A veces te da por hacer un plato y estás ahí erre que erre comiéndolo en bucle. Suelen ser esas recetas tan rápidas que hasta te da cosa llamarlas recetas. Son platos de no pensar, platos de perruneo, a los que vuelves una y otra vez, normalmente, a la hora de la cena.

Mi plato recurrente de no pensar es la tortilla francesa. Sola. O de queso. De atún. Con un poco de pimienta. Cuando estoy menos perruna, paso por el pasapurés unas lonchas de jamón de york y se lo mezclo. Y ya está, cena hecha en dos minutos.

Hubo un tiempo en que me dio por los bocadillos de mejillones en escabeche. Esto fue culpa de un compañero de trabajo que era bastante adicto a ellos y todas las tardes a las 18:00 se comía su bocatamejillones.

Y así me pasaba a mí, que me hacía la sana con mi manzana —y mi palmera de chocolate de postre, porque era muy joven y tenía que crecer— pero luego llegaba a casa con un hambre salvaje y lo primero que me lanzaba mi cerebro era eso, la imagen de un pan crujiente por fuera, con miga esponjosa, húmeda, alveolada, un poco ácida y bien naranjita. Y entre ese pan, bien de mejillones. De mejillones en escabeche.

A partir de mayo o junio, cuando llegan las calores, el gazpacho se me instala en loop en la parte del cerebro donde se instalan las obsesiones. No se me ocurre nada mejor que comer, que cenar, que desayunar, que beber a todas horas. Gazpacho casero, por supuesto, aunque ni confirmo ni desmiento que alguna botella de gazpacho preparado —de los güenos— tengo en la nevera por si de repente me entran ganas locas de gazpacho y se acabó el mío.

El gazpacho se me desactiva cuando llega septiembre. De repente me deja de apetecer, pero entre que llega y no llega el frío, paso un tiempo con la pechichana en modo recurrente.

La pechichana, en realidad, es la ensalada murciana. O lo que también se conoce en Quintanar del Rey (Cuenca) como pelechana. Yo le digo pechichana porque así se lo llama mi madre, que jura y perjura que en Horcajo se llama así, aunque yo sólo se lo he oído a ella. Pero como fue mi madre quien me dio a conocer la pechichana y me enseñó a prepararla, pues pechichana se queda.

La pechichana es un mojete de tomate entero de bote un poco machacadito, al que le añades un huevo duro picado, un puñado de aceitunas negras, unas rodajas de cebolla cortada fina (y metida en agua antes para quitarle el picor) y un buen atún en conserva. Lo aliñas con un poco de sal y un chorrete de aceite de oliva. Te haces con un buen pan para ir mojando y el goce es completo.

Con los fríos, mi cena perruna es la sopa. Un día trabajas un poquito y preparas un buen caldo, por ejemplo, éste que explicó paso a paso Danny Salas en EL ESPAÑOL, pero ya tienes para ir tirando varios días. A veces le añades fideos, otras un huevo duro y unas algas, otro día un poco de jamón serrano y pollo asado que haya sobrado de alguna comida. Y siempre queda bien.

Ahora estoy en fase verduras al vapor, y me maravilla esta receta de Clara Villalón con las judías verdes cortadas como si fuesen tallarines. Sí, vale, entretiene un rato, y esto hay que currárselo un poquito, pero este corte es una buena idea para quien le tiene manía a las judías verdes. 

Otra cosa muy socorrida para esos momentos de “qué hago, no sé qué cenar, pues me tomo un vaso de leche y me acuesto” es el cardo en conserva. Lo salteas con ajo, un poco de pimentón y un chorro de limón y ya podemos entregarnos a Netflix. Pero si necesitas más estímulo para comer esta verdura, sigue esta receta de cardo con almendras. Como indica Villalón, también le pega las pencas de acelgas.

Las quiches también son muy socorridas. Pero si ya estás un poco hasta el gorro de ellas, Mer Bonilla propone este pastel de puerros, que tiene lo mejor de una tortilla y de una quiche. Y lo mejor de esas recetas que las haces en un momento y las puedes dejar para ir comiéndotelas en un par de días.

Ideal para esos momentos de perruneo.