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En los más de 1.000 mercados que tenemos en España hay unos 47.000 puestos que dan empleo a entre 140.000 y 150.000 personas. Así lo explica el youtuber Eric Ponce en un vídeo subido a su canal en el que da voz a cinco de estos trabajadores.

Una de estas historias es la de Lluís Macià, que ha dedicado toda su vida a la venta de frutas y verduras en un puesto del Mercado del Ninot, en Barcelona.

El suyo, como el de tantos otros, es un negocio familiar que ha sabido evolucionar y adaptarse a los tiempos, pues este empresario barcelonés es un ejemplo de cómo la transformación de un comercio tradicional en un modelo mucho más especializado es capaz de competir con grandes superficies sin perder su esencia de tienda de toda la vida.

Puestos en mercados

"Cuando empezó mi abuela tenía 4 o 5 artículos en un puesto del mercado. Nosotros tenemos casi 800 referencias", explica. Las cifras dan una idea de lo que suponen décadas de adaptación a un mercado cada vez más exigente y sofisticado.

Lo que comenzó como un pequeño puesto familiar es hoy una empresa con 11 empleados y una inversión que ronda los 200.000 euros en infraestructura, informática y equipamiento.

Un modelo de negocio diferente

El modelo de negocio de los mercados municipales tiene particularidades que lo diferencian de otros comercios. "Tú pagas un canon mensual al ayuntamiento, al instituto, y después pagas un canon a la asociación de vendedores, como si fuera una asociación de vecinos de un bloque", explica Lluís.

Esta estructura, que puede parecer compleja, forma parte de un ecosistema donde conviven la colaboración y la competencia. "En algunos temas somos aliados, hay una asociación de vendedores en la que se tratan temas generales y, a nivel particular, cada día es competencia", reconoce.

Una competencia que, precisamente, se ha intensificado con la llegada de las grandes superficies. "Antes estábamos los mercados solos, en los años 50-60, y empezaron a aparecer supermercados y claro, es competencia y ya está. Y hay que jugar", afirma.

Diferenciarse para sobrevivir

Ante esta situación, su estrategia pasa por buscar la diferenciación: "Hay que fijarse en lo que hacen, porque lo hacen bien, pero hay que hacer cosas diferentes", recalca.

Y, para poder diferenciarse, es necesario especializarse. "Siempre intentas llevar producto exclusivo, que los demás no puedan tener o no puedan alcanzarlo", explica.

El ejemplo más claro son los guisantes de lágrima, un producto que la escena gastronómica catalana ha puesto de moda en toda España. "Es un artículo que no está accesible a todo el mundo", señala. Por eso Lluís tiene muy claro que el valor añadido de su empresa reside en ofrecer lo que otros no pueden.

No solo la competencia obliga a avanzar hacia ese nivel de profesionalización. El perfil del cliente también ha cambiado radicalmente. "El cliente se ha vuelto más especialista, sabe más, entiende más, se preocupa más por la cocina y por la salud. Y eso provoca que tú tengas que esforzarte más, que tengas que aprender, que estés en continua evolución", analiza Lluís.

Ambas circunstancias han derivado en una segmentación del mercado. "Hay gente que busca el producto y el precio del supermercado y hay gente que busca la especialización del comercio pequeño", explica. Su negocio se dirige claramente al segundo grupo, por eso él apuesta por la calidad y el servicio personalizado frente al precio.

El coste vital y el beneficio

Para Lluís, el precio de la dedicación ha sido alto en términos personales. "He hipotecado mi vida personal por mi trabajo y la he hipotecado sin darme cuenta porque cuando una cosa te gusta, como dice el dicho ese de que 'sarna con gusto no pica', pues no te das cuenta", confiesa.

Pese a ello, su relación con el trabajo permanece intacta. "No he hecho nada más que vender fruta y verdura en mi vida y me sigue gustando", afirma con convicción. "Porque me gusta mucho el trabajo que hago. Me encanta", insiste.

Esta pasión es, para él, el ingrediente fundamental del éxito. "Lo más importante es que te guste lo que haces", aconseja a quien quiera dedicarse a este sector.

Y, por fortuna, todo ese sacrificio tiene recompensa. Lluís desmiente el tópico de que el comercio tradicional no puede ser rentable.

"Se puede ganar dinero. Se puede ganar dinero y tener un buen sueldo. Sí, sí, sí, se puede ganar dinero", insiste. Aunque matiza que el negocio tiene más complejidad de la que se percibe desde fuera: "Una empresa tiene más cosas. O sea, no es lo que tú ves nada más".

Porque más allá de las horas dedicadas, gestionar un negocio de estas características no está exento de dificultades. "Para mí lo más difícil es el personal", confiesa sin rodeos. "Somos mucha gente en un espacio reducido y yo no he estudiado de recursos humanos, yo he estudiado de frutas y verduras", reconoce.

Para Lluís, liderar un equipo con una alta presión de trabajo representa su mayor desafío diario. "De recursos humanos también he ido aprendiendo los años, pero no he hecho una carrera por lo tanto es lo que me cuesta más", admite.

En cualquier caso, pese a todos los posibles sinsabores, su historia representa la de muchos comerciantes que han sabido adaptar negocios centenarios a las exigencias del siglo XXI. La clave, según su experiencia, reside en la combinación de tradición y evolución, de conocimiento del producto y capacidad de innovación.

Todo ello sin perder de vista algo tan esencial como la pasión por un oficio que, tres generaciones después, sigue siendo el motor de una empresa que ha multiplicado por cien su oferta inicial.