El famoso youtuber Pablo Cabezali, más conocido en redes como Cenando con Pablo, se acercaba unos meses a probar el restaurante con dos estrellas Michelin DSTAgE del chef vitoriano Diego Guerrero. Un local ubicado en el barrio de las Salesas en Madrid y cuyos platos apuestan por un espíritu divergente defendiendo el aprovechamiento y la evolución culinaria.
Sin embargo, la experiencia del creador de contenido gastronómico no fue precisamente redonda. Acompañado por el nutricionista Alberto Oliveras, se atrevió con el menú de degustación más extenso del local: 18 pases por 200 euros por persona. La experiencia aunque buena, sin embargo, fue una mezcla de asombro por las raciones minúsculas, falta de entusiasmo por los platos y cierta frustración por la falta de saciedad: "Yo estoy igual que he entrado", llega a confesar a mitad del menú.
La visita de Cabezali comienza con una advertencia al comienzo del vídeo: "Este restaurante estrella Michelin es el más criticado, las reseñas que hay en Google son bastante negativas". Aún así, deciden probar suerte. El primer bocado es un milhojas de tomate con aceite de oliva virgen extra. Un primer plato bien recibido por su textura, pero en el que ya el creador de contenido echa de menos una ración de pan: "No hay pan aún y para este fondo vendría muy bien".
La falta de pan terminó convirtiéndose en una de las principales preocupaciones de ambos comensales. Solo apareció en uno de los platos, acompañado de un paté de lengua de vaca. Finalmente, a mitad del menú, deciden pedir más ante la evidente falta de saciedad. "No me desagrada, pero yo quiero más pan. Vamos a tener un problema con eso", asegura Cabezali al recibir un pan de masa madre con pasas y nueces.
Y es que, los platos aunque cuidados en su elaboración, no logran aportar la sensación de saciedad que esperaban: "Necesito 87 de estos para llenarme", asegura tras probar la lubina fermentada y deshidratada durante siete días.
El peor estrella Michelin de Madrid
El resto de elaboraciones creativas no termina tampoco de entusiasmar a Cabezali. "Llevamos siete platos, son dieciocho y estamos que vamos a salir después al chino a por patatas", bromeaba. Ni siquiera la presencia de ingredientes como el caviar, las trufas o la quisquilla consigue cambiar esa sensación general de escasez: "Yo estoy angustiado por las cantidades".
A pesar de que no duda en destacar platos que elevan el menú por su sabor o ejecución, como el de ajo negro relleno de almendra tostada con el kéfir o la base de calabaza caramelizada del octavo pase, en general la emoción brilló por su ausencia. "La emoción de pegar brincos con algún plato no la ha habido. No ha habido un plato que quisiera repetir, confiesa.
De hecho, el último plato de pichón koji previo a los postres tampoco convence al creador de contenido: "A mí no me gusta. Me parece que se ha estropeado el pichón. No tiene sentido poner este plato. Lo como porque me quita el hambre pero me parece un plato mediocre y necesito el postre como agua de mayo", termina asegurando.
El servicio, sin embargo, fue impecable asegura: "Para mí es mejor el servicio que la comida". A pesar de ello, la conclusión fue tajante: "Podrían esperarse un poquito en la cantidad. Sinceramente, no nos ha emocionado". La cuenta final, ascendió finalmente a 400 euros por dos menús degustación.
