El profesor en la Universidad Estatal de San Francisco David M. Peña-Guzmán.

El profesor en la Universidad Estatal de San Francisco David M. Peña-Guzmán. Cedida

Ciencia

El profesor que desafía a los científicos: "Los pulpos sueñan. Las ratas tienen pesadillas"

"La ciencia no acepta que los animales tienen sueños" / "Los estudios sobre el sueño animal se cuentan con los dedos de una mano" / "No hay un consenso científico de que soñar implique tener imaginación".

17 abril, 2023 02:04

Aunque pasen los años, contar ovejitas siempre será un remedio casero a la hora de tratar de conciliar el sueño. Quién sabe si las ovejas contabilizan humanos para dormir y tener así mejores sueños. Pero, espere, ¿las ovejas sueñan? Es más, ¿los animales sueñan? Algunos, como David M. Peña-Guzmán (Guadalajara, México, 1987) responden de manera afirmativa a esta cuestión, pese a que no existen demasiados estudios que lo demuestran. "Los pulpos sueñan. Las ratas tienen pesadillas", sentencia en su libro Cuando los animales sueñan: el mundo oculto de la consciencia animal (Errata Naturae, 2023).

Peña no es biólogo o veterinario ni tampoco guarda un especial recuerdo de los animales durante su infancia. Peña es filósofo. Y no es de extrañar que su interés por el sueño de los animales haya surgido hace pocos años, ya que el primer artículo de la ciencia moderna que habla sobre esta cuestión data de 2020. Considera que la razón de tan escasa publicación se debe al descrédito de la comunidad científica con este tema, que no se puede observar ni medir al 100%. "No generalizo", matiza.

Aun así, Peña afirma que hay animales que tienen sueños. Y no sólo eso. Los hay que sueñan con cosas que desean y anhelan, como las ratas. Algunos también tienen pesadillas, como los elefantes cuando sufren traumas durante su infancia. "En definitiva, los animales tienen sueños fundamentalmente emotivos".

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Uno de los casos más mediáticos —con el permiso de Paul— es el de la hembra de pulpo azul (octopus cyanea) de nombre Heidi. Ésta protagoniza el documental de la PBS, la televisión pública de EE.UU., Octopus: Making Contact (El pulpo: primer contacto). Casi al final del mismo, a Heidi la piel se le ilumina en una secuencia de dibujos multicolores mientras duerme en su tanque. "Ese 'algo' al que se refiere Scheel [biólogo de la Universidad Alaska Pacific y narrador del audiovisual] podría ser el sueño de un pulpo", escribe Peña.

Este profesor universitario atiende a EL ESPAÑOL desde California, donde es profesor de la Universidad Estatal de San Francisco y copresenta el pódcast de filosofía Overthink. Con motivo de su formación, no puede evitar introducir el debate ético que se plantea aquí. ¿Hasta qué punto debemos experimentar con animales en laboratorios para saber si sueñan o no?

Este profesor pone como ejemplo un estudio en el que se descubrió que las ratas tienen pesadillas, pero precisamente provocándole estas pesadillas y alterando su descanso. Cree, eso sí, que el cambio generacional traerá consigo una nueva forma de relacionarse con los animales de laboratorio. "Si los nuevos científicos juegan con las ratas, tal vez vayan a tener resultados más verídicos", vaticina Peña.

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene con un animal?

Tal vez sería con cuatro o cinco años. En aquella época vivía en un pequeño pueblo de México, y un día mi madre me acercó un par de pollitos. Me cuenta que me espantaron muchísimo y que lloré. Así que durante mucho tiempo en mi infancia existió la leyenda de que tenía fobia a los animales. Ese es el primer recuerdo que tengo. Aunque, para ser honestos, no estoy seguro de si el hecho es verídico o no.

No comenzó con buen pie su relación con los animales.

Así es. También influyó en gran parte las normas domésticas que había establecido mi abuela, quien no permitía a los animales en casa. A excepción de los pájaros, que los tenía enjaulados en una pared. Por tanto, crecí viendo a los animales en un cautiverio muy intenso especialmente, las aves. Y como proveedores de un beneficio estético, ya que lo que más le llamaba la atención a mi abuela era el canto que producían. Se me hizo muy cruel desde un principio el tener a los pájaros encerrados en un lugar del tamaño de una caja de zapatos.

Cuando empecé a desarrollar mi interés filosófico, no pude dejar atrás estas vivencias. Me di cuenta de que existía un importante impacto animal en los problemas filosóficos. Y aunque comenzó de forma intelectual, a día de hoy para mí tiene que ver con las relaciones afectivas entre animales y seres humanos.

¿Qué ha cambiado desde su infancia en la relación del ser humano con el animal?

Creo que ha habido tres cambios que han modificado nuestra manera de relacionarnos con los animales. El primero ha sido el crecimiento del movimiento de liberación animal, y el auge de nuestra actitud hacia la comida. En las ciudades a día de hoy es mucho más fácil ser vegetariano o vegano sin sacrificar estos principios.

Peña cree que el sueño de los animales aúna ciencia y filosofía.

Peña cree que el sueño de los animales aúna ciencia y filosofía. Cedida

El segundo cambio es que el discurso de los derechos de los animales también se ha intensificado. Actualmente la mayoría de los ciudadanos están a favor de este tipo de medidas que protegen el bienestar de los animales. Por último, en esta pasada década he notado una metamorfosis en cuanto al interés público de los descubrimientos científicos acerca de la vida de los animales y de la naturaleza, en parte influenciado por el cambio climático.

Usted asegura que los científicos niegan dogmáticamente que los animales sueñen. ¿A qué cree que se debe?

No quiero generalizar porque algunos científicos sí aceptan que los animales sueñan. Aun así, hay un patrón muy claro y muchos de ellos se niegan a hablar de este tema. Lo que ocurre en la ciencia es que hay peligro en estudiar el concepto de la experiencia en los animales. Al tratarse de una cuestión que nos dirige a una interioridad, como sucede con la mente de los animales, no se puede observar ni medir de manera objetiva.

Desde el momento en que un científico empieza a dirigir su atención a un área que no es 100% observable, provoca que muchos investigadores frenen su discurso cuando superan este nivel. Esta es la interpretación más caritativa que puedo dar.

¿Y la menos?

La versión menos bondadosa tiene que ver con que la ciencia siempre hace referencia a cuestiones no científicas. Cuando se trata de seres humanos, nadie dice nada. En cambio, con los animales es como si cada científico tuviera un policía interno que le impusiera esa transgresión inadmisible. Por eso pienso que en la ciencia hay un prejuicio humanista muy fuerte.

También es sabido por todos que la ciencia demanda acciones cuyo objetivo simplemente es prevenir una conciencia proanimal en los investigadores, como evitar ponerles un nombre a los animales de laboratorio porque produce una conexión. No digo que ellos entienden lo que está pasando, pero reconocen que hay un rechazo y una relación de dominación.

¿No cree entonces que vaya a cambiar esta relación?

Pienso que ese cambio en la ciencia se producirá. Aunque será una transición generacional. Las nuevas generaciones de investigadores están comenzando su carrera ahora con una lente teórica distinta a la de sus predecesores. Por ejemplo, ya hay científicos que no aceptan que no puedas interactuar con tus ratas, que no puedas jugar con ellas. Hay razones para pensar que si desarrollas ese tipo de relación, quizás los resultados científicos van a ser más verídicos y válidos.

¿Qué quiere decir cuando afirma que "los animales no sueñan como nosotros"?

Una de las cosas más importantes en nuestro esfuerzo para entender la mente animal tiene que ver con el respeto a la diferencia entre especies. Esta diferencia es esencial, en primer lugar, desde el punto de vista ético, al asumir que no tenemos acceso absoluto al mundo de otros seres, como ellos tampoco lo tienen al nuestro. Esto incluye que tienen capacidades sensoriales, cognitivas, mentales, físicas, sociales y culturales que no son ni las nuestras ni como las nuestras.

Las diferencias entre los sueños de los animales y los de los humanos son, por ejemplo, la temporalidad, que tiene que ver con la gran biodiversidad del sueño fisiológico. Hay animales que duermen a veces de manera incoherente, desde el punto de vista humano. Por ejemplo, las focas que duermen a veces en tierra, y otras bajo el agua. También hay aves que duermen durante el vuelo. Es lo inverso a nuestro caso, nosotros asociamos el sueño con el paro motórico, con el cuerpo que no está bajo ningún tipo de control central.

¿Los animales aprovechan mejor el sueño que los humanos?

Sí, también depende de cómo definimos el sueño. Pero uno de los motivos por lo que los pájaros duermen así es para evitar los depredadores mientras duermen. Lo mismo ocurre con los delfines, que tienen un control de la atención con su mitad del cuerpo, mientras que la otra descansa. Los mamíferos terrestres, como nosotros, estamos en una posición muy frágil durante el sueño.

Los sueños de otros animales son heteromórficos. Esto es, que el sueño de un animal siempre va a tomar la forma de ese animal, por sus capacidades sensoriales y cognitivas. Por ejemplo, los murciélagos tienen ecolocalización, una capacidad que no está desarrollada en humanos. Por tanto, es muy posible que sus sueños vayan a tener un elemento de este sentido, que sean ecolocativos. Un pulpo tal vez sueñe con proteger su territorio, al ser una especie más solitaria. Un lobo, por su parte, puede que tenga sueños más sociales. En nuestro caso, no podemos imaginar sueños con capacidades que no tenemos.

¿Demostrar que los animales sueñan también implicaría aceptar que tienen imaginación?

La realidad es que no hay un consenso acerca de este tema. Los sueños, independientemente del contenido, son un acto imaginativo que tiene que ver con la creación de un mundo irreal. Sabemos por estudios con ratas que hay sueños animales con un componente imaginario. El animal no simplemente sueña con recuerdos, sino con cosas que quieren y desean. Por tanto, sus sueños también son fundamentalmente emotivos. Si aceptamos esto, estamos afirmando también que no hay vida animal sin emociones.

¿Tienen pesadillas los animales?

En el caso de los elefantes, hemos conocido que si sufren de traumas impactantes cuando son pequeños y quedan huérfanos pueden tener pesadillas crónicas por el resto de su vida. También se han realizado experimentos con ratas en China donde los investigadores han producido estas pesadillas en los animales.

¿En qué lugar queda la ética en estos experimentos?

Creo que no se deben realizar. El estudio que he mencionado anteriormente es una pesadilla ética por sí mismo porque se traumatizó a las ratas hasta el punto de producirles pesadillas crónicas y no llegaron a dormir. Se trata de una paradoja que es inevitable en el mundo de las ciencias animales. Así, conforme más descubrimos acerca de las capacidades de otros animales (cómo sienten, qué piensan o qué recuerdos tienen), más cerca debemos estar de detener estos estudios.

¿Qué beneficio puede reportar para la especie humana saber si los animales tienen sueños?

Es una cuestión complicada. Cuando pensamos en la ética de las investigaciones en animales hay dos cosas a considerar. En primer lugar, los límites del laboratorio, como un espacio de producción de conocimiento. Si quiero estudiar la cognición animal en este espacio, me encontraré con la respuesta animal en condiciones de cautiverio y estrés.

Por otro lado, existe un prejuicio de que uno siempre publica simplemente los resultados positivos. Esto produce un número inmenso de reproducciones inútiles de estudios que cuestan vidas, simplemente porque los científicos a veces no saben lo que ya se ha hecho. Además, hay estudios que responden a preguntas que ya se han formulado. Por ejemplo, ¿cuántos estudios acerca de la memoria en las ratas se han realizado?

¿Nos quedamos entonces con una única evidencia científica de que los animales sueñan?

El problema es que hay artículos acerca del sueño fisiológico de los animales. Pero muy pocos sobre los sueños. Los puedo contar con los dedos de mi mano. Uno de estos trabajos fue publicado en 2020. Se preguntaba si todos los mamíferos tienen sueños. Se descubrió que los elefantes a veces sueñan parados y otras lo hacen acostados. Aunque no se supo la diferencia entre ambas posturas o si alguna tenía relación con la fase del sueño profundo. Se trata de un sueño diferente, que es muy difícil de interpretar en base a nuestros conceptos.