Silvio Garattini, oncólogo.

Silvio Garattini, oncólogo.

Salud

El oncólogo de 96 años que hace décadas que no se medica: "No desayuno, tomo un café y un zumo de naranja para almorzar"

El experto critica con contundencia el modelo de medicina actual, que para él está orientado al beneficio más que al bienestar del paciente.

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A sus 96 años, Silvio Garattini sigue caminando cinco kilómetros diarios a paso rápido, como si el tiempo no hubiera pasado desde que fundó el Instituto de Investigaciones Farmacológicas Mario Negri en 1963. Este lugar en la periferia de Milán no solo simboliza décadas de avances en la investigación médica, sino que también sigue siendo su centro de operaciones cotidianas. "Vengo al estudio todos los días, viajo mucho", cuenta con naturalidad al periódico italiano Il Corriere della Sera. No hay en él una retirada del mundo: hay compromiso y continuidad.

Aunque sus días comienzan sin desayuno, se permite un ritual sencillo y constante: dos cafés, uno tras otro. A la hora de comer, su dieta se resume en una exprimida de naranja, tal vez un par de galletas. El equilibrio lo encuentra en la cena, que incluye verduras, pescado o pasta y, sin falta, un dulce. "El cerebro necesita 90 gramos de azúcar al día, incluidos azúcares simples y complejos", explica. Ni las tendencias nutricionales modernas ni los dogmas alimentarios alteran su criterio: la moderación y el sentido común son su guía.

Este oncólogo no se somete a un cóctel de pastillas como tantos otros ancianos. Toma únicamente un anticoagulante, prescrito tras un leve episodio de fibrilación auricular. Hace cuarenta años que no toma un antibiótico; y cuando le preguntan qué hace si tiene fiebre, su respuesta es desarmante: "Me quedo en casa". Su salud parece reflejar una vida de prevención antes que de tratamientos.

Para él, la medicina ha perdido el rumbo. Critica con contundencia el modelo actual, orientado al beneficio más que al bienestar. "La medicina se ha convertido en un mercado: muchos medicamentos se recetan a menudo sin necesidad", advierte. Y en su diagnóstico destaca una amenaza creciente: la resistencia a los antibióticos. Cada año, dice, provoca 12.000 muertes en Italia, en gran parte por el uso indiscriminado de estos fármacos.

Más allá de la biología, la longevidad es para él una experiencia atravesada por la pérdida. Ha enviudado dos veces: la primera, en un accidente; la segunda, por una enfermedad. "A veces, en casa, hablo con ellos como si todavía estuvieran conmigo", confiesa. La oración y el recuerdo mantienen vivo un vínculo que el tiempo no borra. La fe, discreta, pero constante, forma parte de su vida diaria.

Su visión del mundo está anclada en un principio ético que considera subestimado: "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti". Esta máxima resume su mirada humanista, que se extiende al trabajo, al amor y al modo en que entiende las relaciones humanas como redes de dependencia mutua. Garattini ha sido padre de cinco hijos y afirma sin ambages: "Creo que he amado mucho y he sido amado".

Comprometido con la divulgación, sigue escribiendo libros, impartiendo conferencias y dialogando con estudiantes. "Hace unos días hablé ante ochocientos estudiantes de secundaria", comenta con entusiasmo. Para él, el conocimiento es un ejercicio que se afina con la práctica constante. Su memoria es prodigiosa: recuerda sus primeros pasos como perito químico, la catástrofe de Seveso, y nombres como Umberto Eco o Rita Levi Montalcini.

Su cruzada contra el tabaco sigue tan viva como en los años en que se enfrentó a presentadores de televisión que fumaban en directo. "Discutí con él", dice sobre Gianfranco Funari. Considera el tabaco un veneno y no es más benévolo con el alcohol. Rechaza regalar botellas como detalle social y defiende alternativas como la cerveza sin alcohol o el vino sin graduación. "En mi opinión, ese es el camino del futuro", asegura.

Tampoco tiene reparos en defender el uso de animales en la investigación cuando era necesario, aunque hoy celebra que existan métodos alternativos como los organoides  (un cultivo de tejidos tridimensionales que se usa en laboratorios para estudiar enfermedades) o las imágenes por resonancia magnética. En los años ochenta, llegó a recibir amenazas y necesitó escolta. "Me llamaron en mitad de la noche llamándome 'asesino'", recuerda con serenidad, convencido de que el respeto a la vida animal no puede ir en contra del progreso médico.

Su longevidad no se explica por herencia genética. Creció en una Italia sin sanidad pública y su madre murió con solo 67 años. La salud, dice, debe empezar en la prevención y en una vida activa. Los suplementos alimentarios le parecen más útiles para quien los vende que para quien los toma. Él prefiere caminar, trabajar y mantener la mente en movimiento. "Para mí es una especie de meditación", dice sobre sus caminatas.

Lo cierto es que, aunque se confiese consciente de su edad, Garattini no vive con miedo. Al contrario, afronta cada día con una mezcla lúcida de aceptación y planificación. "Cada día es un regalo para mí", concluye. Esta afirmación, sencilla y profunda, resume una filosofía de vida que combina ciencia, ética, fe y gratitud. Un testimonio valioso en tiempos en los que el envejecimiento se discute desde cifras, pero rara vez desde la sabiduría.