El neurocientífico alicantino Juan Lerma.

El neurocientífico alicantino Juan Lerma. Álvaro Muñoz Sinc

Salud Director del Centro Internacional de Neurociencias Cajal

Lerma, neurocientífico: "Nos enfrentamos a una pandemia mayor que la de la Covid-19"

"El conocimiento del cerebro va muy por detrás del que se tiene de otros órganos" / "Si un filete rojo lo tiñes de azul, lo que causa no es atracción sino repugnancia" / "El cerebro es el órgano más complejo y del que menos sabemos".

18 septiembre, 2021 02:02

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Percepción y conducta son dos caras de la misma moneda. Las conexiones neuronales que se establecen a raíz de lo percibido por los sentidos tienen un resultado directo sobre el comportamiento y, sin embargo, el cerebro sigue siendo el gran desconocido. Profesionales de todo el mundo llevan años enfrentándose al reto de estudiar este órgano que la ciencia considera como el más complejo.

De hecho, un estudio reciente llevado a cabo por investigadores de Radio Televisión Española y la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) ha demostrado que durante la pandemia se ha embellecido el aspecto del coronavirus. Las imágenes en color y en tres dimensiones publicadas por los medios de comunicación habrían influido sobre la percepción de la audiencia y su actitud frente al virus, y han encontrado que las imágenes en blanco y negro hacían parecer más contagioso al patógeno. 

Las nuevas formas de comunicación y las tecnologías actuales hacen así necesario conocer cómo funciona el cerebro y la importancia que tiene a la hora de entender cómo puede influir en la conducta. El investigador Juan Lerma, uno de los neurocientífico más importantes de España y nuevo director del Centro Internacional de Neurociencia Cajal (CINC), que acaba de presentar el CSIC, asegura que, en lo que se refiere al cerebro, aún quedan muchos interrogantes que descifrar.

-¿Cómo definiría la neurociencia?

-La neurociencia es una ciencia integradora que agrupa a una cantidad de disciplinas que tiene el único objetivo de entender el sistema nervioso. Se incluyen disciplinas ahora que hace 15 o 20 años no se pensaba que podían entrar dentro del ámbito de la neurociencia. Ahora mismo, tenemos disciplinas como la informática, la computación, la inteligencia artificial, por no hablar de las más biológicas como pueden ser la psicología o la biología molecular. 

Un neurocientífico es toda persona con una formación cuyo objetivo sea entender el cerebro o entender el sistema nervioso, y puede ser médico, biólogo, farmacéutico, psicólogo, informático, físico… En este centro en el que yo estoy trabajando, en el Instituto de Neurociencia de Alicante, existen todos estos perfiles, incluidos matemáticos. Y en el CINC se espera que haya desde ingenieros a médicos, todos trabajando codo con codo con el único objetivo de entender el cerebro de una forma multidisciplinar.

-¿Qué le lleva a un joven científico a querer estudiar el cerebro?

-Cuando yo era muy jovencito, cuando ni siquiera había acabado mi carrera, me empezaron a interesar los desarreglos del sistema nervioso, particularmente las enfermedades psiquiátricas. Con el tiempo, me llamó la atención que las enfermedades del sistema nervioso debían tener una base física, una base química, y eso se debía poder medir y entender. Eso fue lo que me animó a meterme en ese campo. He de decir que desde los años 80, hasta hace poco, no he trabajado en ninguna enfermedad directamente. He hecho investigación básica que tiene que ver con las reglas que siguen las neuronas para comunicarse unas con otras. Es ahora cuando mi equipo de investigación ha emprendido una línea que tiene que ver más con enfermedades como pueden ser el autismo, el síndrome de Down o la depresión.

-Se dice mucho la frase de que el cerebro es el gran desconocido. ¿Esto es realmente así?

-Es así en España y en todo el mundo. El conocimiento del cerebro va muy por detrás del que se tiene de otros órganos, como pueden ser el corazón, el hígado o el sistema cardiovascular. El cerebro es bastante más complejo que todos ellos, tiene propiedades emergentes que no se pueden predecir de la suma de las partes del cerebro y esas son propiedades que hay que estudiar una a una. Y por otro, está encerrado en una caja a la que no permite un acceso fácil. Entonces, plantea dificultades de observación y de manipulación. Es el órgano más complejo y del que menos sabemos. 

Esto no quiere decir que no sepamos, sabemos mucho, porque la investigación neurocientífica en el siglo XX ha dado muchos frutos y ha mostrado formas de funcionamiento de los elementos que conforman el sistema nervioso, pero todavía carecemos de un modelo coherente de funcionamiento del cerebro y de cómo la alteración de sus circuitos generan la alteración de la conducta. Alteraciones a las que llamamos enfermedades mentales.

-¿Hay neurociencia en las decisiones cotidianas?

-Absolutamente. El neuromárketing, por ejemplo, ha tomado una parte del conocimiento de cómo se presta atención o cómo se toman decisiones, que obviamente son funciones cerebrales, para facilitarte que tomes una decisión en el sentido que la propaganda quiere. Esto no es ilícito. Por ejemplo, se sabe qué colores producen ansiedad, desasosiego o atracción, y esos colores no se utilizan en los envoltorios más atractivos. Se han hecho experimentos al respecto. Por ejemplo, si un filete rojo lo tiñes de azul, lo que causa no es atracción sino repugnancia, porque la carne azul está mala. En ese momento, alguien puede tratar de diseñar colorantes que puedan teñir la carne de un color que el cerebro sabe que es más atractivo. 

O, por ejemplo, cuando va al supermercado, las cosas cuya compra quieren favorecer,  las ponen a la altura de los ojos y las que menos las pone abajo del todo, porque usted no mira al suelo. Hay estudios, por ejemplo, que analizan dónde se fija la mirada la primera vez o cuánto tiempo se pasa mirando a un lado u otro de la pantalla y que le dicen al experto en marketing dónde tiene que poner los mensajes para que sean más fácilmente vistos. Esto es conocimiento de cómo funciona el sistema nervioso, de cómo funciona el cerebro, de cómo nos comportamos a la hora de tomar decisiones, y, en ese momento, hacer que compremos algo, incluso aunque no nos haga falta.

-Los efectos de la Covid-19 ha dejado secuelas no solo a nivel psicológico -con un aumento de casos de ansiedad o depresión-, sino también en el campo neurológico. ¿Este aspecto puede ser un posible objeto de investigación de la neurociencia?

-Las enfermedades asociadas a la Covid-19 y al sistema nervioso son un campo de estudio por venir que va a dar muchas sorpresas. Efectivamente, el virus puede afectar a las neuronas. De hecho, uno de los primeros efectos que se observan es una pérdida del olfato y el gusto, que obviamente están mediados por neuronas que se ven afectadas por el virus. Ahora, a nivel más central, la afección vírica de las neuronas y cómo esta puede repercutir en menor capacidad cognitiva o en problemas de degeneración, son cosas que vamos a averiguar en los próximos años. Le puedo decir que los Institutos Nacionales de Salud americanos (NIH) ya han dispuesto un presupuesto bastante sustancial para investigar en los próximos años este tipo de problemas derivados de la infección por SARS-Cov-2.

-¿Piensan emprender esta línea de investigación en el CINC?

-Ahora mismo se están recibiendo expresiones de interés de científicos de todo el mundo que serán juzgadas por un comité internacional y en base a eso se van a articular los programas de investigación del centro. Si no tenemos a nadie que haya expresado su interés en involucrarse en el CINC que plantee estudiar enfermedades del sistema nervioso desencadenadas por el SARS-Cov-2, esto no lo vamos a estudiar. Lo podremos incorporar más adelante, porque se considere estratégicamente, pero si no aparece en esas expresiones de interés, por ahora, no lo consideraremos. Pero consideraremos otras cosas tan o más interesantes.

-¿Qué retos quedan pendientes en España en cuanto al estudio del cerebro?

-Todos. El problema no está en España. El problema del estudio del cerebro es un problema global. El otro día mostraba unos datos: en Europa hay unas 63 millones de personas que sufren de ansiedad. Uno no tiene muchas perspectivas de si son muchas o son pocas, pero hay otros 40 millones que tienen problemas de depresión y otros problemas parecidos, por no hablar de los que sufren de demencia o párkinson, por ejemplo, que son enfermedades costosísimas y muy desgastantes. 

Para ponerlo en contexto, las personas con algún problema o desarreglo cerebral eran más de 120 millones ya en el año 2010 en Europa. Si uno mira cuántos infectados por coronavirus ha habido a fecha de agosto del año 2021, son 63 millones, o sea que estamos frente a una pandemia mayor que la generada por el SARS-Cov-2. Encontrar soluciones para estos problemas es urgente, y debemos estudiar de manera fundamental los problemas cerebrales para llegar a entender o vislumbrar soluciones a los problemas del cerebro. Es como estudiar la mecánica y cómo está hecho un coche para poder arreglarlo cuando se desbarata.

La investigación científica es un proceso lento y caro. Uno se da cuenta de cuánto se ha avanzado cuando mira hacia atrás. Uno no sabe cuándo se va a solventar un problema. Por ejemplo, la solución que se ha dado a la Covid-19, con una vacuna en un año, se ha podido hacer porque hay un montón de conocimiento acumulado que no era evidente para la sociedad no especializada sobre inmunología. De hecho, la persona que estaba desarrollando vacunas utilizando RNA estaba bastante ignorada, porque ni siquiera tenía financiación para trabajar. Nadie pensaba que eso iba a dar un resultado clave ni que iba a ser rentable, pero mire lo que ha pasado. Entonces lo que esta experiencia nos indica es que hay que conocer los sistemas para poder dar una respuesta cuando es necesaria. De no haber tenido conocimiento acumulado en este caso, igual la pandemia hubiera arrasado la mitad de la humanidad.