Pocas cosas me avivaban más el apetito cuando era pequeña que ver a Heidi, la del anime de Isao Takahata, y a mi vecina Maite comer. Las dos, el personaje de ficción y mi amiga en la vida real, tenían sobre mí un poder de persuasión en esto del yantar que no tenía nadie más.

Sin amenazas ni recompensas. Sin castigos ni premios. Sin aviones ficticios que vienen cargados de estofado directos a tu boca. Como la publicidad bien hecha, sin hacer ni una referencia explícita, Heidi y Maite hacían que muriese por probar lo que estaban comiendo. Porque cuando algo se come así, con aquel gozo, sólo podía ser una delicia. 

Por Heidi le tomé gusto a beber en bol leche a palo seco. Ni tazas de dibujos, ni azúcar, ni Cola Cao. Leche en bol, como Heidi. También por ella le vi la gracia al queso frito, aunque lo de Heidi era queso fundido en la lumbre. Maite, que era tres años más pequeña que yo, y por entonces las dos éramos muy pequeñas, sin pretenderlo me hizo adorar los guisos de patatas. Un día la vi comer un plato colmado de patatas con carne de ternera. La vi disfrutar de aquella comida como disfruta un sediento de un vaso de agua fresca. 

Cuando salí de su casa, completamente extasiada por ver a una niña tan pequeña complaciéndose de aquella manera con una comida que yo consideraba aburrida, fui corriendo a pedirle a mi madre un plato de patatas con carne. Mi madre se sorprendió porque hasta ese día me costaba horrores comer ese guiso. Al día siguiente me lo hizo y desde entonces las patatas con carne es uno mis platos favoritos, por lo bueno que está y porque cuando lo como me acuerdo de Maite. 

Otro estimulador de mis papilas gustativas ha sido el Studio Ghibli. En sus películas no es raro ver a los personajes degustar alguna comida, hablar de ella o cocinar. Vemos la relación que tienen los niños con la comida y cómo en la mayoría de los casos, la mujer o la niña —cuando la mujer no está— es quien asume la responsabilidad de preparar la comida para toda familia. Como un MasterChef Junior adelantado a su tiempo, las películas del Studio Ghibli acercaron (y acercan) a los más pequeños a la cocina dándoles un papel relevante, el de creadores y el de comensales. 

Como decía, las películas del Studio Ghibli abren el apetito de niños y no tan niños. Lo más fascinante de todo es que dé igual que esa comida sea la gran cazuela de estofado de ternera que vemos en El castillo en el cielo, que los onigiris de atún de El viaje de Chihiro, te apetece comer lo que comen los personajes. Y teniendo en cuenta que en 2002, año de estreno de El viaje de Chihiro en España, muchos ni queríamos oír hablar de comer algas ni pescado crudo, el mérito entonces fue aún más grande. 

Acaba de publicarse el libro Las recetas de las películas del Studio Ghibli (Editorial Colandcol, junio 2021). Un libro no oficial de Ghibli, pero que muestra un listado de 23 recetas de la comida dulce y salada que aparece en sus películas. En esta edición de tapa blanda y diseño humilde, encontrarás contextualizada la receta dentro de la película en la que aparece, el paso a paso ilustrado con fotos y el aspecto del plato acabado. Esto último algo muy importante cuando se trata de recetas de una gastronomía distinta a la nuestra. 

Algunas de las recetas de Studio Ghibli que aparecen en el libro, como los Espaguetis con albóndigas de la película Porco Rosso son fieles reproducciones de los platos que aparecen en las películas; otras, como el Crujiente de Howl, solo están inspiradas en la receta que podemos ver en la película a la que hace referencia.

A mí me parece un volumen entrañable a la vez que ideal como actividad veraniega si hay niños en casa. ¿Qué tal si vemos El castillo ambulante y cocinamos crujiente de Howl para cenar?

Cómo hacer el crujiente de Howl inspirado en El Castillo Ambulante

Imagen del libro Las recetas de las películas de Studio Ghibli Editorial colandcol

El crujiente de Howl es un sándwich que se inspira en el desayuno inglés de tostadas, bacon y huevos fritos que aparece en la película.

Ingredientes

  • Beicon, 2 lonchas
  • Aceite de oliva, una cucharada
  • Huevos, 2
  • Sal
  • Pimienta negra recién molida
  • Ajo en polvo
  • Pan de molde sin corteza, 1 rebanada

Paso 1

En una sartén no muy grande ponemos a calentar el aceite y freímos por ambos lados las lonchas de beicon, hasta que queden bien crujientes. No queremos que se quemen, así que es mejor hacerlo a fuego medio.

Paso 2

Mientras se está haciendo el beicon, batimos y salpimentamos al gusto los huevos. Añadimos también una pizca de ajo en polvo, aunque si no te gusta, puedes se puede prescindir de él.

Paso 3

Cortamos en dos la rebanada de pan de molde a la que previamente le hemos quitado la corteza.

Paso 4

Cuando el beicon esté crujiente, lo retiramos de la sartén y reservamos. En la misma sartén y con el aceite caliente, echamos los huevos batidos e inmediatamente ponemos las mitades del pan en el centro e inmediatamente les damos la vuelta para que el pan se moje de huevo por las dos caras. Cuando veamos que el huevo en contacto con la sartén se está empezando a cuajar, con ayuda de un plato, le damos la vuelta al conjunto de manera que el pan quede en contacto con la sartén y el huevo, que ya se habrá cuajado ligeramente, encima. Dejamos un par de minutos a fuego medio para que se tueste el pan. Hay que vigilar porque no queremos que el huevo se quede seco.

Paso 5

Cuando los huevos estén cuajados, plegamos la tortilla hacia dentro por cada uno de los lados.

Paso 6

Cortamos las lonchas de beicon que teníamos reservadas y las ponemos sobre la tortilla.

Paso 7

Doblamos el el conjunto, de manera que quede una rebanada de pan en cada lado a modo de sándwich con la tortilla y el bacon dentro. ¡A cenar!