los chinos. Todo lo que teníamos ganado, lo perdimos al vendérselo a ellos", lamenta.
El sacrificio personal
Detrás de la barra, Santamaría lamenta también los sacrificios personales que ha tenido que hacer para sacar su negocio adelante. "He dejado a mi familia de lado. No la he atendido como se tiene que atender una familia", reconoce con cierta amargura.
"Si atiendo a mi familia, no puedo atender esto. La he atendido económicamente porque he trabajado y he luchado para tenerla, pero para lo único que me ha valido", continúa.
La falta de derechos laborales básicos, la ausencia de vacaciones pagadas, la imposibilidad de desconectar y la carga mental constante son el peaje que pagan los autónomos del sector.
"Cualquier trabajador trabaja muchísimo menos que yo y tiene todos los derechos que no tengo yo. Y como autónomo, estamos con el culo al aire", resume con resignación.
A pesar de todo, conserva un tono sereno, sin victimismo, pero con la lucidez de quien ha visto pasar los años desde detrás de la barra. Ha cometido errores, dice, pero también ha aprendido de ellos.
"Lo que me he equivocado, me ha valido de experiencia para no volverme a equivocar". Su relación con el dinero ha cambiado: "Cuando lo tienes, le das importancia. Cuando lo has perdido, cinco días ya no te acuerdas de él".
Un consejo para los que empiezan
Cuando se le pregunta a José Antonio si recomendaría a alguien abrir un bar hoy en España, José Antonio no duda: "Que no lo monte nuevo. Que coja una licencia antigua. Porque al cogerlo nuevo es que no lo va a poder hacer".
La experiencia propia avala su advertencia. Intentó abrir otro local en Barcelona y tuvo que cerrarlo. "Cómo se sostienen los otros, no lo sé", concluye.
La pregunta final es inevitable: sabiendo todo lo que sabe ahora, ¿volvería a abrir un bar? La respuesta es rotunda: "No".
José Antonio Santamaría es uno más entre miles de hosteleros que resisten en un sector que no perdona. Su historia no es excepcional; es, desgraciadamente, el día a día de muchos que, como él, soñaban con tener su propio negocio.
Y mientras las cifras de emprendimiento en hostelería siguen siendo altas, la realidad de quienes están detrás de las barras dibuja un panorama mucho menos alentador que el que sugieren las estadísticas oficiales.
